Inicio › Foros › Historias y gestas › Traición al emperador – Anexos – La batalla del río Derebar
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Tras escapar de Golthur y saltar entre los árboles, nuestros dos aventureros llegaron al río Derebar donde fueron atrapados por los orcos. Estando acorralados, un hecho providencial les aconteció. Un grupo de Peregrinos de Eralie, afamados paladines, y liderados por el Cruzado Blanco salió al paso de los orcos.
Con su presencia imponente, Vuldeck, se enfrentó a estos paladines mientras ordenaba a sus hombres que apresaran a los fugitivos.
Vuldeck exclamá con su voz atronadora: Rápido! Apresadlos!
Un par de kobolds experimentados dicen al unísono: Wauf! Señor!
Los dos pequeños kobolds, los más rápidos de la batida de caza del bando anárquico, se dirigieron rápidamente hacia los dos aventureros. Su precipitación, mientras se relamían los belfos saboreando anticipadamente la sangre del semi-drow y del gnomo, propiciaron que no se percatarán de que uno de los peregrinos de Eralie se dirigía hacia ellos con la lanza en ristre, y dispuesto a la carga.
Ante la llegada del peregrino Kelnozz agarra a Twiggins y con un alarde de destreza consigue sacarlo de su galope.
El caballo del peregrino embistió contra ellos y sus cascos destrozaron los huesos de estas pequeñas criaturas, sin que llegara a necesitar la lanza. La masa sanguinolenta en la que se convirtieron sirvió de aviso a los que les seguían que se detuvieron alarmados, temerosos de igual manera por desobedecer las ordenes del Tirano de Golthur, y de sucumbir ante las lanzas o bajos los cascos de los peregrinos de Eralie.
El grupo de batida de kobolds aulla en señal de respeto por sus compañeros caídos en combate para, posteriormente, plantarse desafiantes esperando la orden de ataque de Vuldeck.
Vuldeck se dio cuenta de esta situación, y rápidamente reflexiono: Retiraros, mantened una guardia permanente en el Sendero Angosto, quiero Kobolds de guardia las 24 horas del día hasta que aparezcan. Solo hay una salida factible para ellos, dado que el paso del norte esta fuertemente custodiado por el campamento boreal, y si los atrapan allí será una ratonera. Sin duda intentarán despistarnos y escapar por el sur, así que quiero los kobolds apostados allí olfateando sin parar. Relevo cada dos horas, quiero que los kobolds de guardia siempre estén bien frescos.
Los exploradores kobolds asienten fervientemente, mostrando expresiones de miedo y respeto, las órdenes impartidas por el temido Tirano de Golthur Orod.
Cabecilla de los exploradores kobolds: ¡Waufh! No se preocupe amo no saldrán con vida de nuestros angostos senderos ¡Waufh!
El grupo de kobolds se retira de la batalla a la carrera para comenzar con las indicaciones dadas por Vuldeck.
Y que hacemos con estos, Tirano? – pregunto uno de los orcos de Golthur.
Vuldeck afirmando con convicción dice: De estos me ocuparé personalmente, estoy aburrido de matarlos cuando vienen a visitar esa especie de cascada que para ellos dicen que es sagrada. Quizás matarlos a todos juntos suponga una experiencia ligeramente más interesante que matarlos de uno en uno…
Redobles de tambores de guerra pueden escucharse de la retaguardia, el mismo sonido que suelen realizar cuando un existe un reto entre iguales por un puesto de mayor rango.
Uno de los peregrinos, sin duda el único que comprendía el idioma de los orcos, traducía sin parar cada una de las palabras que decía Vuldeck a sus legiones. Al terminar de traducir el Cruzado Blanco afirmo en dendrita, una lengua que una gran cantidad de orcos dominaban
El Cruzado Blanco exclama: Te veo con mucha seguridad en tus palabras, orco. Mis hermanos y yo hemos peregrinado a estas tierras desde hace generaciones en un santo viaje en busca de las lágrimas de Paris. Un orco como tú no será el que acabe con nuestra tradición ancestral. No somos belicosos contra vosotros mientras no salgáis de esta zona, pero no permitiremos que dañéis a dos individuos en nuestra presencia!
El encuentro de ambos bandos enfrentados entre sí fue la opción de escape para los dos individuos que por suerte pudieron aprovechar esta situación. La tensión entre el Cruzado Blanco y el Tirano de Golthur orod estaba más que presente y estaba claro que a no mucho tardar iba a quedar saldada.
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Vuldeck, confiaba en que sus partidas de kobolds y su agudo olfato darían sin problema con la pareja de enemigos huidos, así que se permitió centrar toda su atención en el cruzado blanco y sus tres caballeros.
Ya había escuchado esa frase, de algún cuerpo balbuceante en sus últimos estertores de vida – comentó Vuldeck separándose de sus legiones, mientras empuñaba su enorme hacha doble – Las lagrimas de Paris, sin duda debe llorar ya que ese rincón es donde vamos a divertirnos con las esclavas que raptamos de las incursiones que hacemos en vuestro territorio. Debe sin duda de llorar, mientras ellas suplican – exclamó riéndose mientras se relamía los labios.
Como osas decir eso! – Exclamo enervado uno de los peregrinos. – Mi madre fue secuestrada hace una década en una de vuestras incursiones, maldito, pagarás por cada una de las palabras que han salido de tu boca!
Ah! Hace solo una década? Entonces es posible que aún se encuentre por la fortaleza, pero tranquilo, seguramente este feliz. Normalmente al principio lloran y chillan, pero en cuanto prueban la carne orca, los chillidos dejan de ser miedo y empiezan a ser de placer. Cuando salen de aquí suplican por formar parte de nuestros harenes. Quizás tu madre se encuentre en la fortaleza feliz del día que la secuestraron y pudo conocer a un varón que la satisficiera.
Ahhhh! – grito el peregrino enarbolando su lanza y espoleando su yegua lanzándose a la carga
Detente! Insensato! – exclamo el cruzado blanco. Pero ya era demasiado tarde, su yegua iba al galope y mientras cargaba, ajeno a las palabras de su superior, exclamaba el tradicional grito de desafío de los caballeros de Porland.
Vuldeck se plantó con las piernas separadas y una sonrisa, de aspecto macabro en la cara, esperando la carga del caballo, lanzado al galope por el cauce del río. El retumbar de sus cascos reverberaba en las montañas colindantes y el sonido resultante era totalmente ensordecedor. Las vibraciones que transmitía el caballo al galopar podían notarse a gran distancia y los cantos rodados de la ribera saltaban y crepitaban mientras este acortaba distancias con el Arconte del Ejercito Negro.
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Todo finalizo de golpe, tan rápido como había empezado y tan sutil como un suspiro, cuando la lanza del caballero casi lamia la piel del Arconte, y los cascos del caballo, amenazaban con aplastarlo, Vuldeck interpuso la cruz que forman las dos hojas de su hacha doble, golpeando la lanza en su extremo y desviándola de su trayectoria. Al mismo tiempo cruzo su pierna derecha por detrás de la izquierda y con una media vuelta descargo un brutal hachazo vertical.
Las rodillas del caballo tocaron el suelo y este callo de lado arrastrando a su jinete, sujeto por la propia silla, con él. El jinete quedo de lado en suelo con una pierna doblada en un ángulo nada natural y enterrado debajo de un caballo al que le faltaba la cabeza. Vuldeck riéndose se acercó lentamente a donde yacía el caballero, gritando de dolor, mientras envainaba su hacha doble y empuñaba su legendaria Cimitarra Demoniaca.
Sus compañeros y su líder, aún estupefactos ante la demostración de fuerza que acababan de ver, jamás se hubieran imaginado que se podía decapitar a un caballo de un solo golpe, empezaron a reaccionar al ver que Vuldeck se acercaba al cuerpo de su compañero caído, y empezaron a preparar sus lanzas dispuestos a lanzarse al ataque para socorrerlo.
Donde esta vuestro honor paladines! Este caballero me ha desafiado y ahora os proponéis a socorrerlo? No sois vosotros, los que os enorgullecéis de ser los más honorables? – pregunto Vuldeck plantándose delante del caballo – Este hombre no se ha rendido, ni yo pienso concederle la rendición. Él me ha desafiado y el desafío solo puede concluir de una manera.
Deteneos… – Dijo con pesadumbre el Cruzado Blanco, mientras sus jinetes exclamaban y se quejaban – Es una orden! Vuestro hermano fue el que desafío al orco y comenzó la lid. No debemos inmiscuirnos o su honor y el nuestro quedarían dañados para siempre.
Así me gusta humano, siempre obediente de las normas – se rio Vuldeck, mientras se acercaba al caballero, que agonizaba del dolor, al borde de la consciencia. – Te rindes humano? – Le pregunto Vuldeck, a sabiendas de que sus palabras nunca llegarían a la cabeza de este enajenada por la agonía del dolor. – No se rinde paladines, tendré que finalizar el combate…
Alzó su cimitarra dispuesta a enterrarla en el pecho desprotegido del paladín cuando de golpe se detuvo. Levanto la vista hacia los paladines y su sonrisa se ensancho. Envainando la cimitarra se arrodillo al lado de la cabeza del caballero la cual cogió entre sus enormes manos.
Sin perder la sonrisa, los músculos de sus brazos se hincharon mientras las venas bombeaban sangre sin parar hacia estos. De golpe, el jinete semiinconsciente volvió en sí, mientras gritaba con horror y desesperación. Y de pronto, un sonido sordo y seco corto de raíz los gritos. Vuldeck volvió a alzarse relamiéndose los dedos llenos de restos de cráneo y sesos.
Quién será el siguiente? – pregunto mientras sus ojos inyectados en sangre los miraba presa de una ansiedad inconmensurable
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Los jinetes, continuaron estupefactos mientras Vuldeck se relamía la sangre de su compañero de los dedos. Las lagrimas corrían por el rostro del Cruzado Blanco, mientras veía el cuerpo sin vida de su compañero Sir Gregory. Por su mente pasaron todas las experiencias vividas con el que fue su compañero desde los campos de entrenamiento, y en múltiples cruzadas; su amigo, con el que reposaba después de cada guardia en las murallas de Porland en la taberna de Takome con una fría jarra de cerveza. Por su mente pasaban las imágenes que tendría que ver cuando de regreso a su hogar debiera ir a la finca de su familia y decirle a su joven y hermosa esposa, y a sus adorables hijas que su padre jamás volvería con ellas.
Lentamente, miro a sus compañeros, dos jóvenes jinetes apenas salidos de los campos de entrenamiento. ¿Qué podía hacer a continuación? Sabía que se enfrentaba a un enemigo formidable, y que era probable que en un enfrentamiento alguno de ellos perdiera la vida. Pero no podían retirarse, no después de la atrocidad que había hecho.
- Sea pues – dijo con decisión el Cruzado. – Escuchadme, dijo el cruzado pasando al idioma élfico, uno que sabía que sus compañeros hablaban, pero dudaba que el Arconte pudiera dominar. – Nos enfrentamos a un poderoso enemigo, debemos atacar juntos y en perfecta sincronía si queremos abatirlo. Moveos hacía los laterales y a mi señal cerremos el circulo atacando desde los lados. Recordad el entrenamiento, no debéis cargar, pues nuestros caballos podrían hacer quiebros inesperados para evitar la colisión entre ellos. Nos acercaremos y lanzaremos golpes medidos gracias a la longitud de nuestras lanzas sin exponernos a su hacha. Tarde o temprano alguna hará mella en sus defensas y en ese momento podremos terminar el combate.
- Pero son muchos, mi lord. En cuanto ataquemos los tres se unirán sus tropas y nos veremos rodeados.
- No es la primera vez que me enfrento a enemigos como este. Mirad sus ojos, no desea que nadie más se una. Solo desea honrar a su dios, Gurthang, y para ello debe enfrentarse en solitario a sus enemigos y así honrar al macabro personaje al que idolatran. Los orcos gobiernan por la fuerza y enfrentarse en solitario a nosotros reforzará su posición dentro del ejercito negro. Recordad que todos aspiran al puesto de Caudillo, y para ello deben ser los más fuertes, una victoria como esta lo acercaría indudablemente a ese puesto. No, se enfrentará en solitario.
Como queriendo reafirmar sus palabras Vuldeck hizo un gesto con su mano, y en dendrita dijo a sus tropas.
- Replegaos, creo que estos visitantes tienen miedo a que les ataquemos todos a la vez. Y son míos.
- Como ordenes Arconte – respondió su segundo al mando, mostrando la férrea disciplina que impone el miedo. – Mantendremos la búsqueda de los fugitivos mientras te ocupas de ellos.
Las tropas de Vuldeck empezaron a replegarse mientras el segundo gritaba ordenes destinando la mitad de las tropas al bosque negro para explorar en busca de los fugitivos, y la otra mitad se dirigían al sendero angosto para formar un bloqueo.
- Desplegaos – dijo el Cruzado Blanco
Los cruzados empezaron a mover sus yeguas mientras equilibraban sus lanzas en posición de ataque formando un triangulo en cuyo centro se encontraba Vuldeck, que volvía a empuñar su gran hacha doble, mientras apartaba se apartaba ligeramente de los restos del caballo y el caballero, para que no le molestan en el combate que se produciría a continuación.
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Los caballeros se posicionaron en los vértices del triángulo, mientras sus caballos pifiaban y golpeaban el suelo con sus patas, muestra de la tensión que les trasmitían sus jinetes.
Vuldeck, miraba lentamente hacia los lados, mientras describía pausados círculos balanceado levemente su hacha aferrada con ambas manos. Su respiración era jadeosa, no tanto por cansancio, sino por excitación.
El Cruzado Blanco miro a sus caballeros y extendió su espada señalando con ella a su enemigo, mientras tiraba de las riendas provocando que su caballo se encabritará y rechinará ruidosamente. En cuanto este volvió a tocar tierra con sus patas delanteras exclamó:
- Vuldeck, Arconte del Ejercito Negro, hoy pagarás por tus crímenes. Que la luz de Eralie guie nuestros pasos mientras nuestras lanzas te ejecutan por todos los crímenes cometidos a lo largo de tu miserable existencia. Yo, Sir Rederich, de la orden de Poldarn, y apodado como el Cruzado Blanco, te hallo culpable de crímenes imperdonables y sentencio que solo tu muerte podrá expiarlos. Que Eralie te juzgue en el más haya, cuando tu alma abandone este plano de existencia.
Los tres jinetes pusieron al paso sus monturas una vez su comandante termino de recitar la sentencia contra su enemigo.
- El día que me encuentre con Eralie, será solo cuando Gurthang me reclame en su seno. ¡Y solo será su cabeza lo que vea, adornando una pica en el trono del poderoso Gurthang! ¡Siervos de Gurthang! ¡Señores de la Guerra! ¡¡Horda Negra!! – Grito con su poderosa voz, que resonó por todos los rincones del bosque.
Los caballos se aproximaron lentamente hacia su enemigo, mientras sus jinetes, con la pericia de los maestros, daban bruscos tirones de las riendas, haciendo que las patas de los caballos cambiaran rápidamente de dirección para acercarse zigzagueando y que Vuldeck no pudiera prever de donde llegarían los ataques.
En cuanto la distancia con ellos fue corta, estos apuntaron con sus lanzas al cuerpo del arconte y, a la orden silenciosa de un firme asentimiento del cruzado blanco, lanzaron sus armas al ataque.
Dos lanzas hendieron rápidamente el aire, mientras el caballo del cruzado blanco volvía a encabritarse y sus patas delanteras obligaban a Vuldeck a retroceder para evitar que le aplastasen. Vuldeck, atrasando la pierna derecha vio venir las lanzas, y por un movimiento instintivo, pivoto sobre este pie, colocándose de frente a la lanza que le venia desde la derecha y dejando a su espalda la que venia por su izquierda. Al igual que las lanzas tenían la ventaja de la larga distancia, su desventaja es que una vez iniciado el golpe no es posible corregirlo debido al peso de las mismas y a que estas se apoyan sobre la silla de la montura para poder manejarlas con una sola mano mientras la otra sujeta las riendas. Conociendo eso, en cuanto noto que la lanza que se acercaba por su espalda se hallaba próxima, volvió a girar dejando que esta pasara inofensivamente al lado de su brazo izquierdo y bloqueando con su hacha la que venía de frente.
Rápidamente los caballeros retrajeron sus lanzas y hicieron que sus bien entrenados caballos se movieran lateralmente para evitar que pudiera salirse del centro de su triangulo, mientras el Cruzado Blanco, volvía a avanzar para seguir hostigándole.
Los cruzados sabían que en esta posición ventajosa, Vuldeck apenas podría hacer nada contra ellos, dado que la envergadura de su hacha era menor que la de sus lanzas.
Repitieron la maniobra de nuevo, mientras Vuldeck con un gruñido frustrado se vio forzado a repetir la misma defensa, dado que poco más podía hacer. Solo que esta vez no fue lo suficientemente rápido y la lanza que dejaba a su espalda rasgo su tríceps izquierdo a su paso dejándole un escozor que le recorrió todo su brazo, manchando el suelo de sangre. Rápidamente los caballeros volvieron a retomar su posición más confiados viendo que la estrategia iba funcionando y que estaban forzando a Vuldeck a dirigirse a un árbol que le bloquearía la retirada, haciendo que su enemigo se viera forzado a bloquear las dos lanzas a la vez y evitar al mismo tiempo las patas del caballo de su líder.
Los ojos de Vuldeck al ver su propia sangre manchando el suelo, se inflamaron aun más mientras con un rugido exclamó con frenesí
- ¡SANGRE! ¡SANGRE PARA GURTHANG!
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Los caballeros atacaron de nuevo, Vuldeck se encontraba esta vez más próximo al árbol y un paso atrás solo lo dejaría arrinconado contra este.
La maniobra volvió a repetirse, el Cruzado Blanco forzó a que su caballo se encabritase y disparara las patas hacia delante forzando a Vuldeck a realizar la misma maniobra que antes, retrasar el pie derecho dejándole de frente al caballero de su derecha y a su espalda el caballero de la izquierda. Pero esta vez realizo un cambio imperceptible para sus contrincantes. En vez de situar el peso de su cuerpo en el pie derecho para ayudarse a seguir pivotando cuando la lanza que venia por su espalda se aproximara, dejo el peso repartido de manera homogénea entre ambas piernas. Al tener el brazo herido supuso que el caballero volvería a atacar a ese brazo, con el objetivo de empeorar la herida o incluso desgarrar el tríceps, lo que le dejaría el brazo inutilizado y, dado que sus armas principales estaban hechas para ser empuñadas a dos manos, su capacidad de combate seriamente mermada.
En cuanto noto la lanza acercarse por su espalda y sin desviar la vista de la lanza delantera, en vez de pivotar, se lanzó hacia atrás en un poderoso salto, mientras fintaba ligeramente con su torso y abría el brazo izquierdo dejando que la lanza pasara inofensivamente pegada a su costado y por debajo de su axila. Si el ataque estuviera dirigido al cuerpo hubiera resultado fatal, ya que el impulso de la lanza sumado a la fuerza de su poderoso salto, hubiera resultado empalado de lado a lado, pero juzgo acertadamente a sus contrincantes, que preferían golpes más medidos y menos peligrosos que intentar acabar el combate rápidamente.
Su salto lo dejo en el flanco derecho del caballo, en una posición demasiado alejada del caballero que tenia en frente y cubierto por el propio caballo del Cruzado Blanco.
Al verlo, el Cruzado Blanco espoleo su montura en busca de rodear a su compañero para prestarle su apoyo, pero sabía que antes de que llegará el Arconte tendría tiempo para atacar.
Al aterrizar y con un gruñido de satisfacción, rápidamente Vuldeck introdujo su hacha en su gran talabarte que llevaba cruzado a su espalda, en vez de arremeter con él. El caballero maniobro con su montura, pero no tenia posibilidad de bloquear el ataque con su lanza dado que estaba equilibrada sobre la silla para ataques frontales. Soltando la lanza, echo la mano a la cadera en busca de desenvainar su espada.
Quizás un golpe con su hacha hubiera dejado fuera de combate al caballo e incluso al caballero, pero Vuldeck era un luchador experto, dado que nadie alcanza un rango como Arconte en el ejercito negro sin ser un veterano en muchas lides. Con las manos desnudas se lanzo hacia el caballo e introdujo su cabeza debajo de su lomo. Acto seguido y afianzando bien las piernas puso en funcionamiento todos los músculos de su cuerpo mientras un grito surgía de su garganta, sumergido como se hallaba en un estado de ansia asesina
- ¡¡¡¡¡¡¡ POR GURTHANG !!!!!!!
Ante los atónitos ojos de sus contrincantes los brazos de Vuldeck se extendieron haciendo que las patas del caballo se levantaran levemente del suelo. El Cruzado Blanco, lanzado al galope para intentar ayudar a su compañero no tuvo tiempo para reaccionar cuando los más de quinientos kilos de masa ecuestre salieron propulsados contra su caballo golpeándolo y derribando a ambos en el suelo. Por suerte estos caballeros, bien entrenados y no cegados por la ira como su, ya fallecido tercer miembro, tuvieron la suficiente entereza para al verse derribados, soltar la los pies de los estribos para evitar quedar sepultados bajo los caballos.
El caballo del Cruzado Blanco fue el que peor parado salió. Al caerle encima el otro caballo, una de sus patas se quebró con un ruido seco, mientras que su jinete salía despedido contra un árbol cercano golpeándose el yelmo con un golpe seco. El caballo del otro jinete cayo como una piedra contra el suelo, se levanto de un salto y se alejo al galope dejando a su jinete aturdido en el suelo a escasos metros de Vuldeck.
El jinete restante que había observado atónito la proeza de fuerza realizada por el Arconte, se lanzo a la carga contra este en solitario, sabiendo que era la única posibilidad que tenía su compañero de que le diera tiempo a recuperarse antes de que Vuldeck se lanzara sobre él.
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El caballero restante exclamó con furia mientras su caballo se ponía a galope:
- ¡Por Eralie! ¡Por Poldarn!
Echando su cuerpo hacia delante equilibró su lanza mientras apuntaba con esta al centro del torso de Vuldeck.
Este desenvainó rápidamente otra de sus hachas del talabarte, siendo esta mucho más larga que la anterior y con una cruz rematada en una pequeña pica. Dió dos rápidas zancadas hacia delante y doblando la pierna adelantada dejo caer su cadera al suelo mientras extendía los brazos e interponía el hacha extendida hacia la cruz del caballo.
Su jinete, al verlo, intentó frenar en seco a su caballo, pero este ya estaba lanzado a galope y era imposible detenerse a tiempo.
El arma se hincó en la cruz del caballo, y en ese momento el Arconte se levanto mientras el caballo se encabritaba con el arma aun clavada en él.
Cuando este empezó a bajar sus patas, Vuldeck, cambió el ángulo elevando el mango lo más arriba que le daban los brazos y haciendo que uno de los filos del hacha se apoyara contra el cuello del caballo. En cuanto tocó tierra Vuldeck completó el movimiento deslizando el filo apoyado de su hacha por el pecho del caballo y trazando un profundo corte que destrozó los músculos de su pecho y de la pata delantera derecha.
Esta última, herida de gravedad, no pudo sostener su propio peso y se derrumbó, doblando ambas rodillas, mientras su jinete salía catapultado hacia delante, directamente hacia donde se encontraba el Arconte.
Al verlo llegar y teniendo las manos aun aferrando el hacha lanzó su cabeza protegida con un yelmo punzante contra la nariz de este, escuchando con satisfacción el sonido de los huesos nasales al romperse.
En cuanto el caballero cayó al suelo retorciéndose de dolor, Vuldeck se lanzó sobre él y equilibrando el hacha sobre su cabeza, la descargó sobre el yelmo de este, partiendo el yelmo, hendiendo el cráneo y acabando súbitamente con sus gritos de agonía.
El silencio volvió a apoderarse del bosque negro, solo roto por los suaves gemidos de los caballeros caídos que ahora se incorporaban.
Vuldeck se giró hacia ellos, y comenzó a andar a su encuentro mientras volvía a cambiar de hachas. Esta vez desenvainó una enorme hacha de hueso, con una afilada hoja en forma de media luna.
Los caballeros incorporándose lentamente vieron el cuerpo de su compañero caído, y entonaron una silenciosa plegaria a Eralie por su alma.
El cruzado blanco recuperó su hoja que se encontraba a escasos metros de su cojo caballo, y la devolvió a su funda, mientras empuñaba un enorme martillo, el temido Martillo Colosal, bendecido por Eralie para luchar contra orcos a los cuales identificaba como su enemigo racial. Al mismo tiempo empuñó en su otra mano un escudo corporal, y se aproximó a su compañero restante.
- Creo que ahora nos divertiremos más caballeruchos. Sin tanta carne de caballo por en medio podremos ver quien es el más fuerte. – Exclamó Vuldeck
- Igual no te gusta la respuesta Orco – respondió el Cruzado Blanco.
Entonando una letanía a Eralie, pronuncio un solemne canto que baño de luz azulada sus manos mientras envolvía con ellas a si mismo y a su compañero.
- Ahora debemos pelear juntos, compañero. Mantengámonos cerca e intentemos cubrir los huecos del otro cada vez que uno de nosotros realice un ataque. – le susurró el Cruzado blanco al último de sus compañeros.
Este, recién salido de los campos de entrenamiento, sudoroso y con voz nerviosa le preguntó
- ¿Podremos con él, mi lord?
- Ten fe en Eralie, hermano. Él nunca deja sin recursos a los que luchan en su nombre. Pues recuerda que cada vez que alzamos las armas, lo hacemos por él, y dios sabe que el mundo será un lugar mucho más tranquilo el día que Vuldeck, el Arconte de Golthur se encuentre cara a cara con su dios.
Armado con el valor que le influía su líder, el joven caballero equilibró sus armas y se separó unos pasos, mientras ambos aguadaban en posición defensiva el ataque de Vuldeck, que continuaba su marcha hacia ellos, con una sonrisa de suficiencia en el rostro.
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Los combatientes se encontraron y comenzaron a trazar círculos lentamente mientras sus miradas se cruzaban de manera calculadora.
Los dos caballeros aguadaban en posición defensiva a la espera de que Vuldeck realizara el primer el ataque, mientras este se relamía los labios en anticipación de la expectativa de devorar carne de humano tras la lucha.
Con un gruñido gutural, Vuldeck pasó a la carga. Con un salto de sus poderosas piernas se lanzó contra el más inexperto de los caballeros, mientras lanzaba un poderoso tajo con su hacha hacia la cabeza de este.
El caballero alzó su espada, en un intento vano de repeler el ataque, pero sabiendo que la potencia del golpe lo haría difícil de bloquear. Pero el Cruzado blanco se interpuso en la trayectoria interponiendo su escudo corporal entre ambos el cual arrancó una nota grave del entrechocar del filo del hacha con el metal del escudo.
- Empuja – gritó el Cruzado blanco y entre ambos se lanzaron contra el escudo intentando desequilibrar a su oponente.
Este resistió el envite, y con un gruñido intento extender sus brazos para buscar precisamente lo contrario, desequilibrarlos a ellos. Las fuerzas parecían igualadas, y se quedaron trabados sin que ninguno de los dos bandos retrocediera un ápice.
El Cruzado Blanco, viendo que de esta situación no obtendrían ventaja, probó una estratagema distinta. Dio un empujón a su propio compañero apartándolo del escudo mientras él se retraía un paso y giraba el escudo, moviéndolo de la trayectoria del hacha. Vuldeck, imprimiendo como estaba toda su fuerza en el movimiento no pudo detener su impulso a tiempo y trastabilló hacia delante dando tres torpes pasos y quedándose plantado justo en medio de los dos contrincantes.
Estos pasaron a la acción de inmediato, y mientras el Cruzado blanco lanzaba su martillo en un golpe descendente dirigido a la cabeza del orco, el joven caballero lanzó un puntazo con su espada dirigida a la espalda del Arconte. Este último, viéndose en apuros, lanzo su hacha en un movimiento circular de ascendente que comenzó a la altura de sus rodillas, y remató por encima de su cabeza, bloqueando y desviando el ataque del Cruzado blanco. En cuanto desvió el primer ataque, invirtió la trayectoria ascendente de su hacha mientras continuaba girando en un intento de bloquear el ataque que sabía que le estaría llegando por la espalda, pero fue demasiado tarde. Por suerte para este, la espada del caballero choco con la acorazada armadura que portaba Vuldeck sin llegar a atravesarla, dejándole únicamente un hematoma por debajo de la armadura. En cualquier caso, Vuldeck completó el movimiento mientras su hacha terminaba de describir el circulo ganando inercia debido a la gran magnitud del hacha y su enorme peso en el extremo.
Vuldeck a continuación puso en practica una de las antiguas maniobras más temidas de los guerreros Gragbadûr. Aprovechándose de su impulso, continuó girando mientras seguía imprimiendo fuerza a su hacha haciendo que esta ganara más y más inercia con cada giro que iba dando. Dada la velocidad del giro y la imprevisibilidad de a que altura vendría el ataque, los caballeros, ahora separados por el cuerpo del Arconte, apenas podían retroceder e interponer sus armas en la trayectoria del hacha para desviarla sin ser capaces de encontrar hueco por donde colar sus propios ataques.
Conforme iba girando, Vuldeck, trazó una mueca de dolor al notar que sus articulaciones protestaban por el esfuerzo de sostener el hacha y seguir girando a toda velocidad. Cuando notó que el arma estaba a punto de escapársele de las manos pasó a la acción.
Aprovechándose del grandísimo impulso que llevaba, se lanzó con el hacha por delante contra el joven caballero sabiendo que este sería totalmente incapaz de bloquear su ataque, dado que no tendría tiempo suficiente para apartarse ni fuerza para desviarlo. Su fin parecía inevitable.
Pero justo en ese momento el Cruzado Blanco pronuncio una letanía:
- Amri xeno haltem!
Cuando apenas le faltaban unos pocos centímetros para impactar contra el caballero una fuerza invisible lo atenazó deteniendo por completo su movimiento e imposibilitando que moviera lo más mínimo ninguno de sus músculos.
- ¡Ataca ahora! – exclamó el Cruzado Blanco al joven caballero.
Pero este no necesitaba que lo azuzarán pues, al reconocer el cantico del hechizo retener persona pasó al ataque, y lanzo un poderoso puntazo a la junta de la armadura de la axila de Vuldeck, que se encontraba con los brazos semi extendidos en mitad del golpe.
El ataque fue certero y encontró carne. La punta de la espada fue clavándose entre los músculos de Vuldeck, atravesando órganos y destrozándole uno de los pulmones.
Presa de un dolor insufrible el hechizo que lo mantenía retenido se vino abajo y se apartó trastabillando de sus contrincantes, mientras se aferraba el costado herido con una mano y un reguero de sangre manaba de su boca.
Los caballeros por su parte se volvieron a colocar uno al lado del otro y se acercaron a este dispuestos a terminar el trabajo.
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