Inicio Foros Historias y gestas Reinos de leyenda 01. La magia de los dioses (Prólogo)

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    • Astrion
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      Prólogo

      La profecía del nuevo poder

      Priis Blochessrf, actual monarca de Takome por la gracia de Eralie, estaba determinada a conducir Takome por el camino de Eralie, donde reinaban la justicia, el amor y la misericordia. Esto era cuando ascendió al trono, tras el asesinato del antiguo monarca, Elder I. Sin embargo, contemplando la corrupción de los nobles takomitas, y el continuo politiqueo entre ellos para recibir mas poder, estaba indecisa y perdida. Así pues, decidió pedir consejo a su consejera mas leal, Lady Rymlaend de la casa Solysran. El motivo por el que Priis nombró en su día consejera a Lady Rymlaend era sencillo, y lo hizo tanto por ella como por su reino. Lady Rymlaend fue amiga de la reina desde su mas tierna infancia. Disfrutaban juntas de su tiempoo libre, cuando la reina no tenía obligaciones en los monasterios de Eralie. Antes de ser coronada como reina de Takome, Priis se hallaba en sus años blancos, una tradición Takomita, que todas las familias nobles deben seguir. La tradición demanda que al menos cada mujer de cada una de las familias nobiliares fuese entregada durante el primer cuarto de su vida a la iglesia, donde se le adiestrará como sacerdotisa de Eralie, buscando entrelazar y estrechar aún mas a los nobles con la religión. Sin embargo, a diferencia de Priis, Lady Rymlaend decidió seguir el camino de la magia arcana, siendo su hermana, Lady Thranda, quien fue entregada a la iglesia. Por lo cual, la reina nombró a Rymlaend su consejera, porque era su amiga más cercana, aquella en la que podía depositar todos sus secretos sin ningún temor, y también lo hizo porque Lady Rymlaend era una vidente, una de las más renombradas, y en varias ocasiones se han podido evitar grandes catástrofes gracias a sus premoniciones y baticinios.
      Súbitamente se dio cuenta de que estaba parada delante de las puertas de los aposentos de Lady Rymlaend, apoyando el peso de su cuerpo en un pie y luego en otro. Recompóniéndose, y plasmando en su rostro una expresión de determinación, llamó a la puerta. Tras unos segundos, una doncella abrió la puerta, y cuando vio ante ella a la monarca, cayó de rodillas e inclinó la cabeza. Cansada de estos signos de fidelidad y lealtad que todos los takomitas le prodigaban, ordenó secamente a la doncella que se pusiera en pie y que hiciese saber a Lady Rymlaend de que debía hablar con ella. La doncella, intentando levantarse y correr hacia los aposentos a la vez, perdió el equilibrio y cayó cuan larga era al suelo, donde se quedó, roja de vergüenza. Con un audible suspiro, la reina entró a los aposentos, y cerró la puerta tras ella.
      -¿Magestad?. Bienvenida, ¿qué haceis aquí?. No he recibido ninguna carta de vuestra parte avisando de que íbais a venir.
      -Necesito de tu consejo, Rymla. Estoy perdida entre tanta política, sabes que precisamente no se me da bien, pero quiero conducir al pueblo takomita por la senda de la rectitud, el bien y la justicia.
      -Ya veo, magestad. Precisamente corremos en tiempos difíciles, y según he visto ayer en mis thanams (*), parece que los dendritas se preparan para algo, aunque no sé exactamente para qué.
      -A saber para qué se preparan esos malditos dendritas, ellos y el oscuro dios al que sirven no hacen mas que matar sin piedad ni compasión a diestra y siniestra. Y lo que intento es librar al pueblo takomita de tal destino, pero las continuas rencillas entre las familias nobiliares no me dejan en paz.
      -Bien magestad, sentaos.
      Lady Rymlaend cogió una bola de cristal, no mas grande que un melón, y una aguja plateada, la cual ofreció a la reina.
      -Necesito una gota de vuestra sangre para atisbar en vuestro futuro, magestad.
      Priis se clavó la aguja en un dedo, y una gran gota de sangre apareció. Lady Rymlaend recogió la gota, y la hizo caer sobre la parte posterior de la bola, mientras esta destelleaba con un tono multicolor. Luego, se sentó, y extendió sus manos sobre la bola, tras lo cual se impuso el silencio.
      -¿Y bien?.- Preguntó la reina, aunque no recibió ninguna respuesta mas que el prolongado silencio.- ¿Rymla?.
      Y fue entonces cuando la oyó por primera vez. Su amiga se puso a farfullar palabras sin sentido, para luego decir con voz alta y clara.

      Cuando los dos ojos juntos se puedan ver,
      en ese día habrá de nacer.
      La traición le acecha desde su primer día,
      y en sus ojos no habrá presencia de alegría.
      Bajo un mismo estandarte al bien logrará unir,
      y ante sus órdenes, los reyes se pondrán a servir.
      La muerte será su compañera,
      y allí donde esté él estará ella.
      A la oscuridad hará retroceder,
      pero si no inca la rodilla, a la oscuridad hará vencer.
      Solo un camino podrá elegir,
      y sus abanderados hasta el fin le podrán seguir.
      El día del transitum se acerca…
      el día del transitum se acerca…
      el día del transitum se acerca…

      Súbitamente, Lady Rymlaend dio un jadeo, para luego sonreír a la reina.
      -Magestad, no logro ver nada en la bola de cristal, solo una densa niebla. Eso puede significar que ante vos se extienden varias posibilidades y caminos, y hasta que no escojais alguno, nada podré ver ni deciros.
      -Pero tú has dicho… has dicho que un niño nacerá cuando los 2 ojos se puedan ver…
      -¿Yo he dicho tal cosa?. Creo que habeis tenido una alucinación magestad, ¿cuanto hace que no dormís como Eralie manda?.
      Priis estaba aterrorizada. ¿Acababa de presenciar una profecía?. O simplemente, como le dijo Rymlaend, solo fue una alucinación. Si lo que ha oído era cierto… no se atrevía ni si quiera a pensar en tal posibilidad.
      La reina ahora estaba con mas dudas que las que tenía antes, y no lograba hallar ninguna explicación.

    • Astrion
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      1.

      Las barcazas de pesca se mecían suavemente, al son que les imponía la superficie del mar. Fumir se chupó el dedo índice y alzó la mano, con el dedo índice señalando al cielo.
      El viento proviene del sudoeste, padre. Tendremos corriente a favor al zarpar, sin embargo al volver la tendríamos en contra, a no ser que los vientos cambien.
      -No te preocupes, hijo. Mis sentidos, entrenados durante años en la mar, me dicen que en unas 5 horas, el viento soplará del norte, lo cual nos facilitaría la vuelta.
      Ambos embarcaron en una de las barcazas, y pusieron rumbo al este, para adentrarse un poco en el mar. La superficie de la barcaza estaba repleta de pertrechos de pesca, así como diferentes instrumentos muy necesarios para una travesía.
      Con el destello del inminente alba, fueron dejando atrás Kermon, con sus gentes aún durmiendo, pero Fumir pudo entrever a otros pescadores de la aldea que se preparaban para hacerse a la mar. Su padre y él siempre se levantaban antes que nadie, con el fin de pescar lo máximo posible antes de la llegada de los otros barcos pesqueros.
      Las dos lunas gemelas empezaron a ocultarse, tímidas ante los rayos del sol que comenzaban a iluminar el horizonte, donde no se podía entrever nada mas que las plateadas aguas que daban nombre a aquél mar, el mar de plata.
      Tras horas pescando, Fumir y su padre detuvieron por un momento la fatigante tarea y consumieron el frugal almuerzo que les había preparado su madre, Kenlay.
      -Padre, ¿crees que realmente existen los dragones oceánicos y otras criaturas de todas las leyendas que nos cuenta el trovador Durhil?
      -El mar y sus secretos nadie los conoce, hijo. Solo podemos atisbar parte de lo que se oculta bajo esta masa de agua, pero las leyendas que os cuenta Durhil a la luz de las hogueras, solo son eso. Leyendas para pasar el tiempo y levantar el ánimo.
      Fumir quedó largo tiempo absorto, pensando en las palabras de su padre. En su interior, Fumir creía creer que el mundo era algo mas que pescar, pues aunque disfrutaba con su padre, Fumir quería algo más, quería ver mas mundo. Contemplar la torre de la cruzada de Eralie, los muelles flotantes de aldara, la gran ciudad de Anduar, y sentía que desde su barca no podía llegar a ver todas esas cosas. Fumir no lo sabía, claro, pero el destino, el caprichoso destino, le concedería su deseo, aunque no de la manera esperada.
      Tras terminar el almuerzo, su padre se situó frente a él, y cogiéndole de los hombros, hizo contacto con sus ojos, con una mirada cariñosa pero autoritaria.
      -Fumir, sabes muy bien que nuestra situación en Kermon es muy precaria, y el modo de seguir sosteniéndonos es mediante la pesca, que gracias a esta barcaza que fue de mi padre, y del suyo antes que él, nos da de comer. Y mi objetivo es que tú algún día heredes esta barca, tras mi muerte. Por lo tanto, hijo, olvídate de las leyendas de Durhil, solo son historias, cuentos para animar. Las leyendas e historias no te darán de comer, no asegurarán tu supervivencia.
      -Tienes razón, padre. Pero siempre he soñado en ver mas mundo, en visitar el bastión de taquome, los bosques mágicos de Thorin y Orgoth, la gran montaña de los enanos, y me pregunto qué cosas están pasando allí fuera de las que nosotros no sabemos nada.
      -Hijo, allí fuera solo hay guerra, destrucción y caos. Afortunadamente, nuestra situación en el sudeste de Taquome nos aleja de dichas guerras. Y ahora, recoge las redes que seguiremos un rato mas y ya volvemos a casa, seguro que tu madre nos tendrá preparado una cena digna de reyes.
      Con el ánimo renovado, padre e hijo continuaron con la pesca, mientras entonaban a gritos tonadillas y canciones del repertorio de Durhhil. Ya bien entrada la tarde, recogieron las redes y pusieron rumbo hacia su aldea. Se escuchó un trueno en la lejanía, y un enjambre de nubes negras azuzaron al sol en su puesta. Minutos mas tarde, las nubes tomaron el control del firmamento, y comenzaron a caer rayos cigzagueantes que afortunadamente, caían muy lejos. La tormenta duró tan solo media hora, pero padre e hijo sintieron que fue toda una eternidad, luchando contra las velas y los remos para no perder el rumbo y ser empujados por la corriente. Poco a poco, el mar fue recuperando su tranquilidad, y las nubes comenzaron a desplazarse hacia el sur. Un tiempo después, Fumir atisbó los muelles de Merdon, y una luz potente.
      -¿Padre, qué es esa luz?.
      Su padre oteó largo rato hacia el frente, sin decir palabra. De pronto, su rostro se llenó de preocupación.
      -Rápido Fumir, rema con todas tus fuerzas, eso creo que es fuego.
      -Cómo es posible, ¿habrá caído un rayo en alguna choza?
      Remaron sin parar, hasta que llegaron al muelle, donde desembarcaron y amarraron el cabo con toda la celeridad posible. Tras dar unos pasos y salir del muelle, contemplaron horrorizados y sobrecogidos la masacre que se extendía ante ellos. Había cuerpos por todos lados, cuerpos de personas a las que Fumir conocía, Entrevió el cuerpo de su mejor amigo, quorlin, y a mucha otra gente a la que conocía.
      Su padre, con la cara contraída de dolor, comenzó a correr mientras gritaba el nombre de su esposa. Fumir lo siguió, contemplando la masacre que se extendía ante él. La sangre saciaba la sed de la tierra que los había visto crecer.
      Cuando llegaron a su hogar, contemplaron inquietos la puerta. Colgaba de los goznes y se mecía con un suave chirrido, movida de un lado a otro por la brisa.
      -¡Kenlay! ¡Kenlay! -gritó su padre, con una voz temblorosa.
      Entraron a la casa y comenzaron a investigar. Pero se dieron cuenta al instante de que su madre no estaba en casa. Todos los muebles estaban destrozados por el suelo, los platos rotos, y había por todas partes unas huellas que Fumir no supo saber a quién pertenecían. Salieron y comenzaron a rebuscar entre los cuerpos, pero tampoco la hallaron. Su padre, se giró hacia Fumir, y su cara perdió todo el color que le quedaba. Su padre le agarró de los hombros y le susurró al oído.
      -¡Corre, ya! Corre todo lo que puedas, ve al oeste, a la gran urve de Anduar y pregunta por Manfredo Gotelli, dile que eres hijo mío, es un buen amigo y te ayudará. ahora, ¡corre! -y con estas palabras, le dio un gran empujón, por lo que Fumir comenzó a correr con todas sus fuerzas, sin saber lo que pasaba. Sin embargo, recorridos unos metros, no pudo soportar el temor por su padre y la curiosidad de saber qué había aterrado tanto a su padre, y se giró.
      La estampa que contempló ante él jamás la hubiera esperado. Su padre salía de la casa con una espada, cuya hoja, bien brillante y afilada, refulgía con los últimos destellos del sol. Y detrás de él, corría un monstruo, o eso es lo que le pareció a Fumir. Era una mezcla de hombre y lagarto, pues la cabeza era humana, aunque con gran semejanza con los lagartos, sobretodo en la mandívula y en los afilados y enormes colmillos que le sobresalían de la boca. Se arrastraba reptando con gran rapidez en pos de su padre, dando poderosos coletazos de un lado a otro, provocando una orgía de sangre con los cadáveres acumulados. Su padre, viéndose sin ningún tipo de escapatoria, se giró y espada en mano, se enfrentó al monstruo. Este, de un rápido movimiento, trató de morder a su padre en una pierna, pero este, como si fuera un felino, retrajo la pierna con parsimonia, y con un gesto velocísimo, cortó al hombre lagarto en la cabeza, provocando que la herida comience a sangrar con una sangre negruzca. Doliéndose de su herida, el hombre lagarto se dio la vuelta. Fumir se alegró mucho, pues eso significaba que su padre podría sobrevivir a dicho engendro. De repente, la cola del hombre lagarto azotó el suelo, y con un rapidísimo movimiento, golpeó las piernas de su padre con una fuerza desmesurada, y este cayó cuan largo era al suelo. Fumir vio con horror como el hombre lagarto se abalanzaba sobre su padre y le clavaba los colmillos en el pecho. Inmediatamente, la sangre roja de su padre manchó el ocico del hombre lagarto y el suelo. Su padre profirió un grito de dolor, y en un último acto de fuerza, clavó la espada en el cuello sinuoso del monstruo, quien comenzó a proferir unos gorgoteos, incapaz de respirar. Tras unos momentos, el hombre lagarto cayó al suelo, y bajo la gélida mirada de Velian y Argan, hombre lagarto y humano regaron con su sangre aquella tierra.

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