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Era un nuevo día en el imperio del mal.
Yo volví a retomar mi cargo como comandante.
Y en mis ratos libres en los que no estaba repasando mapas, y estrategias de batalla, intentaba crear diversas artesanías, para mejorar en el oficio.
Y si no era eso, tan solo aprovechaba el tiempo con Daktos.
Aprendí que la venganza me había consumido.
Que la tristeza perforaba mi corazón como una fría y afilada daga.
Pero aún a si, había cosas que no podía evitar.
El aroma a sangre me provocaba arcadas, a tal punto que un colega chamán tuvo que preparar un ungÜento que me tenía que aplicar para perder el sentido del olfato durante las batallas.
Mi cuerpo, presentaba demasiadas heridas, heridas que dejaron cicatrices, pero internamente dolían como si aún estuviesen en carne viva.
Aún a si ya me sentía completo.
Tenía a mi hermano con migo, que de vez en cuando se iba a alta mar para explorar, y volver con riquezas, o distintos artilugios de el mercado negro de Keel.
Mis recuerdos ya no eran bombardeados por la venganza.
Ya había cumplido todos mis objetivos.
Y ahora que iba a ser de mi?, ya no tenía nada más que me impulsara.
Tenía todo lo que podía desear.
Pero todo iba a cambiar esa misma noche.
Estaba sentado en una roca en el desierto de Dendra.
Cuando me volví un maldito asesino sangriento aprendí que el anochecer en ese lugar era espectacular.
El suave viento te susurraba lo que tu querías escuchar.
Las aves nocturnas con su tenebroso trinar te hacían recordar que la noche podía ser perfecta, pero traicionera a la vez.
Las dunas, que parecían afilados picos de arena, que podían cambiar con solo un abrir y cerrar de ojos.
Y las lunas, que parecían sangrar ese líquido que regaba toda la noche con un ambiente que te hacía pensar que hasta lo más malo, tiene su lado bueno.
Cerré mis ojos, y escuché la voz de mi padre.
Daky estoy orgulloso de ti.
Pudiste concretar todo, y mantener la legión Daerionh con ese resplandor de renacer.
Se que sufriste mucho, y perdiste demasiado, pero recuerda hijo.
Seldar tiene grandes planes para ti, para ti y para el imperio.
Al escuchar eso no pude evitar derramar lágrimas, lágrimas cálidas, de esas que llegan a tu mejilla y las dejas fluir, la dejas fluir como tu felicidad.
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