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Historia
Recuerdo algunos de aquellos días de mi infancia como si hubieran sucedido ayer.
Poco sé, además de las hazañas que me contaron y de los libros de leyendas e historia que leí alguna vez, de lo que ocurrió antes de que saliera del útero de mi madre para venir a
este mundo, al que poco a poco logré reencontrarle su belleza tras tan malas décadas vividas pasado el desastre.
No se puede decir que mis padres, Ileria y Welrick Cowalk, fueran de la nobleza, ni nada parecido. Unos humildes Druidas de Thorin, que se ganaban la vida como jornaleros, en su
mayoría, desollando los cuerpos de animales no devorados y de desdichados abandonados del buen corazón de Eralie (un oficio que, desde luego, no era muy solicitado), para vender
las obtenidas piezas en la tienda de Helrich en el mercado de Anduar, donde parece ser que todo es aceptado. Sin embargo, a pesar de todo, si algo no les faltaba, era corazón.
Armados con la paciencia y deseosos de ofrecerme todo su amor, al igual que yo a ellos, me criaron de manera que es imposible no estar orgullosa. Desde juegos, lecciones de vida
que me enseñaban con calma y cariño, la belleza y las artes de la naturaleza que de tan bonitos colores y bondad tiñe este mundo, aquellos rituales sagrados de nuestro pueblo, o
las primeras habilidades concernientes al control de la energía del ambiente y a las curaciones. Recuerdo que me encantaba acudir al claro para sanar hasta al más temible lobo, que
en su desesperación por sobrevivir había llegado mansamente hacia lo más profundo de nuestras tierras, mostrando la verdadera amabilidad que oculta su duro corazón, empujado a
matar a todo lo que se encuentra para saciar su hambre de manada. Podía pasarme allí todo el día, e incluso parte de la noche si era necesario, que hasta que mi paciente no
estuviera alimentado y recuperado, no volvía a casa. De hecho, hoy en día, no puedo resistirme a curar, al menos de vez en cuando, a algún animalillo que hubiera quedado abandonado
a su suerte, guiado hacia la salvación por nuestra deidad.
Fueron unos cinco años maravillosos. El juego, el aprendizaje y los cuidados hacia el medio que los rodea se entremezclaban en un simbólico arcoíris (a veces no tan simbólico).
Cuando nació mi hermano en mi sexto cumpleaños, todo parecía inmejorable.
Y así fue, de hecho, durante otros quince años… Hasta que todo, cambió.
Nunca olvidaré aquel fatídico día. Anduvimos mis padres, mi hermano Arnor y yo por los caminos de la arboleda de Ardhavaen. Les había sido encargados a mis padres la importante
misión de introducir algunas subespecies de ciervos a nuestro bosque, pues parece ser que la fauna no se había recuperado del tan temible cataclismo ocurrido hace siglos. La
verdad, es que las hordas de cazadores furtivos voraces de dinero a costa de todo no ayudaban en absoluto. Provenientes de la que, hasta hace poco no sabía que era de las ciudades
más corruptas de Eirea. Sí, nuestra tan amada y querida Takome, por supuesto, a la que mi pareja y yo le entregamos con amabilidad el 6% de lo que ganamos. Hace poco hubieron
elecciones. Parece ser que nuestro amigo Ithladin consiguió un ascenso, aunque algo sucio. Tenía la esperanza de que Takome hiba por fin a revitalizarse, pero algo me dice que
seguiremos como siempre, si no peor. No me extraña que Thorin se haya independizado hace tanto tiempo, pero bueno, no es el presente lo que ahora nos concierne.
¿Por dónde iba? ¡Ah sí, ya me acuerdo! Pasada una hora de larga caminata, al fin llegamos a Urlom. Nuestro objetivo, los tan amados ciervos, pero lo que mi padre se encontró no
sería para nada un inofensivo mamífero cuadrúpedo de hermosa cornamenta. Poco tiempo pasó hasta que una gigantesca cobra amarilla y negra, la cual ni siquiera debía estar allí,
apareció ante nosotros. Envuelta en un aura negra de mal, nos observaba con aquellos ojos amenazadores. Welrick se situó ante nosotros, y trató de tranquilizar al reptil con sus
poderes. Un calambrazo fue lo único que obtuvo. Tras esto nos encaramamos a la copa de un árbol, desde el cual mi madre logró indagar en su mente… Y lo que descubrimos fue
aterrador.
NO era una serpiente normal. Por su espíritu diabólico, supimos poco, pero suficiente, era una criatura invocada por las artes oscuras de nuestro anti dios Seldar, quien ansía la
destrucción de todo desde que Eralie hubo tomado las riendas de nuestro mundo desde el limbo.
En aquel momento mi hermano y yo éramos niños, y mi madre, diestra en el combate, no es que fuera. MI padre invocó su martillo espiritual y su escudo de hielo, y nos ordenó correr
por nuestra vida. En mi insulsa e inocente niñez pensé que podía ayudarlo, pero mi madre nos arrastró a ambos fuera de la que en poco se convertiría en una sangrienta arena.
Nuestro padre peleaba con ímpetu contra aquel demonio. EL combate era igualado y feroz. Welrick embestía a la criatura con su arma y paraba los golpes de su adversario, mientras
que la serpiente trataba de hacer lo posible por morderle e incluso estrangularlo.
Un potente empuje de la bestia hizo perder a mi padre el escudo. En aquel momento guardó su martillo. Era más un estorbo que otra cosa en aquel momento. Sacó del bolsillo de su
capa de las sombras un puñal forjado en plata, envuelto por un extraño brillo deslumbrante y liliáceo. Armado de valor, se arrojó contra el vientre de la bestia, y clavó el puñal
en lo más profundo del animal, el cual empezó a sangrar a borbotones.
Fue a rematarlo mediante una columna de fuego, cuando, súbitamente, un rayo le dio de lleno, provocando que se desplomara contra el frío y húmedo suelo.
Herido de gravedad, se incorporó con dificultad, y lo que vio le dejó más pálido que la leche. La serpiente desapareció como si nunca hubiera existido, y ante él, emergiendo de una
oscura niebla, apareció un humano vestido de negro como la noche. La capa de aquel ser parecía moverse al son del viento, sirviéndole incluso para planear. Un yelmo con el símbolo
representativo de Seldar y unas cotas de mallas negras, una pechera y brazaletes de escamas de dragón, se erguía ante él, guadaña en ristre… A cada paso que avanzaba hacia nuestro
moribundo padre, el cielo se tornaba más y más oscuro, casi como si la eterna noche hubiera resurgido.
A lo lejos, logramos escuchar algunos de los fragmentos de su conversación. AL parecer, se trataba de un viejo enemigo de mi padre. Habían combatido en el fallido asedio de
Beleiron, hará ya unos ochenta años. Se trataba de Whirgem, el mago sombrío, y había venido a arrebatarle todo lo que amaba.
En seguida nos dimos cuenta de que pretendía cogernos a todos. MI madre, en aquel instante, dibujó un círculo en el suelo con su hoz dorada, entonando unas palabras cuyo
significado no conocería hasta décadas después. Como venida de otra dimensión, envuelta en un deslumbrante haz verde, una mezcla entre cabra, león y serpiente apareció. Las
legendarias quimeras. Ileria se apresuró a hacernos montar, y al girarse comprobó que el maléfico ser avanzaba, casi deslizándose, hacia nosotros. MI padre se envolvió en un aura
resplandeciente, sanando sus heridas y multiplicando su poder, y se interpuso, frenando a nuestro verdugo con una espada de fuego.
-¡Corred! -Nos suplicó.
-Ahora os alcanzo.
En aquel momento mi madre cogió unas riendas y, como si fuera un caballo, galopamos a lo lejos.
Tan rápido como el viento, pasamos entre decenas y centenares de árboles. Nos adentramos de nuevo en la frondosa arboleda, y entonces una luz poderosa se reflejó ante nosotros.
La quimera paró en seco. Nos giramos para observar lo que posiblemente sería un hechizo fulminador por parte del mago sombrío, pero lo que vimos fue aún peor.
Mi padre se había transformado en una gran y blanca bola de energía. En aquel momento no tenía ni idea de lo que significaba, pero no tardaría en darme cuenta.
Ileria observó con ojos llorosos.
-¡Welrick, no!
Con una voz retumbante en nuestra mente, mi padre susurró sus últimas palabras.
-Os quiero… Os quiero mucho.
El caballero se encontraba cerca de la bola, aterrado, apuntándolo con lo que ahora era un espadón, el cual se estaba tiñiendo de una cegadora luz blanca.
Una gran onda salió disparada del arma, dando de lleno a mi padre, pero él ni se inmutó. Comenzó a brillar aún con más fuerza. MI madre, resignada, consciente de lo que iba a
suceder, nos gritó para que nos colocáramos tras ella.
Entonces, alzando ambas manos al cielo, pronunció las palabras Barrier prot nos cefit.
Una cúpula de energía blanquecina y algo translúcida nos envolvió a los tres. La esfera explotó, emitiendo una enorme y cegadora onda expansiva, que arrasó con todo lo que se
hallaba a unos doscientos metros de él, rompiendo nuestro escudo en dos, aunque, afortunadamente, sin hacernos daño alguno. Todo había acabado.
El terreno frondoso ahora era un campo de desértica ceniza. Mientras mi madre se acercaba a recoger el chamuscado cuerpo de mi padre en silencio, entre mi hermano y yo, envueltos
en un duro duelo, aunque aún sin expresarnos, logramos asegurarnos de que el bosque volvería a crecer. No había lugar ahora para las lamentaciones. Lo sabíamos. La seguridad de los
bosques y las personas era nuestra prioridad.
Entre todos cargamos con el cuerpo sobre la quimera, y en silencio sepulcral nos dirigimos al claro. Ni los pájaros cantaban. Hasta ellos sabían que algo no había ido bien. Incluso
los lobos, que alguna vez nos habían atacado para conseguir una pieza que llevarse a la boca, se mostraron respetuosos escoltándonos hacia el claro con la cola hacia abajo, como si
compartieran nuestros sentimientos.
No puedo olvidar la desesperación de mi madre. EL amor entre ellos no era fuerte, sino lo siguiente. Se conocieron en la temprana juventud. La primera pareja para ambos, la única
que necesitaban. Algo así como Fornieles y yo, un amor inquebrantable.
Acudimos a nuestro buen conocido Ruthrer, quien en su momento era bastante más joven, aunque igual de experto. Eso sí, por aquel momento no había problema alguno con las arañas del
túmulo, por lo que la paranoia que el pobre parece sufrir hoy en día no era tal en el pasado.
Ileria suplicó al sacerdote que le devolviera la vida, como algunas veces había logrado con otros, pero fue imposible. La magia de su sacrificio era inquebrantable. En aquel
momento supimos que se había ido para siempre, al limbo. Esperemos que se reencarne en algo mejor. ¿Un pato, quizás? Siempre le gustaron. NO es que hubiera muchos en Thorin, ni tan
siquiera en toda Eirea, pero al menos encontró una vez un estanque, uno de los pocos que aún quedan en este mundo. Parece que mi encanto por unas aves tan amarillentas lo heredé de
él. Que en paz descanse hasta su renacimiento.
A partir de ese día, todo empezó a tornarse sombrío. Poco a poco, nuestra madre se fue aislando del mundo. La pena le consumía lentamente, impasible. Había dejado de salir a las
calles, recorrer los bosques, cuidar de la naturaleza, pasear como le gustaba por los puertos de Aldara, observando las olas ondear y el olor de la mar filtrarse en sus fosas
nasales. Ni tan siquiera podía trabajar, por lo que el dinero escaseaba. Arnor y yo nos habíamos dedicado a recoger frutas para poder sobrevivir. Incluso alguna vez tuvimos que
matar animales y quedarnos con su carne y sus restos para comer y vender a cambio de alguna pieza que llevarse a la boca. Era una traición para nuestra deuda con la naturaleza,
pero era el único modo de sobrevivir. Además tratábamos de encargarnos de animales que estuvieran ya en las últimas, de modo que tan solo aliviáramos el sufrimiento de una muerte
teóricamente inevitable. Bueno, yo sí que procuraba estos cuidados, mas mi hermano empezó a volverse cada vez más extraño, paranoico, violento y rencoroso. Alguna vez traté de
reprimirle, con paciencia, eso sí, por sus actos contra la naturaleza. Nunca olvidaré al primer zorro rojo que cayó bajo su cimitarra, la cual hubo robado una vez de un cadáver
mohoso y hediondo. Se mostraba receloso, a veces resignado a obedecer, pero a medida que mi madre empeoraba, él se volvía más agresivo. Me culpaba por no haber tratado de ayudar a
nuestro padre en su lucha contra el mago sombrío, aunque fuera tan solo curándole de vez en cuando. La verdad, es que algunas veces me siento igual de culpable. Trato de razonar.
Era una niña indefensa, que no podía hacer nada, mas en poco tiempo los remordimientos regresaban como fantasmas, susurrando en las tinieblas de la noche, que podría haber curado a
mi padre durante su enfrentamiento para evitar su muerte, y la que vino después.
Año pasado, fuego agotado. Así es como acabó la vela de la esperanza de nuestra madre. NO se suicidó. Para eso no tenía coraje. En su lugar, a pesar de nuestros intentos de
consolarla y animarla a superar sus problemas, ni tan siquiera podía ponerse en pie sin que de sus ojos brotara una lágrima. Acudía a las tabernas más pronto que tarde. Salía hasta
bien entrada la noche, y a veces podías encontrártela tirada en el camino de Thorin de vuelta a casa, según testificaron algunos lanceros de Takome. Cómo no, se dedicaban a
comentar lo ocurrido entre las filas compradas de su reino infernal. Nada como un buen salseo. Pobre inocente de mi que pensaba que la ayudarían… Las últimas visitas al volcán,
mientras Fornieles y yo tratábamos de salvar el reino de una posible erupción, hablando con Relgh, al igual que las breves conversaciones con el enterrador de la necrópolis de
Takome, me desvelaron la verdad. Finalmente, el hambre consumió su cuerpo, y un esqueleto ocupó su lugar, putrefacto, desprovisto de alma, tirada en la senda ascendiente de los
montes del destino. Ni media hora pasó antes de que nos enterásemos, por algunos amables cazadores expertos, de lo que había sucedido. Puede que en el bosque se muestren
territoriales con su caza. Es lógico. Es su medio de vida. Pero cuando conoces a alguno de cerca son mucho más amables de lo que parecen. Por desgracia, la mayoría vivían acinados
en los suburbios de la ciudad. No eran de clase, decían. Así que entre familias tan numerosas, como es de suponer, el monedero no daba para tal grande comedero.
Tras la muerte de nuestra madre, la ira de mi hermano no fue sino a peor. Empezó a cruzar límites hasta el momento inexpugnables sin recelo alguno. SU comportamiento podría
calificarse, gradualmente, también de machista. Cada vez era más agresiva conmigo. Ya no atendía a razones. Me ordenaba quedarme en casa hasta bien salido el Sol. Los abusos no
tardaron en comenzar.
Primero fueron golpes, luego incluso quemaduras. Finalmente también le dio por asediarme con ese maldito miembro.
Todas las noches recibía como mínimo un beso con dobles intenciones, un tocamiento, un pellizco, una obscenidad, una penetración, sin importar el agujero, y nada de eso iba con
amor, precisamente. Las violaciones se repitieron, y si no obedecía a satisfacer sus mayores y asquerosos deseos, incluso me chantajeaba con robarme la comida o con contar a
nuestros amigos en el bosque que yo era una prostituta, extendiendo fatídicos rumores sobre mi por todo el reino. Una vez, incluso llegó a amenazarme de muerte.
Así fue todo, hasta mi trigésimo octavo cumpleaños. En mis pocas salidas de libertad que tenía, pude contarle a un mendigo de Anduar, que había emigrado a nuestro hogar, lo que me
ocurría. Sus experiencias no fueron mucho más agradables precisamente, pero me comentó que, con un poco de valor, consiguió salvarse.
Además, hasta la meseta de la rica ciudad se había extendido el valor de mi padre y de toda mi familia. Así que sabían que pertenecía a un colectivo de gran honor y valentía, el
cual había evitado un nuevo cataclismo mediante la muerte de ese mago sombrío.
Tras animarme el recuerdo de mi padre guerrero, y de la que una vez fue mi dulce madre, siguiendo los consejos del mendigo, a escondidas de mi hermano, me alisté en el cuerpo de
rangers de la ciudad de los árboles. El problema de que mi hermano se diera cuenta de lo que hacía fue rápidamente paliado. Nuestro maestro era duro en el campo de entrenamiento,
pero como persona era muy de fiar, así que pude alistarme en una división en la que absolutamente nadie me conocía. Allí fue donde conocí a algunos de los que son, o al menos
fueron, mis mejores amigos durante un tiempo. Betri, Souri, Elraherr, e incluso a Fornieles. La verdad es que tuve muchísima suerte y mucho por lo que estar agradecida. NO tardé
más de un año en aprender el arte de la espada. Los hechizos llegarían después, pero estaba en clara ventaja. Mi hermano ni tan siquiera se había molestado en aprender nada de
magia desde que nuestro padre pagó el mayor precio, con tal de darnos una oportunidad. Aprendí a combatir, procurando parecer igual de sumisa para que mi hermano no se percatara de
nada. Satisfacía sus deseos de placer, casi con total desdén, importándome lo más mínimo cuanto daño me podía hacer. Odiaba a ese cretino, pero, como dicen, la venganza se sirve en
un plato frío.
Cuando me hube considerado lo suficientemente habilidosa como para plantarle cara efectiva a mi hermano en una lucha, simplemente dejé que los acontecimientos fluyeran.
La última cena que tendríamos juntos.
-Debes comer para saciar mi querer. -Ordenaba Arnor, entre otros actos de temible interés.
Llegó la hora final. Recuerdo el día como si fuera ayer. El 9 de Kailiod de 150 de la cuarta era, justo cuando ambas lunas brillaban llenas y resplandecientes en el cielo, me
ordenó tumbarme en el lecho como otras veces. Hoy tocaba misionero, luego un buen perreo, y lo demás lo veríamos luego.
Dejé que eyaculara, como en todas las noches anteriores durante más de una década. Se sabe que, si eres un hombre, bien descendida la cumbre del placer se suele perder bastante
fuerza, así que tras la espera le plantaría cara. Con el conocimiento adquirido en la milicia ya tenía suficiente para encararle en cualquier situación, y lo mejor de todo es que
él no tenía ni idea, pero prefería esperarme. Además, sería más humillante.
Justo cuando se incorporó para darme la orden de cambiar de posición, de un rápido movimiento le pateé la entrepierna, haciendo que cayera al suelo, mas se incorporó rápido, a la
vez que yo me ponía de pie y saltaba hacia la madera de la cabaña, enfrentándole. Se venía venir su reacción.
-¡Me las pagarás por esto! -Amenazó Arnor. Pobre iluso. Ya había tenido suficiente.
-Por supuesto. -Respondí sarcástica. -¿Cuánto es? No llevo muchos cobres sueltos. ¿Qué tal si te lo pago a plazos?
Trató de golpearme, pero esquivé su puño, el cual se estampó contra la pared, clavándose una astilla por el camino.
-Tendrás que hacerlo mejor. -Respondí, tratando de no reírme.
-¡Maldita bastarda! -Exclamó, con un gran dolor.
-Te recuerdo que nacimos de la misma madre.
-¡No vuelvas a mencionarla!
-¿Todo esto es por ella? Vaya, después de tanto tiempo. Parece que tienes un problema en esa cabeza. Deberías de ver a un curandero. Puede que te recete unas hierbas.
Se alejó, temblando, hacia una cubertería de plata, lo único de valor que nos quedaba y que no habíamos vendido para compensar nuestra ruina, y agarró un cuchillo de sierra de
cerámica.
Tan rápido como un caracol (vamos, que me podía haber leído un libro cuatro veces antes de que llegara entre temblores de furia y miedo al mismo tiempo), por fin me estaba
apuntando, a unos cinco pasos de mi.
Al fin respondió a mi crítica.
-Sí, tengo un problema, pero pienso corregirlo. ¿Sabes, siempre te he tenido envidia. Tus padres siempre me han dedicado toda la atención… Y yo era un segundón. Tu madre al menos
me comprendía, pero eso ya no importa. En cuanto acabe contigo todos sabrán quién es el verdadero hombre de la familia. Y cuando menos se lo esperen, me uniré a su peor enemigo…
-¡Has estado hablando con los aduladores de Seldar!
-Llevo haciéndolo desde que tenía diez años. AL menos ellos me querían. Claro, no podía dejaros, ¿verdad? Un buen lugar donde comer, donde estar calentito… Hasta que al fin llegara
mi hora de triunfar.
-TU corazón está corrompido.
-Si tu lo dices… Aún no entiendo por qué Eralie sigue confiando en mi para poder otorgarme su poder.
-Tampoco es que lo sepas emplear muy bien, que digamos.
-Sí claro, y usted, la gran protectora del bosque, es una semi diosa, ¿verdad?
Sonrió con malicia, aunque tampoco es que me importara mucho. La verdad, es que tras tantos años, ni siquiera tal afirmación me sorprendía.
Haz lo que quieras, pero te lo advierto, ni te acerques.
-¿O qué?
Intentó apuñalarme. De un rápido movimiento le arrebaté el cuchillo de las manos, y con una llave le estampé contra la pared, apuntándole en el cuello con su propia arma.
Se incorporó con dificultad. Trató de lanzarme una mesa. Al margen de dejar un mueble hecho polvo, no logró hacer nada más. Trató de patearme a la altura del pecho, pero tras
desviarle el pie de un sutil manotazo le golpeé por debajo de la barbilla, haciendo que se callera al suelo, estampándose contra la esquina de la cama.
De una herida en su cabeza comenzó a brotar sangre. En aquel momento podría haber le hecho sufrir bastante. Muchos eran los medios a mi disposición para procurarle una muerte
horrible en ese momento, o como mínimo un castigo a la altura. Torturarlo hasta más no poder, un hechizo de maldición para humillarlo todavía más, apuñalarlo repetidas veces,
ahogarlo con esa bonita almohada en la que tenía que apoyarme cada vez que me penetraba sin piedad para no llorar, embadurnarle de comida, cuanto más podrida, mejor, o simplemente
dejarlo morir.
Magius elis curis. Eso fue lo único que ocurrió.
Le toqué con suavidad, curando las heridas de su cráneo y devolviendo la sangre perdida a su cuerpo. preparé una pequeña mochila de tela con un pan, algo de dinero, una pera, un
odre lleno, una antorcha, un miserable, oxidado y ensangrentado cuchillo de curtir, su lanza, y algo de ropa, y le obligué a marcharse de la que ahora sería mi casa, al menos hasta
que la propiedad fuera adquirida por un hombre, el cual no hizo otra cosa que derrocar el edificio y dejar el solar vacío… El contrato más productivo jamás perfeccionado por un ser
consciente (mis mayores honores al jugador, era solo una broma para la historia. No tiene ningún objetivo personal fuera del rol, ni mucho menos. Un juego es para divertirse, y si
no te diviertes, se busca otro, y tema resuelto, como hemos hecho todos alguna vez. Es más, ni siquiera sé quién era tal jugador en concreto).
Durante todo ese año me dediqué a trabajar en el oficio de jornalero, y me mostré implicada con el cuidado de la naturaleza, incluso ya comencé a hablar con Ruthrer sobre la bien
entrada plaga de arañas. ¡Pobrecito! Parece que no lo lleva muy bien. Además, el sacerdote oscuro Llhioker no deja de aparecer una y otra vez para arruinar los esfuerzos de muchos
ciudadanos aplicados. Ya conocen el refrán. Bicho malo nunca muere, y en este caso es cierto. Parece que le gusta morir para volver a resurgir y poner de nuevo la senda del túmulo
patas arriba, pero que se le va a hacer. El bien y el mal están destinados a combatir por toda la eternidad. Así será pues. Esperemos que alguna vez pueda resolverse el asunto por
completo, y que Ruthrer deje las setas que tanto le hacen delirar. A este paso, no creo que aguante más de medio siglo.
En cuanto a los conocidos, me dediqué a explicar a nuestros verdaderos amigos lo que había ocurrido. NO fue difícil mostrar lo que había sucedido realmente a la mayoría. Alguno me
desacreditó, pero la verdad, es que no importaba. NO eran muchos, y les conocía poco, así que me da lo mismo lo que piensen. Uno de ellos, Fornieles, a pesar de compartir amistad
con mi hermano, seguía cayéndome igual de bien. Solo éramos amigos en ese momento, pero todo cambiaría a mejor en poco tiempo.
Sobre Arnor, no se supo mucho. Lo único que puedo afirmar es que mi actual pareja compartió algunos meses de amistad con él, hasta que mi hermano, ansioso de dinero, y luego de
sangre, decidió traicionarle, matándolo en Anduar, llevándose a una decena de inocentes por el camino. Fornieles fue resucitado sin problemas en la Stoneenge del claro de los
Nyathor, pero parece ser que aún tiene pesadillas, pues algunas noches le he tenido que despertar para calmarlo. Por fortuna, tales malos recuerdos están yendo a mejor. Tras ser
devuelto a la vida por nuestra deidad, regresó al bosque de Thorin, en el que se rumorea su suicidio, secuestro y devorado por Lesirnac, o algo peor. El caso, es que lleva más de
un año desaparecido, y su cuerpo, desde luego, no ha sido visto nunca. Puede que haya recibido su merecido. NI lo sé, ni me importa, la verdad.
A partir de mi cuadragésimo cumpleaños, comencé a acompañar a Fornieles en sus aventuras. Desde entonces, hemos ido recorriendo el mundo aprendiendo diversas artes, entrenándonos
para lo peor, ayudando a quienes lo requiriesen y limpiando al mundo de lo diabólico, cosa que trataremos de seguir haciendo mientras que nuestros corazones sigan latiendo.
Mientras tanto, nuestro amor crecía de maneras inmedibles. Alguna vez hemos tenido un pequeño problema, como cuando decidí coger su arpeo en los montes del destino. Parece que la
broma no le sentó muy bien, pero no tardamos en reconciliarnos. Nuestra relación es bastante bonita. Tengo que admitir que a veces peco de hiper sexual, y es que suelo tomar
bastante la iniciativa con el chico de mi vida, aunque él tampoco se queda corto. Si hay algo que me quedó claro de toda la experiencia con mi hermano, es que a la persona a la que
amara iba a darle todo el cariño que pudiera. Nadie se merece que algo tan bonito como el sexo sea empleado con ánimo de herir, por lo que no pienso permitir que las malas
experiencias impidan que mi corazón pueda volver a latir por alguien. Puede que tengamos hijos, puede que no. Lo que está claro, es que estaremos juntos, y mientras estemos unidos,
que aquellos que se dignen a profanar a los pueblos indefensos, a los necesitados o a la naturaleza conozcan nuestro poder.
Rol
¿Cómo podría definirme? Difícil pregunta, la verdad, aunque intentaré presentarme de la mejor manera que pueda.
Ya conocéis mis orígenes y mi pasado, tan hermoso y tan horrible al mismo tiempo. No se puede decir que haya tenido una adolescencia normal, siempre que entendamos que la edad de
40 años para cualquier semi elfo es equivalente a la de un, aún inmaduro, humano de 16.
Siempre me he considerado amable con los demás, o por lo menos con aquellos que no me caen fatal. Con mis enemigos puedo ser piadosa, o no. La verdad, depende de cómo me encuentre
ese día. Desde luego, lo que no pienso permitir, es que se rían de mi. Ya tuve suficiente con todos aquellos que me hicieron daño, como para que vengan a molestar otra vez, a mi, o
a mis compañeros. Desde pequeña me ha gustado hablar con la gente. NO es que fuera muy social, pero siempre estaba dispuesta a mantener alguna conversación y aprender de ella. A
ser posible, también enseñar algo. Los infernales años con mi hermano me han demostrado, sin embargo, que no todo el mundo puede ser de fiar, y que incluso entre los que
teóricamente son nuestros amigos y, mayoritariamente, entre nuestros conciudadanos, puede haber alguna oveja negra decidida a beneficiarse todo lo posible, aun a costa del
perjuicio ajeno. Pero aun así no pienso aislarme del mundo. Puede que ahora sea algo más introvertida que antes, pero desde luego, siempre tendrá cualquiera, como mínimo, alguna
oportunidad conmigo.
También puedo considerarme de carácter decidido, cuando es necesario. Quizás no sea hábil para el liderazgo. Nunca lo he pretendido, ni he mirado a lo grande, o en busca de poder
(ni falta que me hace). Aun así, siempre que me sea posible, si alguien necesita alguna luz que le guíe, estoy dispuesta a ayudarle, en la medida en que mis cualidades y
conocimientos lo permitan.
EN cuanto a mi ciudadanía, puedo afirmar, sin duda alguna, que amo Thorin. Claro, no es que toda su gente sea angelical, pero desde luego, el ambiente no está nada mal. Lo más
inspirador de este pueblo es la voluntad de ser independiente del resto, aun a costa de poseer, en lo que se refiere a la ciudad, un territorio tan pequeño. Su fuerte tradición con
el provecho y defensa de la fauna y la flora de Eirea coincide casi a la perfección con mis valores. Siempre he sido una gran, aun no incondicional, defensora de la naturaleza.
Entiendo que cada civilización necesite su espacio. Después de todo, hay animales que moldean el medio a su antojo, por ejemplo, cavando madrigueras, por necesidad. Lo entiendo.
Pero desde luego, lo que no pienso permitir, es que se destruya algo tan bonito, mucho menos si es con pura maldad, y sin motivo alguno. Desde luego, aunque el poder no sea mi
meta, si tuviera que dirigir una ciudad, no me importaría en absoluto que fuera Thorin, aunque no por demasiado tiempo. NO sé si sería capaz de cargar con la responsabilidad de
miles de personas, con un territorio tan grande, y con una fauna tan abundante, durante demasiado tiempo sin echar a perder el reino.
Inclinación religiosa. Otro tema interesante. NO soy tan necia como para creer irracionalmente que hay solo un dios todo-poderoso en este mundo. Los grandes libros y las leyendas
que se cuentan demuestran claramente el linaje de estos seres inmortales. Queda clarísimo que no solo existe Seldar o Eralie. En lo personal me inclino por el lado del bien. Eralie
es mi guía, desde luego. Sigo su fe, aunque no completamente. Por muy dios que sea, pertenezco a una raza, o al menos, a parte de una, creada precisamente por estos seres
superiores para no tener que guiarse ciegamente por ellos, así que aprovecho este derecho que naturalmente se nos fue concedido.
Nunca he considerado que un régimen de obediencia estricta a los mandatos de un dios sea algo bueno, necesariamente. Más bien, un modo de fanatismo en su mayoría absurdo e incluso
insostenible a largo plazo. Como ejemplo de lo que digo, volvamos a las conversaciones con el vulcanólogo Relgh y el enterrador de Takome. La cruzada de Eralie, gremio al que
pertenezco con el ánimo de, únicamente, defender al pueblo, sigue un estricto régimen de obediencia a nuestra deidad, o al menos, eso es lo que venden al público. NO creo que eso
les haga un colectivo mejor, precisamente. SI fueras un perro, al igual que el miedo, podrías oler el hambre de poder que se extiende por la cruzada. Claro, no todos son así, y
existen fieles creyentes con un corazón igual de fiel, mas ambas cosas no tienen por qué ser necesariamente coincidentes. Simplemente existe un espacio para la compatibilidad, nada
más. Quizás a Eralie no le guste mucho la actitud tan decidida que tomo con aquellos a los que quiero míos (no me refiero a lo espiritual. Nos metemos en lo químico y físico). La
verdad, es que me da igual. No creo que esté haciendo daño a nadie, sino todo lo contrario; y si a Eralie le molesta, lo siento por él, de verdad. Nunca he estado a favor de todo
ese sermón de la castidad y la virginidad hasta el matrimonio. El placer que pueda recibir y dar a otros no es más que una extensión directa de mis objetivos de ayudar a los demás
(siempre con dignidad), a la vez que satisfago mis más profundos instintos como los de cualquier animal, y negar esta realidad, en mi opinión, roza la línea de lo absurdo, por no
decir que la cruza con creces. Que cada cual haga lo que quiera, pero ni puedo, ni quiero, corregir esta faceta de mi personalidad. Ya le compenso de otras muchas formas, y pienso
seguir haciéndolo mientras mi corazón siga latiendo y mis fuerzas me lo permitan, aunque sea tan solo para alzar una piedra contra los que quieran destruirnos o para curar una
mísera rozadura a un niño o a un soldado herido.
Jamás he creído en que solo hay una vida. EN mi opinión, tantas vidas hemos tenido en el pasado, y tantas otras pueden vivirse, como infinitas estrellas hay en el cielo, incluso
aunque algunas de ellas no podamos verlas. Sea como fuere, esta pienso aprovecharla en beneficio de todos los que me rodean y en detrimento de los que quieran extinguir la llama de
la esperanza.
Objetivos
Mis metas no son muy ambiciosas. Cuando hablé de mi historia, ya las comenté. Proteger a los pueblos y a la naturaleza de todo aquello que quiera corromperla, ayudar a los
necesitados en la medida de lo posible, ya sean personas o animales o plantas, y seguir aprendiendo en esta vida infinitamente llena de conocimientos a nuestro alcance. Sobre el
mundo en el que nos relacionamos, sobre diversas técnicas mágicas y artes… NO es que me apasione la música. Los instrumentos nunca han sido mi fuerte, pero tampoco es que me siente
mal el escucharla. Los bardos de ANduar llegan a levantarme el alma cada vez que viajo por sus tierras. Quizás algún día me anime a aprender algo de ellos. La literatura es un tema
bien distinto. Quizás no sea la religiosa aquella que más he leído, pero me absorbe de vez en cuando un buen libro. A veces me he animado a escribir algo, aunque fuera solo para
unos pocos, por lo que, mientras siga siendo mi fuerte, quizás pueda aportar a Eirea algo de inspiración y motivación.
Algún día contribuiré a las arcas de Thorin, de alguna manera; cuando tenga dinero suficiente como para hacerlo. Ya comenté que, aunque no sea ciegamente fiel a esta ciudad, es de
las que más me apasionan en este mundo. Después de todo, es donde nací.
¿Algo material? Sí, puede que sí. ¿Por qué negarlo? A mi padre le encantaban los patos, como bien explico cuando hablo ligeramente de él, deseando que descanse y renazca en algo
diferente tras su muerte. Quisiera poder crear un espacio para que estas aves puedan vivir tranquilas, cerca de mi futura casa (o en la que comparta con alguien más), a ser
posible. Una cabaña, o algo más grande (eso ya se decidirá en su momento), rodeada por un pequeño bosque en cuyo claro pueda observarse un estanque de patos… Sería muy bonito. Por
lo demás, ya veremos qué puedo hacer cuando mi economía sea algo mejor, aunque no es que aspire a nada relevante. Sin embargo, me niego a que este dinero pueda llegar a mi bolsillo
de maneras no honradas. El sufrimiento ajeno no tiene por qué alimentar este trivial deseo, así que si tengo que esperar, que así sea.
En cuanto a lo personal, no busco el amor, pero si quiere venir (lo que ya ha sucedido), le invito a quedarse cuanto quiera. El ejemplo de mi padre me inspiró para luchar por
aquello a lo que amo. La gente, mis amigos, la naturaleza, a mi familia. Por ello pienso darlo todo para que quienes quieran vivir puedan hacerlo. Quizás el combate no sea mi
fuerte, tal vez pueda lograr que lo sea, pero desde luego, no pienso quedarme de brazos cruzados mientras el más mínimo signo de un nuevo e inminente cataclismo nos amenace.
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