El maestro nigromante de la torre de ébano ascendía lentamente por la escalera de caracol que le llevaba a la azotea. Su respiración era entrecortada, casi jadeante, pues aunque su elevada edad le había conferido unos conocimientos arcanos envidiados por muchos maestros de hechicería, esta le había cobrado factura otorgándole un cuerpo enclenque y frágil que crujía a cada paso, así como los peldaños de madera podrida que iba pisando.
Tras pasarse varios minutos trepando por las entrañas de la torre se topó de bruces con la puerta mágica que le separaba el exterior de la torre
tras realizar un gesto con su mano derecha y musitar unas palabras en voz baja, esta comenzó a abrirse lentamente, haciendo que la suave brisa nocturna corriese entre sus grasientos y canosos cabellos.
Se aventuró al exterior. Era una noche clara iluminada por las dos lunas, aunque Velian hoy se encontraba en completa superioridad, pues apenan faltaban unos minutos para que esta eclipsara a su único enemigo en el cielo nocturno.
Las voces de los presentes, que había ignorado hasta ahora, llegaron a sus oídos, pidiéndole -no de muy buenas maneras- que este comenzase el ritual que tanto tiempo había estado preparándose. Alzó la vista al tiempo que detuvo su paso, apoyándose en su báculo de oscura madera, y escudriñó las figuras que allí se situaban.
Varias caras le eran conocidas, entre ellas la de multitud de aprendices de la torre, que se encontraban de rodillas en el suelo en cada una de las puntas de un pentáculo que había sido dibujado con sangre de infiel. Rodeando a los concentrados aprendices, varios guardias de la inquisición de Seldar observaban, con la mirada propia de los miembros de su organización, cada uno de los movimientos de los aprendices.
El anciano respiró. Estaba agotado esa noche, pues no había tenido tiempo para dormir en su noche anterior
pensó en visitar a un sacerdote antes del ritual para que le fortaleciera, pero era demasiado tarde y una figura armada se acercaba, furiosa, hacia él.
Se trataba de uno de los soldados de la Inquisición que avanzaba con la inamovible expresión que presentan todos los miembros de su orden. Se situó a su lado, completamente firme y se dispuso a agarrarle por el cuello para arrastrar a ese viejo por la fuerza.
Su intento se vio frustrado cuando Samoth -ese es su nombre- alzó una mano completamente huesuda. El soldado se detuvo de pronto y se llevó inmediatamente las manos a la garganta entre gritos de agonía, ¡era incapaz de respirar!
A medida que el puño de Samoth se cerraba, el orgulloso soldado se acercaba más al suelo con el rostro completamente hinchado y una cara de desesperación que sólo podía significar que su final estaba pronto.
Se detuvo a estudiar la muerte que estaba sufriendo, su condición de nigromante y de Dendrita hacían que la muerte -y en especial la lenta y agónica- fuese una ciencia digna de estudio. Comprobó como sus ojos se hinchaban cada vez más a medida que la sangre transportaba menos oxígeno, sonrío cuando el orgulloso soldado se vio obligado a arrodillarse debido a los mareos causados por la tensión arterial, notó como su corazón se aceleraba bajo sus armaduras y sonrío cuando este le dedicó una mirada que pedía ayuda. Después de todo, el orgullo de la mayoría de los inquisidores no era más que una máscara que ocultaba su cobardía… ¡patético!
Cuando el nigromante estaba a punto de cerrar completamente el puño para llegar así al clímax de su sortilegio la sangre salpicó a la cara. Abrió los ojos lentamente y comprobó como el soldado yacía muerto, atravesado por una gigantesca y ostentosa espada bastarda que se había hundido en el suelo… ¡ÉL estaba aquí!
La mirada de Samoth se dirigió al extremo opuesto de la azotea y allí encontró al culpable de la muerte del soldado. Una silueta se recortaba ante de Velian, que ya casi se encontraba a punto de iniciar el eclipse. A Samoth le bastó un segundo para reconocerle, ¡esos ojos llenos de ira eran completamente inconfundibles!
¡Inicia el ritual, patán!, ¡hemos esperado mucho para este momento y tu pasión por la muerte no va a echarlo a perder! -exclamó la misteriosa silueta-
Cabizbajo, Samoth sonrío. Se despojó de su túnica, desvelando su cuerpo asquerosamente demacrado y enclenque, completamente lleno de cicatrices, puntos de sutura y heridas aún supurantes. Echo su bastón a un lado y comenzó a andar, con la espalda completamente arqueada, en la posición de sumisión habitualmente adoptada por los bufones de la corte.
Tras dar varios pasos se situó en el centro del pentáculo ante la incesante mirada de todos los presentes. Se irguió y elevó los brazos hacia Velian, que ahora había adquirido un tamaño gigantesco gracias a su proximidad.
La luz plateada de Argan se extinguía lentamente cuando su hermano comenzaba a devorar su figura en el cielo y el hechicero comenzó a musitar palabras en lenguaje arcano a medida que la luz de la luna del Mal acariciaba su piel.
Pronto Argán desapareció, dejando un cielo completamente desnudo teñido de haces de luz verdoso en el que sólo el viento y los susurros del Nigromante rompían el monótono silencio nocturno.
Pronto las voces de los aprendices se unieron a la de su amo en un coro que cada vez se hacía más alto, como si de un macabro crescento se tratase.
Un Inquisidor, de alto renombre por lo que sus barrocas armaduras delataban, se adelantó hacia uno de los bordes del pentáculo y arrojó el último elemento necesario para el ritual: un cuerpo de infiel, en este caso la antigua vendedora de pociones de la fortaleza de Galador, la sucia infiltrada del lujo.
El hechicero cerró lentamente sus ojos a medida que la estela de un martillo mágico se dirigía a la cabeza del sacrificio. El característico sonido de un cráneo rompiéndose llegó a sus oídos cuando ya no era capaz de ver nada.
El pentáculo suelo se iluminó súbitamente cuando las primeras gotas de sangre infiel llegaron a rozarle. Pronto, la sangre comenzó a dirigirse por si misma hacia el maestro de ceremonias, arremolinándose a su alrededor y comenzando a levantarse lentamente en una espiral que terminaba en la punta de una de las uñas de un dedo de Samoth, donde desaparecía mágicamente para convertirse en destellos de luz morada.
Se hizo el silencio. Ni aprendices ni Shalafi habían dejado de gritar, pero el sortilegio había destruido completamente las leyes de la lógica y ahora todo estaba envuelto en un silencio impenetrable.
La garganta de Samoth comenzó a dolerle y pronto este empezó a escupir sangre con sus palabras. En el despejado cielo comenzaron a dibujarse nubes negras que se acercaban a Velian cada vez más rápido. La cantidad de nubes comenzó a crecer y pronto todo el cielo estaba encapotado a excepción de la gran luna verde.
Lo poco que quedaba de humano en el anciano maestro había desaparecido por completo. Sus ojos ahora estaban completamente en blanco y su rostro era un rictus que ya no parecían moverse. A su alrededor el suelo estaba aún iluminado y sus aprendices yacían muertos con la cabeza desperdigada por doquier, pues habían explotado en el punto álgido del ritual.
Los inquisidores se retiraron, llevándose consigo los restos de los aprendices y desapareciendo en las entrañas de la torre. Sólo dos figuras se habían quedado en la azotea.
Una de ellas era Samoth, completamente sumido en un letargo mágico que cumplía uno de sus grandes sueños -ser inmortal- al tiempo que cumplía la ambición de la misteriosa figura que había asesinado al soldado inquisidor.
Esta última ambición es algo que hoy no os voy a contar, pero si sabréis quien fue el causante de este extraño ritual que causó que ahora la fortaleza de Dendra esté sumida en una oscuridad perpetua.
Su nombre es Keltur, Keltur Vorgash
cabeza de familia y cruel Emperador de Dendra.
Desde el día en el que se celebró este ritual nadie ha vuelto a hablar de él, pero desde hoy, las luces y sonidos de los relámpagos, así como la risa maníaca del Emperador, acompañan a todos los dendritas en sus oscuras noches.
Finales de la 3ª era. Información imperial histórica clasificada.
Trascrito por: – Anónimo –