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Rumores y minerales I
La jornada se iniciaba con un calor desmesurado. Este, y la sensación que provocaba, se veía acrecentado debido a los innumerables escalones que recorren la Escalera del Cielo perteneciente a la ciudad de Ar’Kaindia. Rijja los recorría de manera descendente, lo cual aliviaba ligeramente la travesía.
El Alto Teócrata se encontraba ligeramente preocupado por algunos rumores, llegados a sus oídos, de que la calidad del mineral que se extrae en las minas de la ciudad estaba decreciendo en valor y contenía multitud de impurezas. Debido a la desmesurada exportación de este, sobre todo hacia el corazón del Imperio Dendrita, dichos rumores debían comprobarse de inmediato para evitar un posible desprestigio.
Después de varios minutos descendiendo dicha escalera, el Alto Teócrata alcanzó el umbral de las Minas de Ferrita. Numerosas gotas caían del techo en la entrada, debido a la condensación de la humedad que gobierna las minas, dando la bienvenida al Orgo. Al margen de estas, un Soldado Kaindiano le esperaba.
–Saludos mi Alto Teócrata– Dijo con tono amilanado el soldado- Le esperaba –Añadió.
–Saludos. Siento la demora, debía atender ciertos menesteres. –Dijo Rijja. – ¿Habéis conseguido lo que solicité? – Preguntó impaciente.
–Sin ningún problema, mi Señor. Todo ha sido preparado como usted pidió. –Dijo complacientemente el soldado a la vez que extendía su brazo, ofreciendo a Rijja un saco que, presumiblemente, se encontraba repleto de mineral.
–Gracias. – Dijo el Alto Teócrata para después recoger el ofrecimiento y, volteando su camino, se dirigió de nuevo a las Escaleras del Cielo, esta vez en sentido ascendente.
Como era de esperar, la ascensión hasta la cumbre no fue tan cómoda como lo había sido la bajada.
Una vez terminó su particular travesío, Rijja llegó hasta la plaza principal de Ar’Kaindia para, sin poder evitarlo, refrescarse en la inmensa fuente que allí se encuentra. Cuando hubo terminado, se dirigió sin demora hacia la herrería de la ciudad.
Su frenético caminar se detuvo justo antes de entrar en el establecimiento de Hogham, el Herrero principal de la ciudad.
–Mi querido Teócrata! –Exclamó ilusionado Hogham nada más ver a Rijja entrar en su establecimiento- ¿A qué debo el inconmensurable honor de su visita? –Añadió.
–Saludos viejo amigo, vengo a comprobar ciertas… calidades en unos materiales. Con tu permiso, utilizaré tu forja para ello. –Dijo Rijja con tono amigable. –Que nadie me moleste.
–Faltaría más! El tiempo que usted necesite. –Dijo respetuosamente el herrero.
Acto seguido, Hogham emitió un chasquido con sus dedos a modo de llamada y uno de sus aprendices acudió raudo. El herrero dio instrucciones en voz baja y el aprendiz cerró la puerta del establecimiento mientras Rijja se dirigía pausadamente a la sala contigua, en la que se encuentra la fragua de aquel establecimiento.
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Rumores y minerales II
Rijja entró en la sala y cerró la puerta tras de sí, quedando aislado. Toda la estancia estaba completamente impregnada con un tenaz olor sulfuroso, producto de la continua combustión del carbón y, obviamente, una extrema calidez.
Una enorme fragua, ubicada al oeste de aquella sala, daba la bienvenida al Orgo. En dicha fragua, unas enormes brasas incandescentes esperaban expectantes poder calentar algún tipo de metal y ganarse así su razón de existencia.
Realmente era agradable para Rijja contar con unas instalaciones provistas y bien construidas. El fogón donde se caldean los metales de esta forja se aviva mediante una corriente horizontal de aire producida por un enorme fuelle. El hogar donde se asienta el fuego era inmenso, preparado para soportar grandes cantidades de combustible para este, como el carbón. Al margen, para mantener el fuego vivo y poder trabajar en solitario, la fragua contenía unas pequeñas boquillas de aire capaces de insuflar y avivar el fuego sin problema y, todo esto, se encontraba coronado por una chimenea, construida en piedra maciza, que evitaba que escaparan los gases típicos de la combustión casi en su totalidad.
Después de una ligera sonrisa de satisfacción, Rijja depositó el contenido del saco que le habían dado previamente en una mesa cercana a la fragua y lo dispuso ordenadamente.
A simple vista no parecía de mala calidad, pero debía probarlo fehacientemente. Debido a ciertos conocimientos que poseía sobre la forja y sus entresijos, al Teócrata no le costaría mucho desenvolverse para tal cometido.
Para prepararse, Rijja se aisló de lo que lo rodeaba y se concentró en el proceso de creación que iba a llevar a cabo. Colocó el mineral en el interior de la fragua, añadiendo el carbón necesario para que este ardiera y así derretir la Ferrita. Rijja no pudo evitar sonreír al experimentar el tranquilizador y conocido calor de la fragua en su cara y se deleitó con la visión del mineral derritiéndose lentamente.
Sin perder de vista el proceso de fusión, agarró un cubo de hierro con unas tenazas de fragua y cogió el mineral en su forma más pura, una vez observó que las ligeras impurezas que este tenía se habían desprendido eficazmente. Con sumo cuidado, derramó la ferrita líquida sobre un molde mientras esta no paraba de emitir constantes bocanadas de humo.
Una dispuso por completo el mineral sobre la parte inferior del molde, Rijja soltó el cubo y completo la moldura con la parte superior. Acto seguido, ayudándose con las tenazas, introdujo el molde en agua fría, la cual se encontraba justo a su lado dentro de un enorme barril.
Esperó unos minutos y extrajo el molde de aquel barril para disponerlo encima de la mesa.
A Rijja casi se le escapa una ligera lágrima de alegría cuando, después de retirar el molde, contempló un lingote perfectamente liso y pulido y, satisfecho, observó detenidamente su creación.
El metal era de una calidad indiscutible y, después de corroborar que apenas contenía las impurezas de las que hablaban los rumores que había escuchado, el Alto teócrata exhaló un suspiro de alivio.
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