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    • Hoju
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      Es un humano de metro noventa de altura aproximadamente y complexión delgada y atlética. Su larga melena blanca, fuerte y tupida, enmarca un rostro surcado por profundas arrugas. A pesar de su considerable altura, evidente enjutez y avanzada edad, su espalda y hombros lucen perfectamente enderezados. Todo su cuerpo está cubierto de tatuajes, algunos superpuestos y de formas vagas y bordes indefinidos. Uno de ellos, de mayor tamaño y situado en el antebrazo derecho, representa un corcel blanco en frenético galope.


      Mi nombre es Heihetsu de Arilven, humilde servidor de Hiros y maestro del arte marcial conocida como khaldar. A pesar de que mi nombre aparece grabado debajo del de mis progenitores sobre una tabla de pizarra dentro del registro de habitantes de Eldor, he de reconocer que a veces necesito concentrarme para recordarlo. Alguna que otra vez me encuentro sin conseguir evitar engañarme a mí mismo de manera fútil y pienso que mi avanzada edad no tiene influencia alguna en ello, pero no es menos cierto que pocos quedan ya en el poblado que se dirijan a mí por mi verdadero nombre. Mis coetáneos suelen usar el cariñoso diminutivo de Aitsu, mientras que mis jóvenes alumnos, no sin cierta medida de petulancia, prefieren otros términos como el taciturno o el maestro huraño. Y quién podria culparlos… disciplina, concentración, mesura y paciencia son los pilares de mis enseñanzas, todos ellos en el espectro opuesto del torrente de emociones que emanan de un corazón joven.
      A veces me pregunto si yo mismo me comportaba de forma tan impulsiva en mis años de juventud. Será que todo anciano refleja sus anhelos y esperanzas en aquéllos que le sucederán y por ello impone una carga de responsabilidad demasiado pesada en ellos?. Será que la vejez precede al olvido?. «Olvidar es morir poco a poco», eso solía decir mi maestro, o eso creo recordar… Meditaré sobre ello.

      Los recuerdos se vuelven borrosos cuando uno ha vivido tanto, la mente los manipula a su antojo haciendo aquéllos agradables aún mas bellos cuanto más lejanos en el tiempo. Otros, los más aciagos, nos persiguen como fantasmas etéreos, siempre amenanzado tornarse corpóreos y ensombrecer el futuro. Un maestro de la meditación no debería permitirse jamás divagar en semejantes cuestiones, pero la línea que separa la lógica de las emociones es fina, y caminar sobre ella sin tropezar no es una cualidad innata, es un modo de vida, para toda la vida, que se transmite de generación en generación a través de los mismos pilares que ya he mencionado. Esto es equilibrio.

      Así es nuestro modo de vida, sencillo y austero, basado en el intercambio justo. Poco importa que troquemos un bien material, una enseñanza o un simple gesto de aprecio. Los eldorenses no perdemos el tiempo animando las tardes con canciones de guerra o grandes torneos de justa como aquellos que organizan nuestros amigos del sur dentro de los fastuosos muros de sus ciudades de plata. No debe confundirse sin embargo nuestra visión de la existencia como una excluyente o supremacista. Nuestro pueblo respeta toda raza, costumbre o religión, siempre que no supongan una amenaza para nuestro modo de vida. Solo así, elevándose por encima de lo mundano, teniendo como único objetivo en nuestra existencia terrenal la persecución del equilibrio, puede un ser humilde alzarse por encima de sí mismo y alcanzar el fin último. Galopar para siempre sobre las verdes praderas hacia la luz de Hiros.

      Lo he decicido. Aún a riesgo de provocar un debate de difícil conclusión entre mis pupilos, hoy me dedicaré a repasar estas cuestiones existenciales con ellos, aunque me temo que la clase de hoy no gozará de mayor aceptación que cualquier otra y, un día más, tendré que conformarme con ser «el taciturno». Poco saben mis queridos jóvenes acerca otros aspectos de la férrea disciplina que les aguarda en cuanto decida que su mente está realmente preparada para todo. Cuando ese día llegue los enviaré al oeste, al gran Templo de Avharanna, para comenzar su entrenamiento marcial en el arte del khaldar ofensivo tal y como en su día yo hice. Sólo en ese momento sabré si mis enseñanzas han estado a la altura, pues no ha habido ni habrá jamás un Monje de Hiros capaz de defender a los suyos que no haya puesto el equilibrio por encima del ansia de combate.

       

       

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