Inicio Foros Historias y gestas Robos memorables – La Cimitarra Demoníaca

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    • Gurlen
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      Esta es una de las grandes hazañas jamás acometidas por un ladrón y un bardo en la historia de Eirea. Corría una tranquila tarde de Verano en Takome. Ciudadanos despreocupados caminaban por sus calles y por el mercado del Bastión del Bien absortos en sus quehaceres cotidianos. Pero pronto esa paz se vio interrumpida por el estridente sonido de las campanas que avisaban de un ataque.

      Yo me encontraba charlando apacigüemente en la taberna con mi querido amigo Maelur, un reconocido bardo de la ciudad. Sin dudarlo un momento dejamos nuestras copas y nos preparamos para el combate. Quizá fuera la valentía influida por el alcohol o por las grandes experiencias vividas que nos estábamos contando en el momento del ataque. Ambos salimos prestos a las puertas de la ciudad a hacer frente a nuestros enemigos.

      Tras unos instantes de confusión, puesto que de primeras no divisamos atacante alguno, se presentó ante nosotros un temible guerrero gragbadûr, conocidos por su fiereza en combate y por ser los portadores de la más temible de las armas conocidas hasta el momento: La Cimitarra Demoníaca, fabricada y forjada a partir del fémur del mismísimo Balrog.

      A pesar de la fiereza de nuestro enemigo, nuestras posibilidades de victoria eran altas; él se encontraba solo y nosotros protegidos y respaldados por el inexpugnable Bastión del Bien. Dadas estas circunstancias decidimos cambiar nuestra estrategia para no solo derrotar al enemigo sino humillarlo de la más terrible de las formas: Robarle su poderosa arma. El plan parecía sencillo, pero un pequeño error nos podría costar la vida. Como es bien sabido, los orcos son fieros guerreros, pero no tienen una inteligencia que les haga destacar. Por ello decidimos realizar una maniobra de distracción para así desposeerlo de su pesada carga.

      Las artes que dominan los bardos serían esenciales para que el plan funcionase a la perfección: Primero aturdir y adormecer al enemigo con una mágica canción, una vez logrado este objeto, continuar distrayéndole con una serie de juegos malabares ejecutados con maestría por Maelur para que yo intentara en ese preciso momento robarle el arma. Parecía un plan sin fisuras y nos dispusimos a ejecutarlo sin más demora, puesto que las férreas defensas de la ciudad parecían no aguantar muchas más embestidas.

      Maelur caminó decido hacía las puertas de la ciudad y se dirigía al sur por el camino, mientras que yo acechaba y le seguía desde las sombras. A los pocos metros estaba nuestro enemigo dispuesto a la batalla. El bardo cantó su canción con una afinación excelente que adormeció por completo al temible guerrero, pero a la hora de ejecutar el juego de malabares, el alcohol que estábamos tomando tranquilamente en la taberna minutos antes, hizo acto de presencia arruinando por completo nuestra estratagema.

      Debimos correr rápidos de nuevo al amparo de la muralla pues tal error consiguió enfurecer más aun al orco. Tras unos instantes para recuperar el aliento, decidimos intentarlo de nuevo. Era muy arriesgado repetir el mismo plan otra vez contra el mismo enemigo, pero como ya he dicho, los orcos no son muy conocidos por su inteligencia. Así que volvimos a salir para intentar de nuevo nuestra hazaña. Esta vez encontramos a nuestro enemigo mucho más al sur, quizá recuperándose también del encontronazo. Maelur rasgó las cuerdas de su laúd entonando la melodía soporífera que haría adormecerlo, cuando sus defensas estuvieron los suficientemente bajas, yo aproveché para acercarme aún más y colocarme en una posición ventajosa que me permitiera acceder a su arma. En ese mismo momento, Maelur, haciendo muestra de una destreza y un juego de manos digno de un ladrón, intercambió un instrumento por varias pelotas de colores que hizo danzar en el aire con movimiento casi hipnótico. Esa era mi señal. Sin salir aun de las sombras, tomé con ambas manos la cimitarra y con un veloz giro de muñecas, la desprendí de las suyas, mientras éste seguía embobado con la mirada el movimiento de las pelotas en el aire.

      El terrible peso de la Cimitarra Demoníaca que ya tenía en mi poder me hizo trastabillarme y perder un poco el equilibrio, pero nuestro enemigo aún seguía embelesado con los malabares de Maelur. Mientras recobraba mi equilibrio avisé a mi compañero para poder volver al resguardo la ciudad con el botín conseguido y nuestro enemigo humillado y desarmado a sus puertas. Las campanas de la ciudad volvieron a repicar, pero está vez en tono de festejo y alegría por la victoria.

      Nuestra gran proeza fue corriendo de boca en boca y esa tarde la pasamos festejando y volviendo a brindar con nuestras copas en la taberna, como mismo estábamos haciendo justo antes estos acontecimientos. Del humillado enemigo poco más se volvió a saber.

       

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