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    • Jashraia
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      Los oscuros rincones del bosque baldío no eran el lugar apropiado para ser transitados por una cría kobold de tan corta edad, pero la verdad es que para Sugha esto era un acto rutinario que no significaba mayor preocupación, puesto que aquella zona boscosa era lo que ella consideraba como su hogar.

      Abandonada cuando apenas conseguía abrir sus ojos, la sucia y maloliente kobold, quien hizo de los bosques su morada, caminaba en cuatro patas, se alimentaba de insectos y admiraba las estrellas durante las largas y frías noches de Golthur Orod mientras aullaba en dirección a las lunas junto a las demás bestias.

      Cuando apenas tenía tres inviernos a sus cuestas, Sugha yacía ensangrentada y medio muerta en un claro del bosque mientras era atacada por una jauría de feroces lobos de negro pelaje. Estos habían olfateado su presencia cerca del entramado de túneles que conectaban la zona con el siempre combustible volcán N’argh.

      Fue en ese preciso momento de vida o muerte que una anciana mujer goblin, cubierta con una gruesa piel de oso sangrante entró en el claro apoyándose en un extraño cayado que parecía estar hecho con la espina dorsal de alguna especie de animal marino.

      La anciana miró fijamente al depredador que comandaba la caza logrando conectar con su cordón astral, consiguiendo que éste dejase de lado los amenazantes gruñidos para pasar a una actitud maternal y protectora. El lobo comenzó a lamer las heridas de la pequeña alertando con una ligera mueca al resto de la manada que la caza por aquella noche había culminado.

      La mujer goblin, que había sido enviada a la zona por uno de los brujos arcontes de la horda negra en una peligrosa investigación, atendería las heridas de la kobold con distintos ungüentos fabricados a partir de cortezas y aceites. Luego dejaría a la pequeña cría descansar en la improvisada choza que tenía preparada no muy lejos de allí para proseguir con su estudio de los grabados que había encontrado en una cripta cercana.

      -Aquella pequeña cría servirá como excelente carnada. Pensó la bruja.

      Unos días atrás la mujer goblin había descubierto una fosa oculta en unas de las criptas colindantes al oscuro bosque del Tauburz, donde la atmósfera de poder y maldad que emanaba de su interior apabullaban cualquier intento de exploración.

      Los cuidados de la bruja lograrían que Sugha volviese a ponerse en pie, quien con inocente curiosidad, observaba cada detalle, gesto y atavío de la goblin por la cual rápidamente sintió una gran admiración, sin sospechar que estaba siendo instruida para convertirse en un sacrificio.

      La pequeña Sugha, sin miedo alguno, entró al interior de la oscura fosa caminando en sus cuatro patas cuando el suelo en el que se encontraba cedió abriendo un agujero que parecía no tener fondo. La pequeña cayó luego de perder la estabilidad al soltarse la roca de la cual estaba sujeta, emitiendo un desgarrador grito que se desvanecería mientras caía al vacío.

      La bruja, quien había formulado un hechizo de enlace sobre la kobold, rápidamente comprendió que la zona estaba en muy mal estado y repleta de trampas. Agradeció haber enviado a la pequeña en su lugar para luego decidir esperarla por algunas horas para ver si conseguía obtener más información de la carnada que yacía aún con vida en el fondo de la cripta.

      Un par de lunas atravesaron el horizonte y la bruja, quien aún sentía a la pequeña con vida en el interior de la fosa decidió entrar pues parecía ser un lugar seguro. Esta colocaría un arpeo para descender al fondo de la estancia y así continuar con la investigación de la cripta.

      Una vez llegada al fondo, la bruja encontraría lo que sospechaba, un olvidado templo en ruinas dedicado a una antigua deidad. Cerca de su altar central se encontraba, completamente sana, la pequeña Sugha quien parecía conversar con alguien que no se podía observar a simple vista.

      -¿Con quién hablas Sugha? Preguntó la bruja, quien pensó que la kobold estaba delirando tras tantas horas sola en la claustrofóbica oscuridad.

      -Grrrrrrrr, con mi nuevo amigo. Respondió Sugha. -Aunque dice que no le gustas.

      La desconcertada bruja no veía nada a su alrededor, aunque sintió claramente una demoníaca presencia que doblegó su espíritu. La mujer comenzó a murmurar extrañas palabras en una antigua lengua para intentar ver más claramente la realidad a su alrededor.

      -Whof Grrrr, él está caminando hacia ti, ¿acaso no lo ves? Pregunto Sugha.

      Cuando el cordón espiritual de la bruja logró sintonizarse con aquella presencia fue demasiado tarde. Un gigantesco orco de etérea apariencia que medía más de tres metros de altura apareció parpadeando a un lado de la goblin blandiendo una gigantesca cimitarra con la cual le cercenó la cabeza haciendo que esta rodara por el suelo mientras su cuerpo se desplomaba sin vida.

      -He sido elegido por Gurthang como tu protector en la eterna contienda contra todas las razas de este mundo. Para regocijo del Señor de la Guerra, desde hoy y para siempre, seré tu protector Sugha. Siento haber matado a la bruja, pero sus intenciones contigo no eran las mejores. Dijo con una voz de ultratumba el espíritu de Golvag el Destructor, uno de los ancestros del círculo del caos y avatares más poderosos de Gurthang.

      -Whoof whoof, No me importa. ¿A qué vamos a jugar ahora? -Dijo Sugha mientras observaba sin emoción alguna la sangre de la bruja brotar de su cercenado cuello inundando la estancia.

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