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    • dauzzy
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      Abandonada, triste y asustada. Así es como se sentía aunque no tuviera sentido, pues ella misma había decidido correr el riesgo de enfadar a su dios y se había escondido de todo y de todos en aquella inhóspita isla helada. Era la única opción, pues en sus entrañas crecía una criatura que había sido designada como maldita y que no debía nacer, pero ella no lo sentía así. Lo sentía como vida. Una vida fuerte que le había llenado de energía y determinación durante todo el embarazo, pero ahora que se acercaba el momento del alumbramiento las dudas, los meses de soledad y las duras condiciones de Naggrung, comenzaban a pasarle factura. Quizá había equivocado los signos y Ralder no se oponía después de todo a ese nacimiento. Quizá el padre de la criatura no era quien ella se temía y aquella criatura no sería una aberración que nunca antes había visto la luz. Ahora las dudas atenazaban su mente y su corazón por igual, pero ya era muy tarde para tomar cualquier otro tipo de decisión.

      La druida se asomó a la ventana intentando vislumbrar el cielo, pero la eterna tormenta ocultaba la posición de las lunas por completo y sin embargo estaba bastante segura de que aquella sería la noche. Un lacerante pinchazo desde sus riñones y hacia el centro de su abdomen quiso precisamente confirmar sus teorías en ese mismo momento.

      Sin pensárselo dos veces, tomó el hatillo y el petate y se calzó las gruesas botas de piel de yeti para salir apresuradamente de la casa.

      Las calles habían sido limpiadas de nieve a palazos esa misma mañana, por la nueva remesa de maleantes y desgraciados que habían llegado exiliados en el último barco del mes y aunque la tormenta, ya comenzaba ha cubrir aquí y allá el suelo, aun era bastante transitable, por lo que tardó pocos minutos en llegar a la casa de la vieja partera, a la que sacó casi arrastras de su casa, ya que la consideraba una loca, pues según su amplia y extensa experiencia, aun faltaban un par de cambios de lunas para que la criatura llegase. Pero Dauzzy no se dejó amedrentar por aquella enjuta anciana. La mujer no paraba de refunfuñar, sobre la humedad para sus huesos y otras dolencias varias, amenazando a cada giro de calle, que se marcharía de nuevo a su casa, pero Dauzzy sabía que la vieja arpía apreciaba mucho más las exóticas plantas que ella le había prometido a cambio de sus servicios que sus astillados huesos y así se lo hizo saber, intentando en vano que la anciana se callara.

      Una vez alcanzaron las ruinas que antes conformaban una de las más bellas y fructíferas ciudades de la isla, la druida decidió invocar a su quimera. Sabía que debía guardar sus fuerzas para lo que estaba por llegar y había pensado muchas veces en cual sería la mejor elección para aquella noche, si una criatura que le ayudara a combatir a toda aquella fiera que quisiera dañarla a ella o a su criatura, o una que les protegiera a toda costa, pero y aunque consideraba que esta última era la mejor opción, decidió llamar a la quimera, pues los dolores eran cada vez más frecuentes y empezaba a preocuparle no conseguir llegar. En cuanto se manifestó ante ella la majestuosa criatura, se encaramó a su lomo arrastrando como pudo a la impresionada partera que por fin había enmudecido.

      La quimera galopó rauda por los caminos hasta llegar al inicio del camino del bosque de las llanuras, donde se adentró con sigilo y determinación, para evitar llamar la atención de las aberraciones que pueblan dicho bosque. Al fin tras un largo camino, Dauzzy vislumbró la orilla del lago semi congelado y sujetándose a su quimera, bajó cayendo desmadejada en el suelo. La partera al fin reaccionó al ver la posición de la druida en el suelo y la cara de sufrimiento y se puso manos a la obra, recogiendo ramas aquí y allá para preparar una buena hoguera, mientras regañaba a la druida con una incansable letanía sobre como las jóvenes de ahora esperan al último momento y creen poder hacerlo todo solas, pero la verdad es que Dauzzy apenas la escuchaba concentrada en la respiración como estaba y en tratar de mantener a ralla lo más posible el terrible dolor que cada poco tiempo, inundaba su abultado vientre.

      Por fin la partera tuvo una buena hoguera en marcha sobre la que colocó un caldero lleno de nieve que rápidamente empezó a fundirse. Los dolores del parto alcanzaban ya una intensidad tan insoportable, que la druida comenzaba a pensar que moriría en el proceso del alumbramiento y la cara de la anciana al palparla, vino a confirmar tan funestos pensamientos. Dauzzy no podía permitirse morir, aquella criatura la necesitaría más aun fuera de su cuerpo de lo que la había necesitado durante aquellos meses de gestación, así que agarró por el cuello a la partera y mirándola con furia, le increpó diciéndole que en el caso de tener que escoger entre la vida del bebé o de la madre, más le valdría salvar la vida de ambos. La quimera resopló por sus fauces en ese momento, subrayando la determinación de su ama y haciendo que la partera tragara saliva con dificultad.

      Los minutos parecían horas y las horas se transformaban en días en la mente cansada y confusa de la druida, mientras la criatura parecía agarrarse con toda su alma a las entrañas maternas, pero por fin llegó el momento de empujar y Dauzzy recibió aquella sensación con energías de las que ni sabía que tenía. Tras una docena de empujones, el pequeño bebé se asomó al mundo y la partera pudo extraerlo con delicadeza tras lo que rápidamente la colocó sobre su madre y la lavó con paños calientes con la seguridad de unos gestos mil veces repetidos en una gran cantidad de años. Mientras Dauzzy arropaba con su capa a la pequeña criaturita, la partera examinaba con aprobación la placenta que arrojó al lago lo más lejos posible.

      Dauzzy sentía el pequeño cuerpo del bebé sobre el suyo y no podía dejar de acariciarlo tiernamente, pero sin poder abrir aun los ojos para atreverse a verla. Todas las dudas de los largos meses la llenaron y vaciaron en unos instantes, dejándola más temblorosa y exhausta que el propio parto. ¿Qué podía esperar ver? Era una criatura engendrada por un gnoll y que ella supiera, esto no había sucedido antes. También cabía la posibilidad de que el padre fuera Shihón, pues aunque ella tomó el té ritual de las lunas tras el ritual de vida de la cueva de la Garra, era sabido que algunas veces este té no era lo efectivo que debía ser. Tan solo una hierba recogida antes de tiempo y arrojada al brebaje en un segundo antes del instante preciso y el té perdía parte de su efectividad. Era complicado de elaborar y por ello también tan valioso entre las nobles que podían pagarlo.

      El chapoteo de la placenta arrojada al lago sacó de sus cavilaciones a la druida que por fin abrió los ojos y tras la mirada escrutadora de la partera, se atrevió a echar un vistazo al bebé. Dos pequeños ojitos de hiena le devolvieron la mirada por un instante, pero cuando parpadeó, la imagen cambió y lo que le habían parecido dos ojos de hiena, eran los preciosos ojitos de un bebé perfectamente humano. Dauzzy se atrevió a retirar levemente la capa de piel de yeti que cubría a ambos y pudo observar que era una perfecta y preciosa niña humana con una cabecita coronada por una pelusilla rojiza y dos grandes ojos azules que la observaban con esa mirada miope de los bebés. Observó detenidamente cada rasgo de la niña y resiguió con un dedo el contorno de las pequeñas orejitas, ligeramente puntiagudas, pero ella jamás había visto antes un bebé fruto de la unión de un elfo y una humana como para saber si eran lo suficientemente picudas.

      Debía salir de dudas, así que se puso en pie como pudo, pese a los aspavientos e increpaciones de la partera y se alejó con paso firme en busca del altar de Ralder. Varias aberraciones que poblaban aquel bosque le salieron al encuentro, pero su quimera dio buena cuenta de ellas así que en pocos minutos consiguió llegar hasta la roca que conformaba el altar.

      Dauzzy se arrodilló ante el altar, no tanto por devoción como porque le flaqueaban las fuerzas y posó su mano derecha en la piedra mientras trataba de concentrarse en escuchar cualquier señal. Tras unos breves instantes, el sonido de la hojarasca pisoteada por unas fuertes botas le sacaron de su ensimismamiento. Alzó la mirada y tras la roca del altar vio que Shihón se aproximaba a ellas lentamente.

       

      Continuará.

       

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