Inicio › Foros › Historias y gestas › Registro 2 Gruzzt
-
AutorRespuestas
-
-
Quizás hayáis oído historias sobre nosotros. Sobre como nos convertimos en piedra cuando los rayos del sol bañan nuestra piel, como vivimos en apestosas cuevas llenas de moho y huesos, restregándonos en nuestra propia inmundicia. Quizás el problema es que no sepáis nada de nosotros.
Los trolls somos una gran especie muy antigua, que se remonta a los inicios de Eirea. Como casi todas las razas antiguas nuestros ancestros fueron separándose y dando lugar a las distintas subespecies que a día de hoy moran en los reinos. Algunas son fáciles de encontrar, no tenéis que meteros más que debajo de un puente o en alguna oscura caverna, y es posible que veáis a uno de nuestros primos allí agazapados, presa fácil de mediocres aventureros que luchan contra una criatura arrinconada que es incapaz de salir de su madriguera por miedo a morir abrasado por los inmisericordes rayos del sol. Pero no toda nuestra especie es así, en las profundidades de los océanos, esquivos, viven los trolls acuáticos, y si posiblemente nunca hayáis oído hablar de ellos, es porque cualquiera que se los encuentre en el océano, no vivirá para contarlo. SU capacidad de regeneración en las aguas que nunca abandonan los convierte en prácticamente indestructibles. Mi subespecie fue posiblemente la que alcanzo en épocas anteriores al cataclismo, la mayor capacidad de adaptación. Morábamos en el que antiguamente se conocía como Bosque del Jabalí, que rodeaba la antigua fortaleza de Golthur Orod. La devastación causada por los eventos que acontecieron después prácticamente esquilmó a mi especie. Desde entonces nos retiramos a zonas más tranquilas y más afines a los orígenes de nuestra raza. A día de hoy se nos conoce como Trolls de los páramos, o trolls de los pantanos.
Los trolls no forman felices familias. Una cría troll nace y debe empezar a proveerse de alimento por sí misma pues sus progenitores no se ocuparán de ello. Busca a una criatura más pequeña que tú, mátala y cómetela. Así funciona nuestra vida. Yo, puedo considerar que nací dos veces. Mi primer nacimiento fue como el de todos los miembros de mi raza, el segundo nacimiento parte de una batalla entre trolls y orcos de Golthur Orod, cuando volvían de una incursión, ya no recuerdo donde, y para acortar el camino decidieron internarse en nuestros páramos.
El camino les condujo hasta el centro mismo de los páramos, donde cada paso era una tortura, pues el lodo aprisionaba sus pies, y los succionaba a cada paso. Pero los orcos no son una raza débil y pese al cansancio mantenían un paso constante y firme, a pesar de ir pertrechados con armaduras pesadas, armas y escudos. Cuando llevaban un día de travesía por los páramos estos parecieron cobrar vida.A los trolls el impulso que más les mueve es el de alimentarse, y cualquier criatura viva que se atreva a entrar en sus páramos se convierte en alimento. Atacan sin piedad y sin miedo, pues saben que es increíblemente complicado que alguna criatura sea capaz de acabar con ellos.
Ese día, el líder de los orcos que no era nada menos que el propio Caudillo de Golthur, se vio sorprendido por la ferocidad del ataque y de como cientos y cientos de criaturas emergían de debajo de las aguas. Estas criaturas eran bastante grandes, más que los propios orcos y sus brazos desproporcionadamente largos arrastraban por el suelo unas afiladas garras pese a estar totalmente erguidos. El caudillo gritó órdenes rápidas y los orcos formaron en círculo para aguantar el ataque. Los trolls atacaron sin armas, solo armados con sus manos desnudas, sus garras y alguna rama enorme que utilizaban a modo de porra. Las hachas de los orcos no tenían piedad y cada vez más miembros cercenados volaban por el aire. Y aun así veían los orcos que esas extrañas criaturas continuaban atacando sin miedo, cosa que los desconcertaba, ya que no conocían nuestra raza ni nuestra naturaleza. Los trolls tenemos una capacidad de regeneración infinita, y si cortas un miembro a un troll, a este le volverá a nacer.
El ataque fue brutal y pronto el caudillo se dio cuenta de que nada tenían que hacer pues por muchos cortes que hicieran a los trolls estos seguían atacando como si no se percatasen de ellos, mientras veían como sus heridas se cerraban, gracias a una regeneración nunca vista hasta entonces.
Mientras observaba a su alrededor, intentando aún salvar su situación, una enorme rama se estrelló contra su cabeza, derrumbándolo. Su cuerpo inerte cayo entre las pestilentes aguas, y rápidamente el propio troll se le echo encima mientras intentaba desgarrarlo con sus manos y morderlo para arrancarle la carne a bocados. El Caudillo se revolvió y desenvainando una cimitarra que tenía en un talabarte cruzado a la espalda, empezó a lanza rápidos cortes contra las manos que le asediaban y le agarraban las piernas arrastrándolo hacia él. Por fin fue capaz de sesgar las manos y, con ayuda de unos secuaces que acudieron en ayuda del líder caído, emerger de las aguas resoplando y escupiendo lodo.
Retirado grito, corred hacia Golthur.
La columna se puso en movimiento, pero en el primer paso que dio el caudillo volvió a caer de bruces en el lodo, ya que apenas era capaz de mover sus piernas, desgarradas y mordidas por el troll en muchísimos puntos.
¡Ayudadme! – grito a sus súbditos.
Estos sin ninguna vacilación, y entre cinco miembros lo cargaron encima de sus hombros y sin pararse a mirar atrás empezaron a correr hacia la fortaleza, mientras que el Arconte organizaba grupos para coordinar una retirada organizada.
De los cientos de orcos que entraron en los páramos, apenas unas decenas fueron capaces de escapar con vida.
El caudillo atravesó la puerta norte de Golthur Orod aun a lomos de sus súbditos y fue llevado rápidamente a la sede de la horda negra, donde el hierofante rápidamente se puso a tratar sus heridas mientras imploraba la ayuda de Gurthang.
Poco a poco todas las heridas fueron cerrándose, pero un incesante dolor en la base de su espalda seguía siendo atroz.
El hierofante ordenó que lo girarán y retiro la cota de malla que cubría su espalda. Su sorpresa fue mayúscula cuando debajo de esta encontraron a una cría de troll, con sus brazos clavados en la espalda dándose un festín con la sangre que manaba de sus heridas. El hierofante se apresuró a retirarlo y mientras lo alzaba continuaba moviéndose y se intentaba revolver contra él este que la sostenía lejos de su cuerpo con una mueca de asco en la cara.
¡Quemadla! – ordeno el hierofante. – Infame criatura… mi Caudillo, esto es un troll de los páramos, una de las antiguas razas. Su capacidad de regeneración es asombrosa, y la mejor manera de deshacerse de ellos es el fuego.
¿Trolls has dicho que se llaman? ¿Como el que mora bajo el puente del río Derebar?
Así es mi caudillo, ambos son la misma especie, aunque este es de otro tipo. En la biblioteca de las catacumbas hay una gran documentación de ellos, ya que en su día nuestros ancestros en ocasiones se aliaban con ellos para realizar incursiones. Son unas criaturas tremendamente salvajes e increíblemente poderosas. Son el ariete perfecto de cualquier ejército. No conocen el miedo y su ferocidad rivaliza con la nuestra. Pero a día de hoy es totalmente imposible llegar a esa unión, son totalmente salvajes y primitivos. Lo único que podemos hacer con ellos, es esto… quemarlos – dijo mientras acercaba la antorcha a la pequeña cría, que al ver el fuego empezó a revolverse con mayor ferocidad.
¡Espera! – exclamo el caudillo – Jejeje, no lo hagas. Mira como se revuelve el pequeño, se le ven las ganas de arrancarte los ojos. Me intriga esta raza, así que encerrarlo en una jaula. ¿De qué tamaño debe ser esta? No sé hasta que tamaño llegan a crecer estas criaturas, pero las que vimos en el páramo eran realmente enormes.
Depende como en casi todas las razas del tamaño de sus padres, pero en general es una raza que crece enormemente.
Quizás los orgos puedan rivalizar con ellos en tamaño, aunque sin duda no en fuerza. Son increíblemente fuertes.
Perfecto. Encerrad la cría en una jaula y moverla a mis aposentos, tengo gran curiosidad.
Y así nací, por segunda vez fruto una batalla entre orcos y mi pueblo, y gracias a mi sed de sangre y un caudillo curioso de Golthur Orod. Os ahorraré detalles de como fui creciendo poco a poco hasta convertirme en un troll adulto. Mi vida discurría en la jaula sin mayor contacto con nadie, y solo recuerdo una sensación en especial de esa época. Hambre.
El caudillo fue ocupándose de eso y cada día arrojaba a mi jaula algunos pobres infelices que capturaban en las inmediaciones de la fortaleza, y si no había conseguido capturar a nadie, arrojaba tres o cuatro kobolds para que me mantuviese fuerte. Siempre lo hacía él y se quedaba observando como despedazaba y me comía a estas desdichadas criaturas.
Y así pasaron los primeros meses de mi vida, mi jaula permanecía en sus aposentos, salvo cuando recibía a algún emisario de otra ciudad en cuyo caso se me desplazaba al salón del trono. En parte lo hacía para impresionar a los propios emisarios, y en parte porque en función de las noticias que le diera el emisario, yo ese día tenía una ración extra de comida o no.
Todo cambio una noche, en los aposentos del caudillo, mientras este hacia retumbar los vidrios de las ventanas con sus ronquidos. Nuestra especie tiene un olfato muy agudizado, y un olor peculiar llamo me saco de mis sueños tranquilos en los que despedazaba a una de esas pequeñas criaturas con orejas puntiagudas y de carne fina que a veces arrojaban dentro de mi jaula. Este olor me recordaba a una comida extra que había tenido hace unos días en el salón del trono, cuando decidieron que el mejor sitio para una criatura de color verde era dentro de mi jaula. Abrí los ojos y con sigilo vi como tres de estas pequeñas criaturas se deslizaban furtivamente dentro de la habitación y sacaban unos pequeños utensilios metálicos afilados, parecidos a los que portaban las criaturas que moraban a mi alrededor y que utilizaban para matarse entre ellos. Un sentimiento de temor se apoderó mi al darme cuenta de que esas criaturas iban a acabar con la vida de quien me procuraba la comida, así que arremetí contra jaula con toda la potencia que podían desarrollar mis enormes piernas. Los barrotes de esta se doblaron bajo mi peso y pese a que el hueco era insuficiente para que pudiese atravesar con él con un bramido de furia introduje mis manos entre los barrotes y empecé a ejercer presión sobre estos mientras intentaba separarlos y un bramido surgía de mi garganta
Aaaaataaaaaarrrrr – grite con furia.
El ruido y mi bramido despertó al caudillo que se encontró con la extraña situación de que había tres goblins con las armas desenfundadas y un troll, ahora suelto, en su habitación. Rápidamente hecha mano de su hacha y apoyo la espalda contra la pared preparado para aguantar la acometida de estos, pero esta no llego a producirse.
Me arroje sin piedad contra los goblins, y con mis manos desnudas los despedace mientras la sangre verdosa bañaba las paredes. En apenas un minuto solo quedaban miembros esparcidos por el suelo de estos tres goblins, y con calma me puse a comérmelos mientras el caudillo aun con su hacha en la mano me miraba con desconfianza. Levante la mirada y pronuncie:Omidah.
Y tranquilamente seguí dando cuenta de los restos hasta que acabé con ellos. Después con calma volví a mi jaula me recosté sobre el fondo y volví a quedarme dormido ahora más feliz con el estómago lleno.
Al día siguiente el caudillo decreto que podía moverme libremente por la fortaleza de golthur. Me dieron algo llamado ropa y otros objetos más duros que pusieron alrededor de mi cuerpo mientras farfullaban una sarta incomprensible de sonidos entre los que entendí arma y protección.
El caudillo decretó que era imprescindible que pudiera comunicarse conmigo así que puso a varios tutores a enseñarte los conceptos básicos de la lengua negra. Digo que puso varios, porque cuando me aburrían mucho tendían a acabar convirtiéndose en un postre.
Al cabo de pocos meses era capaz de entender frases sencillas y a pronunciar con cierta dificultad una serie de palabras que me servían para entenderme con los que me rodeaban.
El caudillo decretó que debía recibir algo que llamo instrucción marcial y que dado mi tamaño y mi fuerza un viejo bárbaro que habitaba en el bosque al norte de Golthur era el más indicado para hacerlo.
Junto a él aprendí a utilizar mi fuerza y mi peso como arma, y que cuando lanzaba mis puños contra mis enemigos, si portaban en las manos ciertos objetos mis ataques eran muchísimo más dañinos. Aunque nunca consiguió eliminar mi costumbre de lanzar dentelladas a la carne del enemigo, así que acabo optando en convertirlo en otro recurso que podía utilizar cuando el enemigo se encontraba cerca.
Cuando acabe mi instrucción, el caudillo decreto que era digno de formar parte de la Horda negra, y así comenzó mi nueva vida, junto a los orcos.
-
-
AutorRespuestas
- Debes estar registrado para responder a este debate.