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    • annaryan
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      Escucha con atención..

      Mira a la izquierda..

      Mira a la derecha..

      Respira hondo..

      ¡¡¡¡¡ Corre !!!!!

       

      Como una pequeña rata correteando por las sombras la diminuta figura
      cruza evitando las luces tanto cómo le es posible. Se detiene en otro
      nuevo callejón oscuro de Veleirón. El corazón le va a estallar en el
      pecho, la sangre se agolpa en las venas siguiendo el frenético ritmo que
      le impone la adrenalina.

       

      Escucha con atención..

      Mira a la izquierda..

      Mira a la derecha..

      Respira hondo..

      ¡¡¡¡¡ Corre !!!!!

       

      Se agazapa tras el enorme cadáver de un humano, va bien pertrechado y
      podría tratarse de uno de los voluntariosos pero ineficaces defensores
      de la ciudad. El fuerte olor a almizcle inunda sus fosas nasales
      entremezclado con el ferroso olor de la sangre de su improvisado
      escondite. Todavía está caliente y la sangre burbujea todavía en su
      cuello, como si el aire que resta en el cuerpo intentara salir para huir
      de la muerte que se está apoderando de él. En ese momento, la venenosa y
      sibilante lengua de un hombre-lagarto rompe el hipnótico volcán de
      sangre despertándole.

      • ¡¡¡ Se acercan !!! *

       

      La alarma se apodera de su alma encendiéndola como ascuas bajo el
      viento
      su mente, confusa, busca una salida y recuerda el olor a
      almizcle, entrecierra los ojos y consigue ver la entrada a los establos.
      a gatas, intentando no hacer ningún ruido, entra y se camufla entre la
      paja esperando esconder su olor a semi-elfo de la aguda percepción de
      los asaltantes y parece funcionar. Alumbrados por la luz de las
      antorchas, sus enormes cuerpos deben doblarse para poder atravesar la
      puerta. Hablan entre ellos con la calma de dar la incursión por acabada,
      ríen y comentan en su maldito siseo ininteligible mientras, casi con
      desgana, van pinchando las balas de paja intentando hacer salir a
      cualquiera que se esconda.

       

      Su corazón golpea tan fuerte en su pecho que no entiende cómo es posible
      que no le oigan, el cruel tridente golpea la paja y la madera, cada vez
      más cerca…

       

      • ¡¡ No puedo más !! *
      • ¡¡ Me matarán !! *

       

      La fría punta del tridente golpea su rostro dolorosamente, la herida no
      es profunda pero araña su cara con una diagonal desde por encima de su
      ojo izquierdo hasta su mandíbula, en el costado opuesto. Con una fuerza
      inusitada mantiene la boca cerrada, pero el tridente sale y posiblemente
      el próximo golpe sea letal.

      • ¡¡¡¡¡¡¡ YAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH !!!!!!!!!!!!

      Con un grito salvaje, que más que una amenaza es el más primario canto a
      la supervivencia, sale entre la paja de un salto y corriendo hacia la
      salida. Los incursores, completamente desprevenidos, trastabillan entre
      ellos y caen de espaldas enredando sus poderosas colas, tridentes,
      piernas y brazos en un esperpento casi cómico. Habría sonreído al verlo
      si el miedo no ardiera en su estómago como el aliento de un dragón. Sus
      diminutos pies tropiezan y no se atreve si quiera a girarse o a frenar.
      Gatea, se levanta de nuevo con sus rodillas sangrantes y sigue
      corriendo. Una figura conocida por todos en Veleirón se dibuja en el
      rabillo de su ojo, apenas un segundo, pero es el Edhelorn, el árbol que
      reina desde la plaza central del poblado. Está algo cambiado, de sus
      ramas más bajas cuelgan varios cadáveres, seguramente veleironitas,
      algunos medio devorados. Sus ojos se llenan de lágrimas cuando va
      comprendiendo, poco a poco, cuál es el destino de su familia y todos sus
      seres queridos. Vuelve a tropezar y, aunque no siente el dolor físico en
      este momento, uno mucho más profundo le embarga. Todavía no lo sabe, pero
      es su inocencia, vertiéndose en el suelo tras cada lágrima, hasta no
      quedarle nada, absolutamente nada. Eralie, en una pequeña pero
      definitiva despedida, al sentir como se pierde un alma entre sus fieles,
      le concede un relajante sueño, blindando su inocente corazón para siempre.

      Las gaviotas, gritando sin parar, terminan por despertarle. Zola, la
      joven semi-elfa de Veleirón de apenas 10 años se frota los ojos

      intentando apartar las legañas y un dolor punzante le surca el rostro.
      Se palpa y la realidad, como la más cruel de las espadas, atraviesa su
      mente, su corazón y su alma recordándole la pasada noche. Mira su
      cuerpo, magullado, sus manos heridas, y el sabor de la sangre reseca en
      la boca. No entiende como consiguió sobrevivir y, mirando a su alrededor,
      empieza a darse cuenta de que todo se mueve. Quizá sea las descargas de
      dolor que están azotando todo su cuerpo en oleadas contínuas, o algo
      más… al habituarse su vista un poco más a la oscuridad que la rodea se
      da cuenta de que está en la bodega de un pequeño barco. No recuerda cómo
      embarcó y se sorprende a sí misma cuando los recuerdos de la fatídica
      noche pasada llegan a ella vívidos pero sin alterar su corazón, su
      inocencia y su alma perdidas llevan su mente a temas más prácticos:
      hambre. El rugido de su estómago es evidente y necesita comer algo, se
      levanta y descubre que el frío ha entumecido sus músculos, recoge la
      manta que alguien puso sobre ella, * quizá mi salvador * piensa, y se lo
      pone por encima de los hombros. Al asomarse a la cubierta no hay nadie y
      al dar unos pasos más y acercarse a la popa descubre que se encuentra en
      una ciudad desconocida. Los barcos que le rodean, y en el que se
      encuentran, no corresponden a los típicos barcos de Veleirón, de
      llamativos colores. Son oscuros, acordes a la tormentosa y lúgrube

      imagen que ve desde allí, el mar medio congelado, y un agitado muelle
      donde los marineros negocian con descaradas mujeres medio desnudas.

      Con frialdad analiza la situación, no puede esperar indefinidamente por
      alguien que no sabe quién es o qué intenciones tiene, valora las
      probabilidades de convertirse en una de esas mujeres o de ser
      esclavizada y decide saltar por la borda. No deja un mensaje, no dice
      nada, simplemente se marcha, su frío corazón ya no siente esas
      necesidades. Sin saberlo, Zola se adentra en el mercado portuario de
      Keel en busca de su futuro.

      Los primeros días son duros. El hambre cuando golpea, golpea duro, pero
      la frialdad que ha coronado su espíritu le confieren de la sangre fría
      para hacer lo necesario para sobrevivir. Roba a los tenderos, a los
      mendigos, a los enfermos, a cualquiera. Empieza con torpeza, con los más
      débiles, pero los días van pasando y con sorprendente facilidad adquiere
      las habilidades justas para su supervivencia. Su hermoso rostro le sirve
      para distraer la atención de sus manos, sus ojos azules son unos zafiros
      que encandilan, pero es una hoja de doble filo. Cada vez que sus manos
      escamotean algo ajeno, su bello rostro, sus profundos ojos, distraen la
      atención de su víctima. Desde los repulsivos tenderos sebosos de mirada
      lasciva a las ancianas de tierna sonrisa, todos caen en su embriagador
      hechizo de pureza infantil mientras sus manos cambian algún que otro

      objeto, o pieza de fruta, o bolsa de monedas, de mano. En oposición a
      ésto le resulta difícil ser olvidada, pronto aprende que es más fácil
      pasar desapercibida, cuando alguien echa mano a su bolsillo y lo
      encuentra vacío, entre los primeros recuerdos que aparecen en su mente
      es la dulce mirada de zafiro de Zola. Pronto, su imagen, la bella
      ladrona, se extiende como un rumor poniendo a todo el mundo alerta. Y no
      sólo los mercaderes están cada vez más atentos a su llegada, también se
      oye hablar de su belleza y llega a sus oídos que está siendo buscada con
      peores intenciones: los proxenetas en el puerto dan una fuerte suma por
      su captura. En unas pocas semanas apenas puede moverse por los
      suburbios, rápidamente todos le señalan y murmuran a sus espaldas. Sabe
      que el día para cambiar de táctica ha llegado cuando, tras tres
      intentos, el conjunto de basura que le sirve de hogar está perpetuamente
      custodiado por aves de rapiña, mendigos y matones de los bajos fondos
      que, ávidos de la recompensa o de venganza, merodean su callejón.

      Se dirige hacia el viejo faro, la zona suele estar poco transitada y
      necesita cambiar de aires, planear cómo sobrevivir un día más. No puede
      llevar consigo sus pertenencias, por escasas que sean, y la cólera le
      embarga. Pero no es una ira irracional, es un gusano que le corroe el
      estómago, trepando hacia sus pulmones, con un dolor frío y ácido. Se
      sienta en el extremo septentrional del espigón, sobre las rocas, mirando
      al norte, hacia el continente. Piensa en su hogar pero no siente
      nostalgia, tampoco dolor, solo esa fría cólera que le embarga, es como
      un repiqueteo constante en su cabeza.

       

      Clonc

      Clonc

      Clonc

       

      El golpeo se vuelve demasiado real y desvía su vista hacia las olas. Un
      pequeño cofre, arrastrado por la marea, está encallado entre las rocas y
      reclama su atención golpeándolas cada vez que una nueva ola lo sacude.
      La curiosidad disipa su malhumor y con un fuerte esfuerzo consigue
      abrirlo. Dentro encuentra las más bellas hojas que nunca jamás ha visto,
      dos espadas gemelas, igual de bellas, igual de afiladas. El resto de
      objetos están podridos pero las hojas se muestran inmaculadas.

      • No hace falta ser una experta para comprender que deben ser mágicas *

      Las esgrime graciosamente, parecen una extensión de sus propias manos,
      ligeras, armoniosas y sin duda letales. Sostiene su nuevo tesoro frente
      a sí, cuando en el reflejo de las hojas, dos figuras se dibujan a su
      espalda, agazapadas, dispuestas a saltar sobre ella. Instintivamente
      cruza sus piernas girando sobre el eje de su vertical, su diestra, mano
      dominante, automáticamente apunta al frente mientras la siniestra
      describe un arco sobre su cabeza protegiéndola de cualquier amenaza. El
      gemido letal, el último aliento del semi-drow que ha saltado sobre ella,
      le reconforta, le hace sentirse segura, fuerte, dueña de la situación.
      La cara sorprendida del segundo asaltante, un humano de aspecto
      desaliñado pero en un estado físico excepcional, muta a una rabia
      desmesurada al ver fracasar su emboscada. Se mueve con seguridad
      saltando de roca a roca, con prudencia, tantea con ligeros golpes altos,
      bajos, medios, buscando fisuras en la defensa pero Zola no ha sentido
      mayor calma en toda su vida. Sus músculos se relajan alcanzando un punto
      máximo de concentración y puede ver moverse al asaltante humano casi a
      cámara lenta. Resulta divertido ofrecerle un hueco para desmontarlo en
      un instante. Cuando finalmente se aburre levanta ambas hojas simulando
      una estocada doble letal y su contrincante alza la vista y su hoja para
      detenerlo, mientras que, con lo que cree que es astucia, desenfunda una
      daga con la que asestar un ataque furtivamente por la zona baja sin
      darse cuenta de que, entre sus pies, se ha colado el pequeño y ligero pie
      de Zola, haciéndole caer torpemente sobre las rocas. Como si hubiera
      nacido para ello, se lanza sobre su víctima en un torbellino de golpes
      que lo despedaza por completo, salpicando su rostro, sus manos, sus
      ropas de sangre…. y su alma de gozo, el primer buen sentimiento en
      mucho tiempo que se aloja en su corazón y eso le llena de gratitud. Una
      punzada golpea su mente, como un sexto sentido que le llama la atención,
      y se gira hacia el faro. La silueta agazapada de un tercer asaltante se
      recorta contra la potente luz, dejando su rostro en completa oscuridad
      cuando se deja caer al suelo.

      La altura sería letal para cualquiera pero casi parece posarse en el
      suelo, en vez de aterrizar en él. Una onda de choque, que no emana del
      aterrizaje sino de la figura que tiene delante, golpea a Zola en su mente
      y casi físicamente en su cuerpo anclándole a la roca. No puede moverse,
      no es miedo, es la perturbadora energía de la criatura que se dirige
      hacia ella quien le sujeta, un aura de muerte que le consume el corazón.

       

      • Tenía curiosidad por conocerte, pequeña criatura – dice con voz casi
        divertida – y no me arrepiento de haberte seguido hasta aquí. ¿Habías
        empuñado alguna vez un arma así?

       

      • Nnn..ooo.. – resulta difícil hablar para Zola

       

      • Lo suponía, aún así te has manejado con una destreza incomparable….
        Decidido, vendrás conmigo y aprenderás el arte de los Yver-Adhras

       

      Zola no puede negarse, tampoco quiere. El letal poder que emana el
      desconocido es algo que quiere para sí misma. Si pudiera ser cómo él
      volvería a Veleirón y expulsaría para siempre a las hordas de
      hombres-lagarto que de su tierra. Un nuevo sentimiento germina en su
      corazón, algo que nunca antes estuvo a su alcance y que ahora crece al
      convertirse en una posibilidad. La Venganza.

       

       

      • Por cierto – dice – me llaman Soujorn.

      Rol
      Zola es un Yver tranquilo, muy poco agresivo, pero que cuando atacan veleiron o alguna ciudad aliada, es capaz de sacar lo peor de si misma.
      No le gustan los insultos, ni los abusos, ni los abusones.

      Objetivos
      Zola a dia de hoy, quiere llegar a coleccionar en su familia, todas las mejores armas de Eirea y ser la mejor armera del mundo.
      Llegar a ser una experta trampera, y retirarse al bosque en los proximos 300 años para vivir de la caza.

      • Este debate fue modificado hace 2 years, 10 months por annaryan.
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