Como de costumbre, entró sin llamar la atención y se fue a su lugar habitual, una pequeña mesa al fondo de la barra que equidista del comedor y el baño, aportando la cantidad suficiente de luz para pasar desapercibido, pero sin llegar a ser tan escasa para no distinguir los escritos que carga en su jergón.
Pasado un breve lapso, pidió una infusión de hierbas thorinyas y sacó su pequeña pipa tallada a mano, parsimoniosamente encendió la misma y comenzó a dar pequeñas bocanadas mientras se reclinaba lentamente en su pequeña pero confortable silla. No tardó en moverse para encontrar acomodo y comenzar a desenrollar el primero de los documentos que estaban en su poder, justo a la par que una risueña joven se acercaba temblorosa con su infusión, él fijó su mirada de manera inquisidora, escrutando los movimientos de la joven y tratando de estabilizar con la mente aquel pocillo que se cernía sobre la mesa con destino incierto.
“No, No, No!!! Maldito pusilánime….” farfullaba a ratos un cada vez más encorvado gnomo mientras negaba con la cabeza. Algo no le cuadraba en las cuentas. Sacaba variopintos cachivaches de su equipaje, colocándolos junto al pergamino, fijando la mirada y volviéndolos a guardar como quien compara las dimensiones de ambas cosas, pero no acaba de confiar en el criterio de sus propios globos oculares al transmitir la imagen a su retina.
Con las últimas bocanadas de humo saliendo y la pipa a punto de apagarse, junto a una ya seca taza sobre la mesa, Nherzog cogió sus bártulos y decidió que ya había perdido demasiado tiempo, habría que rediseñar todo si de veras queríamos llegar a tiempo a la fecha comprometida. Dejó caer un par de monedas de sesión y agarrando fuertemente su mochila, apresuró el paso reduciendo el breve camino que le separaba de la puerta a un suspiro, franqueó el marco y tras observar a ambos lados, tomo dirección oeste, dejando atrás el concurrido mercado del Bastión de Plata.
