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    • Jashraia
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      Lo primero que vieron los ojos de Bax fue la amarga y desolada imagen de su madre dando a luz engrillada a la pared. A su oscuro alrededor yacían otros sucios y malolientes seres traídos a la fuerza a las tierras lagartas de Grimozk como esclavos desde las anárquicas tierras del norte.

      Bax miró a su progenitora sin entender lo que pasaba, mientras esta cogía uno de los cachorros recién nacidos para devorarlo. La madre instintivamente llevaría a cabo esta acción para eliminar a los cachorros más débiles y así darle mejores oportunidades a los que tenían un futuro más promisorio.

      Un gigantesco orco agarró a la fuerza otro de los hermanos de Bax, que temblaba en un charco de sangre, para partirlo en dos de un mordisco mientras exprimía la sangre del joven cuerpo sobre su rostro. La indiferente mirada de su madre y del resto de los seres presentes hicieron entender a Bax que este salvaje comportamiento era normal.

      Al comprender lo que sucedía a su alrededor, y con apenas un par de horas de haber nacido, Bax intuyó que si no se ponía de pie pronto, su cuerpo acabaría en pequeños trozos tal como el de sus hermanos. Menos de una hora había transcurrido y la kobold ya estaba de pie, escondiéndose tras su madre y vigilando cuidadosamente sus alrededores en un acto de puro instinto.

      Bax crecería como una esclava de los cultivos de Grimozk. Allí vería morir a su madre, y a muchos otros de los que crecieron a su lado producto de latigazos propinados por los maestros esclavistas. Hechos tan simples como alzar la mirada o dejar caer un cesto al suelo significaban la muerte, gatillando dentro de Bax un odio inconmensurable por los, como él los nombraba, malditos seguidores de Ozomatli.

      Noche tras noche se prometía a si misma que escaparía de su esclavitud para llevar a cabo el anhelado deseo de conocer las tierras del norte de las cuales su madre solía hablarle cuando era pequeña. Bax soñaba con llegar algún día a Ancarak, tierra de muerte y anarquía, rodeada de otros iguales a ella.

      La única arma que la kobold había podido conseguir para llevar a cabo su escape era un tubo de bambú ahuecado que le llamó profundamente la atención. Lo había encontrado por casualidad en una de sus interminables y tortuosas jornadas laborales en los campos de cultivo.

      Bax había estado fabricando dardos de madera en sus horas libres y había estado practicando escondida con el tubo de bambú como si fuese una especie de cerbatana. Era un arma rústica y anticuada, pero los dardos volaban rápidamente certeros incrustándose en sus objetivos.

      Una fría noche de invierno, luego de planear el ansiado escape junto a un grupo de kobolds a los que convenció, Bax llevó a cabo su cometido. La kobold era la mayor del grupo y estaba precariamente preparada, pero el instinto de supervivencia flameaba rojo dentro sus ojos.

      Utilizando un par de niños goblin de carnada sin remordimiento alguno, Bax acabó rápidamente con el primer grupo de guardias que amenazaban el escape. Estos no entendían que sucedía, ya que solo veían a sus compañeros caer de uno en uno mientras agudos silbidos sonaban replicando en sus oídos.

      Uno de los guardias que se dio cuenta de lo sucedido, vio un dardo clavarse en el hombro de su compañero. Este, buscando a su alrededor, vio a Bax apuntándole desde la cima de un árbol que estaba a un lado del pantano.

      El guardia intentaría lanzarse a la carga pero antes de dar el primer paso otro silbido rompería el silencio de la noche. El lagarto caería arrodillado para luego ser acribillado con más de una decena de dardos, todos incrustados majestuosa e implacablemente en cada uno de los puntos débiles de su cuerpo.

      El escape había sido todo un éxito. Bax y el grupo de otros kobolds consiguieron evadir a los maestros esclavistas y se escabulleron por los pantanos, comenzando un largo éxodo a las tierras del norte, liderados por la habilidosa maestra cerbatanera.

      Tras una larga jornada, que el grupo solo resumía de noche para evadir grupos de búsqueda, Bax y el grupo consiguieron llegar a los entramados de túneles de Ancarak, donde la bienvenida fue fría y hostil pero donde la kobold finalmente lograría sentirse como en su hogar entre los suyos.

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