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Bosque de coníferas
Un majestuoso y resplandeciente mallorn de hojas plateadas crece en esta parte del bosque. El resto de árboles, como con un respeto reverencial, han dejado varios metros de
distancia con respecto a tan espléndido ejemplar. El mallorn crece sobre la cumbre del talud formado por el cauce del río Durmi, extendiendo sus ramas por encima de este.
Una pequeña senda discurre hacia el noreste al interior del bosque.
Leiriel se detuvo y contempló el magnífico árbol a la luz del crepúsculo.
Pronto anochecería y el frío era extremo.
Mallorn
Un árbol mítico y legendario. El mallorn de Eirea. Su corteza dorada y sus hojas plateadas confieren un aire antinatural, casi divino, a este espléndido árbol. Sus raíces salen
fuera de la tierra como grandes gusanos en busca de alimento. Sus ramas se extienden por encima de las aguas del río Durmi.
Su tronco es enorme, sin duda lleva aquí plantado siglos, desde antes de que el mismo bosque existiera, cuando los primeros elfos empezaban a caminar por Eirea durante la primera
Era.
En la copa de este árbol crece una flor conocida con el nombre de flor de la luz, debido a que desprende una cálida luz dorada durante el crepúsculo.
Este es un árbol legendario del que sin duda mucha gente podrá contarte cientos de historias si haces las preguntas adecuadas, historias de inicios, historias de grandes héroes,
historias de grandes momentos pasados en buena compañía…Leiriel estudió las raícces del Mallorn, bajo cuyo follaje había descansado tantas noches en aquel bosque tan familiar. Rodeó el tronco con cuidado hasta descubrir una que era especialmente prominente, arqueada como una cúpula. El sol apenas era una mancha roja en el horizonte entre las copas de las coníferas.
Se estremeció. El invierno estaba siendo riguroso, y su destreza con el arte de desollar los animales que cazaba para comer a fin de poder utilizar sus pieles dejaba todavía mucho que desear. Había ahorrado algún dinero cumpliendo encargos en Anduar y Naduk y era consciente de que pronto debería adquirir ropajes que la protegieran de las bajas temperaturas.
Se sentó en una franja seca de hierba donde la nieve no alcanzaba y sacó unos piñones y unas castañas de la bolsita que llevaba colgada al cinto. Comió despacio, como era habitual en ella, paladeando los frutos y rememorando su encuentro con aquel hombre peculiar, un bardo que por lo visto dominaba la magia y que había sido tan amable con ella.
Ahora se preguntaba si se habría precipitado al depositar en él un cierto grado de confianza, empujada por su afán de conocer, de aprender adurn para poder entenderse con quienes hablaban dicho idioma. Le dolía cuando sin querer, le asaltaba el pensamiento de que su madre quizás la abandonó, infligiéndole con ello la mayor de las traiciones. Por ello se esforzaba en convencerse de que había muerto en medio de una matanza de la que solo recordaba gritos y sangre. Apartaba la amargura de esa sospecha, pero el miedo de ser traicionada estaba ahí, en un recodo de su ser.
Alambvert parecía sincero, sin embargo, la ingenuidad de Leiriel no era tanta como para alejar la sombra de ser de algún modo manipulada. Sacudió la cabeza y al hacerlo, le vino a la memoria el tintineo de las campanillas de la capucha del anciano. Terminó de comer, enterró las cáscaras de las castañas y, envolviéndose en la capa, se encogió sobre sí misma para incrustarse bajo la raíz. No era un lugar muy cómodo, demasiado pequeño, pero allí se sentía segura y protegida de la intemperie. Y estaba seco. Y resultaba algo cálido y…
Leiriel cerró los ojos y se durmió escuchando el río y los sonidos de la noche.
Y soñó. Hacía mucho que sus sueños estaban hechos de pesadillas. Pero aquella noche invernal, mientras allá afuera caía la nieve, Leiriel soñó que trepaba por el hilo de una telaraña hasta la bóveda celeste. Soñó que corría, que saltaba recogiendo estrellas brillantes y las guardaba en un zurrón hecho de tallos entrecruzados. Según las atesoraba, el zurrón se iba iluminando más y más. Ella era una niña, corría y reía mientras las estrellas se acumulaban en su zurrón, en sus manos. Y cuando ya no podía coger más, caían sobre su cabello blanco y lo tejían de luz. Entonces escuchó su voz, dulce, una voz que cantaba, que la llamaba. Era tan acogedora, tan gentil, que Leiriel quiso alcanzarla. Pero las estrellas pesaban demasiado y las fue soltando.
A medida que las dejaba caer de nuevo, su alrededor se iba oscureciendo. Llamó a la dueña de la voz, a su madre. Gritó buscándola y, cuanto más ggritaba, más estrellas caían y se apagaban hasta que se vio rodeada de oscuridad.
Paralizada de miedo, continuó susurrando el nombre de su madre mientras sentía una humedad que se deslizaba por sus mejillas…Leiriel entreabrió los ojos con el corazón palpitando de angustia, al fin y al cabo, había sido otra pesadilla. Y se topó con otros ojos que la miraban de cerca, en medio de una cara asomada al hueco de la raíz.
Y una lengua que lamía sus mejillas. Fijó la mirada en la de esa criatura, y poco a poco se apaciguó su miedo.
Es un cachorro de lobo, con gesto magnificente, de el doble de tamaño de lo normal, con una musculatura extraordinaria a pesar de su juventud. Posee unas pequeñas pero fuertes
garras, que junto a sus finos y afilados colmillos, que generosamente muestra, forman unas armas realmente efectivas. Posee una mirada sabia e inteligente en sus ojos dorados.El lobezno se tumbó del lado de fuera, apoyó la cabeza en sus patas delanteras y se quedó así, inmóvil, contemplando a Leiriel. Ella tendió la mano, poco a poco, y acarició aquel pelaje hirsuto, sintiendo el poder de la musculatura del animal. Y la oscuridad fue menos ominosa.
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