Días después de ser capturado, un escurridizo ladrón ha confesado bajo tortura ser el autor del robo de una valiosa antiguedad que perteneció, según dicen, a una importante personalidad de la vieja Dendara.

Por desgracia para el coleccionista propietario, el delincuente ya se había deshecho de ella vendiéndola a algún comerciante ilegal, por lo que se le ha perdido la pista.

El ejército de Dendra actuó con benevolencia una vez presentada la confesión, decapitando al ladrón de forma casi indolora y lanzando sus pérfidas manos a los perros.