Inicio Foros Historias y gestas Tras la cortina de vapor

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    • Alambique
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      El humano se adentró por el pasillo del segundo nivel de la Fortaleza Negra, se encontraba a escasos metros de su cometido, ya había conseguido burlar a los guardias del primer nivel.

      Conforme se aproximaba a las salas de tortura los gritos de dolor se hacían más patentes, estos gritos helarían la sangre del más aguerrido soldado.

      El pasillo era interminable, dos hileras de antorchas en cada pared lo iluminaban, reflejando su luz en los adoquines de obsidiana negra.

      Cada pocos metros, siempre a la misma distancia, el pasillo tenía un par de salidas, una hacia el norte y otra hacia el sur. Las salidas del sur terminaban en una oxidada puerta de algún metal irreconocible, posiblemente forjado con restos de chatarra.

      No tardó en llegar a su destino, se trataba de unas de las habitaciones más amplias de ese nivel.

      Un intenso olor a incienso casi hace desfallecer al humano, cuando consiguió recomponerse del mareo observó con detenimiento la habitación.

      Se trataba, sin duda, de la habitación más lujosa que había visto, las paredes estaban decoradas por elaborados tapices que representaban escenas bélicas, otro representaba un orco sumergido en la Fuente de la Ponzoña, otro tapiz mostraba dos concubinas semidesnudas dispuestas a entregarse al Capitán.

      Multitud de cojines de diferentes tejidos y colores estaban desperdigados por el suelo de la habitación, muchos de ellos con manchas de sangre y otras manchas imposible de reconocer la sustancia.

      Una mesa de madera carcomida ocupaba la esquina de la habitación, repleta de papeles desordenados y una daga clavada en un pequeño montón de papeles.

      Pero… la estancia estaba vacía, no estaba ni el Capitán ni sus concubinas.

      El humano, malhumorado, se aproximó a la mesa y observó los papeles en busca de alguna pista.

      Arrancó la daga de la mesa y se fijó en los papeles, no había ni un papel escrito, todos eran dibujos obscenos con los que se había entretenido el Capitán.

      ‘¡TRAEDME MAZ KONKUBINAZ, KE TENGO PARA TODAZ!’, escuchó a escasos metros.

      El capitán estaba cerca, abandonó la estancia y se dirigió hacia la dirección de la que provenía el grito.

      A los pocos metros se detuvo en una bifurcación, al final de ese pasillo vio una enorme puerta con una rejilla a la altura de sus ojos.

      Se aproximó a la puerta, llamó decidido y dio un paso hacia atrás.

      La rejilla se abrió y observó como un par de ojos lo escudriñaban de arriba a abajo.

      Se cerró de golpe, rechinando y la puerta se abrió.

      Una bocanada de vapor salió del interior, un aroma agrio envolvió por completo al humano.

      De la nube de vapor apareció un orco y se detuvo justo delante suya.

      Se trataba de un orco de una estatura considerable, su piel brillaba, como si se hubiera untado algún aceite, pero lo más llamativo es que su única prenda de vestir era una ridícula toalla que sujetaba con ambas manos y con la que trataba de esconder sus atributos.

      ‘HOLA ZOZIO, ¿ VIENEZ A LA FIEZTA?’, preguntó directamente.

      El humano titubeó, ‘Ehmmm… sí, sí, claro’.

      ‘¡PUEZ VOI A TENER KE REGIZTRARTE A FONDO!’, exclamó el orco con una sonrisa lasciva

      El humano extendió sus brazos con un gesto de resignación.

      El orco se dispuso a registrarlo, pero en ese momento una corriente de aire movió la puerta.

      ‘¡MIERDA, KE ZE ZIERRA!’, dijo el orco mientras sujetaba la puerta con ambas manos. En ese preciso momento la toalla cayó al suelo.

      El humano no sabía dónde mirar, jamás había visto algo de ese tamaño, debía tratarse de alguna enfermedad.

      El orco dio la espalda al humano y mientras sujetaba la puerta con una mano, se inclinó para recoger la toalla del suelo.

      El humano, consciente de la situación  y sobretodo de la postura, miró rápidamente al suelo.

      Pero sin poder remediarlo, sus ojos se dirigieron justo a dónde no quería, y finalmente se perdieron entre esa maraña peluda.

      El humano comenzó a sentirse mal, un sudor frío le invadió, jamás lograría olvidar esa imagen.

      El orco se colocó la toalla con una mano, haciendo un esfuerzo por taparlo todo, cosa que era imposible.

      ‘ZOZIO, PAZA, PAZA, TIRA PARA EL FONDO’, dijo el orco mientras hacía lo imposible por no enseñar nada más.

      El humano se dio cuenta entonces de un pequeño cartel de madera encima de la puerta, garabateado con pésima caligrafía ponía ‘SPARTACUS’.

      Se adentró dentro de la habitación, el vapor era tan denso que apenas se podía respirar y mucho menos ver qué estaba pasando allí.

      Iba avanzando con cuidado, sin levantar los pies del suelo para no tropezarse, mientras escuchaba un tumulto de voces a su alrededor.

      Dos orcos se interpusieron en su camino, cada uno de ellos llevaba una toalla en la mano y estaban jugando a azotarse con ella entre ellos, persiguiéndose por la estancia mientras reían.

      ‘Sí que es ligero y bonito’, escuchó en un perfecto dendrita.

      ‘Me encanta, estoy deseoso de probarlo’, dijo la misma voz.

      El humano tropezó y cayó de bruces en una de las bañeras, dos semi-drow se encontraban sumergidos en ella, posiblemente se trataba de los que acaba de escuchar.

      Salió de la bañera todo lo rápido que pudo y se dirigió al final de la sala.

      La nube de vapor se iba disipando conforme alcanzaba el final de la sala.

      Un enorme orco, como Gurthang lo trajo al mundo, retozaba entre una multitud de orcas de un tamaño descomunal, le recordó una escena en los gélidos mares de Naggrung, donde había divisado enormes mamíferos marinos en la misma situación.

      Se internó entre la masa de orcas, abriéndose paso entre ellas, algunas las sorteaba por encima, otras por debajo mientras contenía la respiración.

      Llegó justo al Capitán que, ciego de lujuria, lo cogió con sus garras y comenzó a rasgarle la ropa, mientras comenzaba a recorrer su cuerpo con su lengua, comenzando desde la nuca y bajando por la espalda.

      Notó como algo áspero, caliente y húmedo se iba deslizando recorriendo su columna vertebral.

      Ese era el momento, deslizó su mano derecha hacia su bota, mientras que con la izquierda apartaba unas ubres de un tamaño más que considerable.

      Notó algo frío en su mano, agarró con fuerza la empuñadura y girándose lo clavó en el ojo del Capitán.

      El estilete quedó hundido hasta la mitad, el humano intentó zafarse de las manos del Capitán, que comenzó a gritar, se trataba de un extraño grito, más bien parecía un gemido, ¿acaso estaría disfrutando con ese dolor?

      El humano entrelazó sus manos y golpeó con fuerza la empuñadura del estilete, hundiendo hasta la empuñadura en la cuenca ocular del Capitán.

      El Capitán soltó un prolongado gemido y se derrumbó.

      Las concubinas seguían retozando entre ellas, masajeándose, masajeando todo el cuerpo del Capitán, sumidas en un éxtasis que impedía que fueran conscientes de lo que acababa de ocurrir.

      El humano arrancó un extraño collar del inerte cuerpo del Capitán, y cruzó de nuevo la multitud de cuerpos desnudos y sudorosos, hasta llegar a la puerta.

      El orco de la entrada le dedicó una sonrisa de complicidad al humano, mientras avanzaba por el pasillo de la fortaleza.

      ‘¡EZE TRAZERITO, KE NO ME ENTERE IO KE PAZA HAMBRE!’

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