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Todo lo que Leethel recuerda de sus primeros años de vida es crecer en una austera cabaña de madera, perdida en medio de un frondoso bosque y con la inestimable ayuda y compañía de Yrdriel, su mentor. Este le educó lejos de la sociedad, y le enseñó a valerse por si mismo bajo cualquier circunstancia. Un pequeño huerto escoltaba la cabaña, y tras de él varios arboles frutales, suficientes para poder alimentarse. De vez en cuando cazaban un jabalí o ciervo, las proteínas de estas carnes era demandada para el entrenamiento del joven semi-elfo.
Sin entender muy bien porque, el joven era obligado por Yrdriel a estudiar diferentes idiomas durante varias horas diariamente. Y si el joven decidía cuestionarlo en algún momento, Yrdriel, sin dar explicación y con mucha rectitud decía: Ya lo entenderás en un futuro. Futuro que el joven nunca vislumbraba, puesto que fueron muchos años descifrando viejos escritos en antiguos idiomas de variadas comarcas. Esto despertó en Leethel la necesidad de descifrar nuevas inscripciones, cada vez mas complejas. Lo que para el era ya un simple juego diario se convertiría en una útil herramienta para su futuro.
Mantener con vida plantas debilitadas que Yrdriel recogía por el bosque era otra tarea de las que se tenía que encargar Leethel. Como la de cuidar una vid trepadora que se encaramaba en un lateral de la casa, dando como frutos racimos de diferentes tipos de uvas. Igual se podían observar racimos de color amarillentos que verdes, o azul intenso o morados.
A su décimo cumpleaños, Yrdriel le regaló un precioso cuchillo afilado, herramienta que le enseño a utilizar a la perfección. Tras varios meses manejándolo y viendo el mentor que su alumno ya tenía cierta maestría decidió enseñarle el arte de desollar y crear confortables piezas de vestimentas para los duros y fríos inviernos. Mientras le aleccionaba que nunca se debía matar por gusto, sino por necesidad, le mostraba que de cada pieza cazada habría que aprovecharlo todo. Las pieles para cubrirse de los fríos inviernos, la carne que se podía conservar ahumándola o en salazón. Los cuernos, dientes y pezuñas, para fabricar pequeños utensilios, y, ¡hasta las tripas y los estómagos!
A la temprana edad de catorce años, el sueño era perturbado por raras e inexplicables pesadillas que lo despertaban cada noche cuando yacía en su lecho. Le parecía al joven tan real, que a veces hasta podía ver sobre su piel marcas de arañazos o algún que otro leve desgarro de piel. Cuando Yrdriel observó que las pesadillas eran tan intensas y poderosas que le hacían flagelarse entendió que era el momento. Aquella mañana fue diferente, no habría clase de idiomas, ni de botánica, ni de despojo de animales. Lo despertó antes de lo usual, y le dijo: Leethel, ha llegado la hora de que entiendas tu destino, hoy será diferente, será el día en que puedas canalizar tu poder, y controlar tus miedos y pesadillas.
Apenas hablaron durante el camino, que duró varias horas. El joven al que siempre le gustaba conversar con su mentor, y que le hacia miles de preguntas diarias por satisfacer su curiosidad, paso horas caminando sin preguntar ni decir nada. Por otra parte, Yrdriel, al frente de la caminata con paso firme y decidido, no paraba de pensar en si el joven pasaría la prueba, o seria otro sacrificio en vano para la Bestia.
Descendieron por una pequeña abertura camuflada tras una roca en medio del bosque. Tras cruzar por unos estrechos y pequeños túneles, Yrdriel, perturbó el silencio que reinaba en la zona para decir: Hemos llegado. Frente a ellos un altar de piedra, recubierto de verde musgo y unas extrañas enredaderas que crecían rápidamente al pasar el viejo semi-elfo la mano sobre ellas. Las enredaderas se alzaban una cuarta por encima del viejo altar de piedra, formando estas una especie de garra terminada en unas amenazantes y afiladas uñas. Un flash azoto la mente del joven, y tras unos incontrolables movimientos, y viéndose como en tercera persona, disponía su cuerpo sobre la amenazante garra haciéndole perder la consciencia y caer desplomado por completo. Lo próximo en escuchar el joven fueron las palabras provenientes de los labios de Yrdriel: ‘magius deux curato’. Recobró la consciencia, dirigió una cómplice mirada al anciano semi-elfo, y asintió con la cabeza, demostrándole que ahora lo entendió todo.
Pues aquí empieza el camino, dijo Yrdriel.
Ahora entiendo el porque de todos estos años, añadió Leethel.
Sus próximos años lo pasaron con un estricto y duro entrenamiento, visitando asiduamente el altar para hacer sacrificios a Ralder y que este le diera la fortaleza para hacer lo correcto. Ralder le dio el don del polimorfismo, e Yrdriel le ayudó a perfeccionarlo en un corto periodo de tiempo, con mucho esfuerzo y sacrificios.
Tras largos años de entrenamiento y exploración Leethel fue capaz de entender y controlar los hechizos que Ralder le puso a su disposición, y cada una de las formas que podía adoptar para derrotar a sus enemigos y conseguir sus objetivos. Yrdriel orgulloso de su fiel e inseparable amigo, y sabiendo el anciano del potencial del mismo, empezó a contar con él para que participara activamente en las misiones y aventuras que llevaba a cabo.
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