Las primeras luces del alba del 20 de Cobe aún no acariciaban la cúspide de la Torre de la Santa Cruzada de Eralie en Takome, pues el sol aún no había ascendido del mar, más allá de la Costa Plateada. Los más tardíos borrachos y juerguistas se retiraban con paso vacilante por las callejuelas solitarias mientras la urbe dormía en paz.
Solo las monjas de los monasterios de Eralie susurraban plegarias en sus pétreas salas capitulares, pues sus rezos comenzaban antes del nacer del sol.
Pronto, las broncíneas notas de las trompetas de la Cruzada darían el saludo matutino al astro rey y las puertas de la muralla se abrirían de par en par, pues hacía tiempo que el postrer toque del último cambio de guardia nocturno había sonado.
Los mercaderes extenderían sus abigarrados toldos en el mercado, los roceles y caballerías harían chacolotear sus cascos sobre ee el empedrado, los herreros tañerían sobre el yunque, y el olor del pan recién hecho y la carne asada envolvería las multitudes como un velo de gasa sutil.
Y fue justo en ese momento de calma que precede al amanecer cuando la voz de un cuerno se alzó en el aire quieto. No era el toque musical y argénteo de las trompetas de la guarnición takomita, si no un sonido grave, poderoso y aún así vibrante que se extendió por calles y avenidas, plazas y patios. Surgió en una nota grave y potente que se transformó en otra más aguda que parecía lanzar una pregunta a la mañana por venir.
Hubo una pausa y entonces comenzaron a sonar los tambores. Primero uno y luego otro, redoblaban sin descanso, subiendo y bajando y entretejiéndose, formando una música grave y tonante con diferentes modulaciones que parecían formar palabras
La ciudad despertó a trompicones, como un borracho resacoso al que arrojan de un portal ajeno donde duerme la mona.
Por todas partes, mientras el tronar de tambores se filtraba por postigos y contraventanas y descendía hasta la más profunda cripta de Takome, puertas y ventanas se abrían mientras los vecinos se asomaban intercambiando muchas preguntas y ninguna respuesta.
En una de las posadas del barrio del mercado el viejo Romdrol Cejopétreo departía con el posadero mientras, como cada día, tomaba un ligero y prematuro desayuno antes de salir hacia los cuarteles donde se entrenaban y acantonaban la mayoría de las tropas enanas destacadas en Takome.
Ya había dado cuenta de una bandeja de seis huevos con jamón y pan frito y aún le restaban dos jarras de un galón de cerveza cada una y la hogaza de pan con miel.
El toque de cuerno lo pilló con la jarra eapoyada en sus barbudos labios e hizo que esta descendiera bruscamente hasta la barra mientras el enano quedaba inmóvil escuchando.
No fue el único. En diversas tabernas, posadas, hospederías y casas particulares, muchos ojos de enanos se abrieron mientras el sueño huía apresurado.
A medida que los tambores hablaban el rostro habitualmente jovial de Romdrol se tornó primero serio y después hosco y ceñudo.
Un par de enanos jóvenes irrumpieron en la estancia y cuando empezaban a interpelar al viejo enano este alzó una mano nudosa y fuerte como la raíz de un roble centenario y les gruñó:
–Silencio! No puedo entender nada con esa cháchara de halflings.
Ambos callaron y escucharon a su vez mientras el posadero permanecía estupefacto.
Finalmente los tambores se alzaron en una poderosa llamada frenética que subía y subía de volumen para terminar estallando con la potencia de un trueno.
Luego reinó el silencio.
–Parece como si hubiese estallado la mismísima catedral -Murmuró el posadero removiéndose tras la barra como sacado de un sueño-.
Romdrol le echó una mirada larga y ceñuda. Aquellos ojos oscuros no parecían recordar las largas conversaciones sobre la maduración de la cerveza y las partidas de caza en los bosques de Thorin. Aquellos ojos lo miraban como si fuera un desconocido.
Romdrol echó mano de su bolsa y arrojó con desprecio dos gruesas monedas de oro sobre la barra.
–Eh…recuerda que la cruzada paga parte de…. no hace falta que…. ¿por qué…? -el posadero no acertaba a expresar su estupefacción-..
–¡La cruzada! -Barbotó el viejo enano- No acepto fruslerías de esos mercachifles de la Cruzada. Los enanos pagan sus deudas como siempre han hecho… pero no admiten saqueos ni impuestos abusivos ni estúpidos, óyeme bien.
Y así diciendo giró sobre sus talones y enfiló las escaleras seguido por sus dos jóvenes acólitos que echaron una mirada feroz al atónito posadero.
Dos minutos más tarde los tres enanos bajaban con gran estrépito las escaleras.
Iban calzados con botas de suela y puntéra metálica, cotas de malla, brazales, y el hacha ala cintura. Al hombro cargaban ballestas y unos enormes petates les ocupaban la espalda.
–¡Eh… Romdrol, viejo amigo, ¿a dónde vais? -exclamó el posadero-.
–Yo no soy amigo de los takomitas, humano -escupió Cejopétreo, y dejó cflotando la última frase en el aire con el contrapunto de un sonoro portazo-.
Bajo la estatua del caballero en la plaza central de Takome los enanos de la ciudad estaban formando en cuadro.
Las compañías de refuerzo que Kheleb-Dúm tenía destacadas en aquel puesto avanzado en el Dalaensar Oriental aparecían totalmente equipadas y aprovisonadas para un largo viaje a pie.
Eran una multitud silenciosa y ceñuda, rodeada de escudos como si esperaran algún ataque de un momento a otro.
Sobre ellos se destacaba la estatua del caballero, eternamente presto para lanzarse a la carga y hubo muchos ojos para los que el simbolismo de la escena no pasó desapercibido.
Mientras la luz se hacía más intensa, la voz de que los Enanos abandonaban Takome se extendió por doquier.
Un gran gentío formaba a los lados de la avenida de Moisés entre murmullos y rumores incesantes.
Un redoble de tambor anunció el inicio de la marcha.
Fue un redoble intenso, rápido, que incitaba a mover los pies y mantenerse alerta.
En primer lugar formaban un grupo de ballesteros de la compañía de las Saetas Pétreas con su capitán Grimdal Barbafogosa al frente, abriendo la marcha, los barbudos rostros tensos y las ballestas prestas y cargadas con saetas de cabeza gruesa, las utilizadas para perforar armaduras de placas… como las utilizadas por los cruzados, algo que no todo el mundo pasó por alto.
Detrás, varias filas de guerreros enanos armados con hachas y martillos y con las máscaras metálicas de los yelmos ocultando sus rostros marchaban a paso vivo, los escudos protegiendo los flancos. Eran parte de los Hachas de Plata, compañía que llevaba décadas acantonada en Takome.
Justo en medio de la comitiva viajaban algunas carretas de suministros tiradas por peludos poneys de montaña y, lomás importante, un par de carretones cargados de barriles sobre los que montaban guardia un puñado de ballesteros.
Cerraba la comitiva el audaz y fogoso Stannach Filodorado rodeado del resto de los Hachas de Plata y un grupo de avezados ballesteros vigilaba la retaguardia (entre los que marchaba Cejopétreo), y más atrás aún, un grupo numeroso de enanos de toda clase y profesión marchaba cargando enseres y pertenencias, montados en poneys o tirando del ronzal de mulos y asnos.
Eran comerciantes, herreros, canteros y otros artesanos que llevaban años o incluso décadas trabajando y comerciando en Takome.
Ciudadanos, vagabundos y forasteros contemplaban con estupor como los estandartes enanos cubiertos con iconos de bronce y oro se alzaban orgullosos entre las filas de barbudos guerreros acorazados, embutidos en acero mientras los tambores de amos extremos de la columna marcaban el ritmo infatigable de los caminantes y las suelas herradas golpeaban el empedrado de la avenida como si quisieran pulverizarlay el estruendo de los pasos tenía su solemne contrapunto en el silencio de los Enanos.
Así, entre susurros y murmullos de la atemorizada multitud la comitiva llegó a las puertas de la ciudad, aún cerradas, pues estas no se abrían hasta que las trompetas de la cruzada así se lo notificaban al destacamento de guardia y el sol aún no se había alzado lo suficiente.
Pocos metros los separaban de las inmensas puertas pero la velocidad de los Enanos no se aminoró como si el umbral estuviera abierto y nada se interpusiera entre ellos y el exterior de Takome.
De pronto, un humano de luenga barba blanca ataviado con la túnica de los clérigos de Eralie y la vara de su fe salió a la calzada y se interpuso entre la columna de guerreros y las puertas.
–¡Alto! -Gritó alzando su cayado- En nombre de Eralie, aguardad!
Un cuerno lanzó su llamada en vanguardia y como un mecanismo de relojería al que se le hubiera terminado la cuerda los enanos se detuvieron al unísono.
–Apártate, sacerdote! -Rugió una voz bronca- Apártate pues abandonamos esta maladada ciudad en busca de tierras más dignas de hollar con la suela de nuestras botas!
–Deteneos, os lo ruego -dijo el sacerdote en un tono más conciliador- Tengo un mensaje del cruzado Supremo. convoca una reunión para los mandatarios de los reinos de Eralie y los Enanos de Kheleb-Dúm han sido llamados también. Retroceded y volved a vuestros cuarteles pues la Cruzada os escuchará.
–No nos entretengas con añagazas anciano -Rugió una voz- Los cuervos han traído noticias del Oeste y los tambores han hablado. Nuestra gente está cansada de vuestra estúpida arrogancia. No hablaremos. Nos vamos. Tenemos órdenes de hacerlo así y el Consejo ha hablado. No permitiremos que nos impongáis tributos como si fuésemos esos miserables campesinos a los que vuestros nobles imponen pagos. Somos Enanos de las montañas, no vagabundos sin hogar. Y a nuestrs montañas retornamos. Así que… en nombre de Gloignar ¡apártate y no estorbes! Tu edad y tu barba y el cántaro que ostentas en la túnica son lo suficientemente respetables como para que nos hayamos detenido a escucharte pero no colmes nuestra paciencia pues, suficientemente la habéis puesto a prueba ya.
–Pero, ¡escuchad! -Gritó el clérigo- La cruzada… la reina….
Una orden en lengua enana cortó su perorata y dos enanos se destacaron de la formación, lo alzaron en volandas y con rudeza no exenta de delicadeza lo sentaron contra el muro de una de las mansiones de la calle mientras la multitud retrocedía y hacía sitio atropelladamente.
El cuerno volvió a sonar y la columan reanudó la marcha como si nada hubiera sucedido.
El capitán de las puertas veía sin dar c´redito la avalancha que se le venía encima y supesó la idea de no abrir las puertas pues no había recibido órdenes aún, pero las ballestas cargadas y la firme determinación en los rostros cada vez más cercanos le hizo cambiar de opinión.
Tembloroso retrocedió hacia una de las torres y dió la orden.
Entre traqueteos, chirridos y gemidos, los enormes batientes del bastión de Plata comenzaron a abrirse mientras el mecanismo de poleas y contrapesos instalado hacía siglos movía las enormes puertas que habían soportado cientos de asedios.
Los enanos continuaron su marcha sin dar señales de que nada había pasado y qué hubieran hecho de haber permanecido cerradas las puertas fue tema de debates y entretenidas conversaciones durante semanas.
Tampoco pasaron desapercibidos los escupitajos y gruñidos que algunos enanos dirigieron al umbral mientras salían de la ciudad.
Media hora más tarde la columna enana podía ser aún vista desde las murallas entre una nube de polvo marchando despacio pero sin prisa, como un alud de roca fundida, marchando hacia el sur mientras el redoble de los tambores aún se dejaba oír en ocasiones como un recuerdo o una advertencia de que todos los Enanos que vivían en Takome la habían abandonado.
Este no era un buen presagio para el reino de la Luz.
Escrito por Durgan Martillonegro del extinto Clan Azgrim.