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Sala de Espera
Aquí esperan los visitantes su turno para una audiencia con el patriarca. Es una sala relativamente grande donde hay unas sillas rústicas alineadas junto a la pared. En la pared ves que la roca está grabada con escenas de extraños rituales. En el suelo también ves que hay unas composiciones elaboradas con piedras y metales preciosos. La iluminación corre a cargo de varias antorchas sujetas a la pared.
Puedes ver dos salidas: norte y oeste.
En un rincón de la estancia, está Maltos. Un hombre-lagarto, antiguo chaman consejero de Grimoszk, destituido de su cargo, por el mal uso de su poder.
Con los hombros caidos, los ojos entrecerrados y la mirada posada en el suelo, permanece callado y ausente, con su viejo báculo apoyado en el suelo.
El resto de visitantes que aguardan para entrar a visitar al patriarca, lo miran con disimulo, cuchichean, pero con un ademán de derrota, prefiere pronunciar unas palabras en voz baja, señalarse los oídos y tras un pequeño siseo, todo queda en silencio para él. Los hechizos de sordera, tantas veces utilizados para ensordecer al enemigo y que no puedan ubicarse por el oído en el combate, tantas veces utilizados para ensordecer a sus aliados para evitar escuchar canciones de poderosos bardos… esta vez tenía un nuevo uso, aislarle del mundo, dejarle en su soledad, olvidar que había más gente en aquella gran sala.
Tras lanzar este, para él, insignificante hechizo, dejó caer su cuerpo contra la pared, resvalar por él hasta acabar sentado en aquel polvoriento rincón, con las piernas cruzadas, su báculo sobre el suelo a su lado.
Pasó su mano derecha sobre su rostro y con su mano izquierda tocó el tatuaje de su bíceps derecho, aquella garra del Dios al que se encomendó desde que era pequeño. Después se encorvó hacia adelante, undió su barbilla en su propio pecho y se entregó a un viaje astral, que le sacase de aquel mundo.
Pasaron horas, aunque para él, apenas fueron escasos minutos, hasta que llegó el momento de presentarse ante el patriarca, Sphynx.
Un soldado de complexión fuerte y expresión aburrida, se dirigió a aquel viejo brujo y con tono autoritario, le ordenó que se levantara, que el patriarca le esperaba. Tras insistirle, repetidamente y no obtener respuesta, el soldado intentó arrancarle de aquel profundo trance, a golpe de maza. Golpeó primeramente uno de sus brazos, pero la respuesta no apareció. Golpeó su cabeza y la respuesta continuaba sin aparecer. El soldado, frustrado, pateó el báculo del chaman con desdén y rabia. Maltos se levantó como si le hubieran dado una fuerte descarga eléctrica en la columna, agarró al soldado por la pechera, clavó sus ojos en los de aquel infeliz, murmuró en voz baja algunas palabras ininteligibles y se encaminó con su triste caminar hacia donde el patriarca se encontraba, dejando a aquel soldado con la boca abierta, con el rostro aterrorizado como si acabase de presenciar la muerte de alguno de sus familiares dentro de aquellos ojos sabios.
Trono de Zulk
Éste es el lugar desde donde el patriarca domina su territorio. Aquí decide cuál será el destino de sus súbditos, aquí mismo manda matar a los traidores, prisioneros o incautos caminantes perdidos en los pantanos. En la estancia hay un trono artesanal rodeado por seis sillas, tres a cada lado que corresponden a los altos consejeros y a los generales de Zulk. Las verdes paredes a causa de la vegetación que se cuela entre las rendijas de la roca, sustentan las antorchas que iluminan la sala.
Puedes ver tres salidas: sur, sudoeste y oeste.
Sobre su trono, con su típico rostro serio descansa Sphynx, el patriarca que ha gobernado el reino de Zulk desde hace muchísimo tiempo.
Contrariamente a lo que suele hacer ante las visitas habituales, Sphynx se levantó emocionado al ver entrar al antiguo chaman consejero y con paso tranquilo se dirigió hacia él.
Ambos se fundieron en un abrazo, como tenían por costumbre hacer cada vez que destruían a algún enemigo juntos y esta vez, tenían que vencer un nuevo enemigo, la desconfianza que se cernía sobre el antiguo consejero de Grimoszk.
Maltos se arrodilló ante un ahora erguido Sphynx, contemplándolo desde una posición que lo mostraba como en ese momento se sentía… un derrotado brujo.
Sphynx tendió su mano y con una sonrisa cordial, hizo que se levantara.
Maltos comenzó a carraspear, intentando aclarar su voz, cuando sin esperárselo Sphynx apoyó su mano derecha sobre la boca de Maltos fuertemente, haciendo que guardara silencio de manera forzosa y tornando su rostro sorprendido.
Sphynx siseó y tras un gruñido, comenzó a hablar en voz seria, no sin antes hacer que todos los soldados allí presentes abandonaran la sala, tras un simple ademán, que para Maltos fue casi imperceptible.
Sphynx dijo con voz grave: Se todo lo que pasó, no hace falta que me cuentes nada más.
Sphynx se llevó una mano a la cabeza y tras un pequeño siseo dijo: sé que eres sabio, quizás el más sabio de los que hoy habitan las tierras de Zulk, pero ¿sabes algo?
Maltos miró al patriarca con los ojos abiertos como platos, esperando a que continuara y sorprendido, pues en los días que había pasado, días en que había vagabundeado por los pantanos, intentando imaginar como suplicar perdón, eran totalmente diferentes a lo que ahora mismo se estaba encontrando. Y eso no le gustaba, pues las riendas de la conversación las estaba llevando el patriarca y se sentía a su merced.
Sphynx miró extrañado al brujo y con una bofetada, le dijo: cambia esa cara de elfo, sé que esperabas que todo fuese diferente.
Maltos se sobresaltó por la bofetada y miró al patriarca a los ojos mientras murmuraba en voz baja… ruego que me disculpe, estos días no han sido los mejores de mi vida… y sonrío tristemente.
Sphynx volvió a darle otra bofetada y Maltos respondió con una mirada interrogativa.
Sphynx sonrió y dijo: después de combatir juntos en tantos combates, después de aniquilar tantos enemigos, proteger nuestras tierras, ¿ahora me vas a tratar de usted?
Al escuchar aquellas palabras, Maltos tornó su rostro tranquilo y sonrió algo más relajado.
Sphynx dijo: y si te parece bien, voy a seguir hablando… deja de comportarte como un enano, de esos que tienen el cerebro tan pequeño como la estatura.
Sphynx prosiguió: cierto es que eres muy sabio… has dirigido muy bien las defensas cuando se ha necesitado de una mente pensante, no has dejado que haya nada que nos destruya. Pero… ¿sabes algo que nos puede destruir?
Maltos miró a Sphynx y movió la cabeza en gesto de negación.
Sphynx susurró con gesto cabreado: las imprudencias, como la que tuviste tú con aquel joven lagarto, que apareció de la nada y tú, sin pruebas suficientes como para ser acogido como ciudadano y defensor de nuestra ciudad, le diste la bienvenida.
Maltos asintió y agachó la cabeza en gesto de sincero arrepentimiento.
Sphynx miró de soslayo al chamán y dijo en tono conciliador: sé que es fácil encariñarse con algunas criaturas, igual que me pasa a mí contigo. Nunca me has fallado y tampoco considero que esta vez lo hayas hecho, pero igual que tu cometiste una imprudencia, yo he estado meditando si cometeré otra al aceptar tus servicios nuevamente.
Maltos miró con cara de preocupación a Sphynx y con voz solemne dijo: puede estar tranquilo viejo amigo, igual que aprendí mis errores en el combate a su lado desde que era un insignificante aprendiz de magia, también he aprendido mucho a su lado en lo que a decisiones para nuestras tierras se refiere. Y ahora, estoy seguro de no volver a cometer un error así.
Maltos pronunció unas palabras y comenzó a brotar sangre del tatuaje que adornaba su bíceps. Tomó un yelmo de los que adornaban las paredes y dejó caer su sangre en el interior del yelmo convertido en recipiente.
El rostro de Maltos comenzó a desencajarse por el dolor pero en lugar de intentar detener la emorragia, apretó su bíceps para que la sangre continuara saliendo.
Tras unos momentos en que Sphynx miraba al chaman perplejo y sin comprender, Maltos palideció. Cayó incosciente y la sangre que continuó goteando de aquel tatuaje, símbolo inequívoco de Ozomatli, religión a la que se había encomendado desde recién nacido, escribió sobre el suelo de la sala, la frase: “Un error nunca se comete dos veces, si el que lo comete entiende que es un error”.
Sphynx no conseguía salir de su asombro, leía la frase una y otra vez y no entendía como podía haber ocurrido todo aquello. Con voz apresurada, llamó a dos de sus mejores soldados y pidió que llevasen a maltos ante el chaman que regentaba el templo de Ozomatli.
Un par de días después, Maltos recobraba la conciencia, pero no la memoria. No entendía que había pasado, como había llegado a aquellos aposentos, ni siquiera sabía donde estaba.
Abrió los ojos y se incorporó y vió que eran los aposentos de los que un día le despojaron… aquellos aposentos que le distinguían como chaman consejero de Grimoszk.
- Este debate fue modificado hace 5 years, 1 months por calem.
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