Inicio Foros Historias y gestas Un extraño encargo

Mostrando 0 respuestas a los debates
  • Autor
    Respuestas
    • Alambique
      Participant
      Número de entradas: 2304

      El anciano abrió las puertas de la tabernas y dio un paso titubeante, como si le costara mantener el equilibrio.

      Trató de acostumbrar la vista a la luz de la taberna, iluminada únicamente por la chimenea central.

      La escasa ventilación y la mala combustión de la chimenea provocaba que la estancia siempre estuviera llena de humo.

      El anciano miró a su alrededor, hasta que encontró lo que buscaba, una mesa libre cerca de la chimenea.

      Apartó una silla y, con un golpe seco, la limpió de migas y otros restos.

      Se sentó con cuidado en la silla y suspiró profundamente, como si dejara fluir su vida en esa exhalación.

      Miró a su alrededor, tratando de buscar alguna cara conocida, pero no reconoció a nadie.

      Rebuscó entre sus bolsillos hasta que dió con una pequeña pipa de marfil, de una bolsita sacó unas briznas de tabaco aromatizado y las colocó dentro de la pipa prensándolas ligeramente con sus dedos.

      Se acercó a la chimenea y sacó con cuidado una rama en llamas, la acercó a su pipa y tras varias caladas consiguió encender la pipa.

      Dio una profunda calada y exhaló el humo formando aros concéntricos, era lo único que sabía hacer con el humo, había visto bellísimas figuras hechas de humo, sería cuestión de practicar más.

      • … que sí hombre, es sencillo y está bien pagado…

      Esta frase captó la atención del anciano, la conversación de la mesa próxima parecía interesante.

      El anciano se reclinó sobre su silla, tratando de acercarse disimuladamente a la mesa.

      • Mira, sólo hay que conseguir lo de la lista.
      • Sí claro, pero ¿tú la has leído bien? A ver de dónde saco yo una puta arpa…

      • Vamos a ver, has derrotado dragones, trolls, incluso un kraken y ¿no vas a ser capaz de conseguir un arpa?

      • Bueno, bueno, ya preguntaré por ahí…

      El anciano se giró para ver los rostros de los que hablaban, pero con tan mala fortuna que estableció contacto visual con uno de ellos.

      • ¿Ocurre algo vejestorio? – inquirió uno de ellos
    • ¿Qué? – preguntó el anciano

    • ¡Que si ocurre algo!

    • ¿Qué? – volvió a preguntar el anciano haciendo un gesto con la mano en la oreja.

    • ¡Encima sordo!

    • ¿Gordo? – preguntó el anciano.

    • El hombre suspiró y volvió a su conversación.

      • Maldito vejestorio… Bueno, lo que te decía, cuando lo tengas todo pregunta en Alandaen por Breggen, él te pagará generosamente.
    • Está bien, está bien, ya me apañaré para conseguirlo todo.

    • Uno de los hombres entregó un pequeño trozo de papel al otro y abandonó la taberna.

      El anciano se giró, con cuidado de no ser descubierto y observó con discreción al hombre que había aceptado el encargo.

      Se trataba de un hombre de mediana edad, con un más que notable sobrepeso, los vasos sanguíneos de su rostro eran muy visibles, concentrándose sobre todo en su nariz. Tenía una muy acusada alopecia que trataba de ocultar su peinado, dejándose el flequillo largo y peinándolo hacia atrás, terminando en un remolino en su coronilla. Sudaba con exceso y respiraba con entrecortados jadeos. Tenía la barba muy descuidada, como si su higiene personal no fuera una de sus prioridades en la vida, repleta de rizadas canas y restos visibles de comida.

      El anciano se levantó y se dirigió a la barra, para volver con dos jarras de cerveza, pero esta vez se sentó en la mesa del hombre.

      • Salud amigo, perdona por haberme entrometido antes en vuestra conversación – Y diciendo esto, le entregó una jarra al hombre mostrando una sonrisa.

      El hombre miró al anciano, aceptó la jarra y con una sonrisa engulló casi media jarra de un trago.

      El anciano observó cómo el hombre engulló por completo la cerveza, hasta que sólo quedaron restos de espuma en su barba.

      La mirada del hombre se tornó borrosa, le costaba ver con claridad al anciano que tenía sentado frente a él, intentó alcanzarlo con sus manos, pero apenas podía moverlas, pesaban demasiado, de repente todo se volvió negro…

      El anciano observó como la cabeza del hombre se precipitó contra la mesa, esa era la señal que estaba esperando.

      Se levantó de la mesa y mientras se incorporaba aprovechó para meter la mano en uno de los bolsillos del hombre del que extrajo un pequeño papel doblado.

      El anciano se encaminó hacia la puerta y atravesándola se detuvo en el exterior, notando como la humedad de la noche le refrescaba.

      Acercó su mano hacia su cara, como si tratara de aliviar un extraño picor y un brillo comenzó a fluir por debajo de su piel.

      El anciano clavó sus uñas en su cara hasta que arrancó un pellejo de piel, dejando al descubierto su verdadero aspecto.

      La mujer observó el trozo de piel en sus manos y lo arrojó a una hoguera, tenía tanto que hacer…