[Extracto del diario de Eirea; fecha mortal: 11 de Soel del 251, era 3ª]

Descendió paulatinamente por la escalera de caracol por la que había subido con anterioridad para presenciar la conmemoración del ritual. Todo había salido perfecto, hoy Seldar estaría agradecido y sorprendido con su maligna obra.

No pudo reprimir ni sus bajas carcajadas ni su excitación; ¡habían traído a la tempestad sobre la fortaleza!, ¡el sortilegio estaba terminado! Ahora ni la luz de Argan, ni la mirada de Eralie podría penetrar a través de los densos y oscuros nubarrones arcanos que protegían su ciudad. Ahora él era invencible y su fortaleza completamente invulnerable.

Murallas de casi un centenar de metros que protegía su fortaleza, su trono, de cualquier asalto terrestre que fuese capaz de atravesar la oscuridad y peligrosidad de la tormenta.

Ladrillos de ferrita labrados uno a uno y benditos uno a uno dos veces; uno por los sacerdotes más devotos de la eclesiarquía y otro por el gran archiprelado. Todos diariamente vigilados for un montón de fanáticos a su dictadura.

Hechizos arcanos entretejidos por sus ritualistas que los protegían hasta de los hechizos más poderosos y destructivos, salvaguardando su obra de la brujería.

Y ahora… ¿un sortilegio que cubría a la ciudad en un manto de terror que reforzaba su dominio y que además la ocultaba a los ojos de los mismos dioses?, ¡nada podría haber salido mejor!, ¡nada!

Tras un rato descendiendo se dió cuenta de que ya había salido de la Torre de Ébano y se encontraba en la Plaza de Seldar, rodeado por cuatro figuras con Sotanas Rojas que blandían alabardas de roble y Mithril. Las figuras asintieron con los cascos que no dejaban ver sus rostros y comenzó a caminar mientras el viento hacía volar su pelo y la luz rojiza que asomaba entre los oscuros nubarrones iluminaba su cara. Sentía calor aún a pesar de la llovizna que envolvía toda la plaza. Sin duda hoy Seldar estaba contento.

Caminó hacia su trono, escoltado por sus pretorianos y pisando una alfombra roja que dos servidores le iban extendiendo a medida que avanzaba. Regocijándose en su propia opulencia acarició el mango la espada arrebatada a Sharanos con la que había limpiado al molesto inquisidor encima de la torre. Nisiquiera la Inquisición mostraba algún tipo de oposición a sus medios o de ansias de despojarle de su poder, habían aceptado su mandato como derecho divino y realmente eso es lo que era. Rió más alto a medida que avanzaba ya hacia su trono, haciendo un mortuoso eco en la bastidad de su palacio mientras se sentaba y observaba a los temerosos bufones y trovadores que estaban esperando su turno para entretenerle o morir en el intento.

Se llevó la mano a la barbilla y un intenso dolor le llegó de repente. Una horrible sensación creada por una herida olvidada que se abría, como un antiguo enemigo que se desenmascaraba. No una herida sangrante, sino una mancha en el orgullo del egocéntrico tirano. Aquellos que lo habían repudiado, que lo habían expulsado de lo más alto pronto conocerían que él aún estaba ahí, ganando poder gracias a su Señor de Panteón y esperando para tomar su ya ansiada venganza. Pagarían por renegar de él, pagarían por no escucharle cuando le despojaron de su poder.

Dejo a un lado sus pensamientos y observó la inmensa fila de nobles ansiosos que empuñaban edictos. Estaban esperando su firma para así poder llevar a cabo sus tramas y corrupciones políticas con el respaldo de la ‘legalidad’. Tomó el primer pergamino y lo leyó detenidamente. Una orden masiva de despliegue de la orden del Zorro, su guardia personal, para proteger las murallas de Dendra. Calculo que el edicto tardaría varios años en aprobarse y lo firmó con el sello de la casa Vorgash con una pluma empapada en tinta roja mientras se sumía en sus pensamientos…

La mente humana es muy simple y por ello yo estoy aquí para dominarlos y esclavizar a este mundo.
La guerra se basa en la crueldad, no tiene sentido intentar cambiarlo.
Cuanto más cruel, más rápido se termina…
Y mi imperio se basa en la crueldad; pronto todo habrá terminado.