Las tropas estaban listas, el asedio a Anduar estaba próximo, las tropas de apoyo partieron desde Urlom para no dar ningún tipo de tregua. Tanto yo, como mi hermano Golodrix el rojo, aquel que habíamos liberado de las celdas de las catacumbas del castillo de Agnur, nos situábamos en la vanguardia. El plan parecía seguir el rumbo trazado, Anduar caería y con ella todo su afán de riqueza y protagonismo creando el caos en la economía de los reinos principales.
Hace apenas dos horas que hemos salido del refugio y escuchamos un fuerte estruendo viniendo de él, alzamos la mirada y una columna de humo asoma por encima del frondoso pantano, no tenemos que decir ni una palabra, todos damos media vuelta y nos apresuramos en volver. No se oye ni un simple murmuro, solo los pasos de las carreras que damos mientras se pueden ver caras de angustia y desesperación en algunos de los nuestros.
La imagen que nos encontramos al llegar es desoladora, lo que no está en llamas se encuentra hecho añicos, los cadáveres de aquellos que habían permanecido en el refugio están por todas partes a veces incluso sin miembros o alguno de ellos mordisqueados, puedo ver claramente algunas armas clavadas en ellos, cimitarras orcas. Aquellos malnacidos que habían jurado ayudarnos en esta batalla, no solo no nos han ayudado, sino que nos han traicionado. Anduar parece haberle pagado una buena suma de dinero para que cambiaran de bando en el último momento. Ni rastro de ninguna criatura con vida, parecen haber salido corriendo tras el rápido ataque, pues apenas una treintena de personas permanecían allí.
El desánimo y las dudas comienzan a rondar por nuestras cabezas, si esto ha pasado aquí, que habrá podido pasar con los que nos esperaban en las cercanías de Anduar. Buscamos a algún superviviente sin éxito y con toda la rabia contenida por el momento nos dirigimos al punto de encuentro, esperando que al resto no le haya ocurrido nada.
