Tzynn Dossoles, el alto paladín de Paris, se acercó a la tienda de campaña donde se reunía el consejo de guerra en el improvisado cuartel general apresuradamente levantado en Angaloth Este. La tienda era lo suficientemente grande para que los generales pudieran sentarse en sillas portables, tomar una infusión y discutir asuntos bélicos. Entró en el recinto con paso firme y decidido, taconeando la tierra batida con botas polvorientas. Sus espuelas, habitualmente impecables, relucían con los destellos del sol, a pesar de estar bruñidas por una campaña bélica que las había llevado muy lejos de casa. Su mirada también relucía con los fulgores dorados de la determinación y la fe que sólo un paladín puede profesar.
Tomó asiento. Como principal estratega del conflicto, había liderado estos años la guerra en todos sus frentes. Su éxito había sido tal, que en apenas unas semanas ya se encontraba ante las murallas de Dendara. Aquel asedio, de ser exitoso, pondría un punto final a la guerra y, posiblemente, a las fuerzas de Oskuro. Como mariscal, era muy consciente de que sus generales confiaban en él de manera ciega; demasiado, para su gusto. Tzynn Dossoles valoraba la lealtad, pero también era prudente y deseaba que así lo fueran también sus subordinados.
El barullo de la charla amainó, convirtiéndose en murmullos que poco tardaron en evaporarse. Pese a no haber emitido palabra o haber hecho ruido alguno, su porte sereno y tranquilo acalló las discusiones de su alrededor.
«El verdadero liderazgo, si alguna vez hubiese existido, tiene que ser más o menos así», pensó Dossoles, «en donde el silencio se impone más que la voz del más ruidoso»
Con parsimonia, el paladín sacó de su mochila un viejo cuaderno desgastado, y anotó sus pensamientos mientras cesaban del todo las palabras de los generales.
— Buenos días a todos saludó el alto paladín, mientras daba un sorbo de la infusión caliente que los mayordomos habían preparado.
— Buenos días, lord mariscal — respondió el coro de generales de forma inmediata.
La respuesta fue casi al unísono. Quizá una cortesía, pero Tzynn Dossoles insistía en tales rutinas para fomentar el respeto y la cohesión de su ejército. No era muy dado a charlas inspiradoras o arengas de batalla; prefería delegar aquellos menesteres a sus generales. En cambio, era un hombre práctico y metódico. Quizá demasiado, pero entendía la guerra de una forma innovadora para aquella época y así había liderado al ejército de Paris con indudable éxito hasta entonces. Su doctrina de guerra ya estaba creando escuela, y por ello se esforzaba en escribir todas y cada una de sus decisiones en aquel viejo cuaderno desgastado, al que había titulado ‘El arte de la guerra‘.
— Próximamente nos encaminaremos a dar el golpe final a Dendara —pronunció el alto paladín—. Para ello, necesitamos los recursos bélicos necesarios para poder asaltar sus murallas. Dos tercios de nuestras fuerzas, al menos, deberán construir armas de asedio, como arietes, onagros, lanzapiedras y torres de asalto. Podemos obtener la madera necesaria en el bosque.
Todos miraron asombrados a Tzynn Dossoles. Su máxima durante toda la guerra había sido ‘la mejor victoria es vencer sin combatir‘ y aquello los desconcertó. ¿Acaso estaba proponiendo un asalto frontal a aquel bastión, con menos efectivos que su adversario, que además se escondía tras su imponente bastión amurallado? Porque aunque gozaba de tropas con mayor movilidad, su número era inferior y el lord mariscal era consciente de ello. Tzynn Dossoles sonrió.
— Recordad que el arte de la guerra también es el arte del engaño —explicó Tzynn, asumiendo el papel de un profesor en un aula—. Soy consciente de nuestras limitaciones y de nuestros puntos fuertes. La peor táctica es atacar una ciudad. Asediar o acorralar a una ciudad sólo se lleva a cabo como último recurso… o como cebo.
» Hay que comparar muy seriamente ambos ejércitos, y conocer los puntos débiles y fuertes de cada uno —continuó, a la par que miraba a sus alumnos expectantes—. Ellos son más numerosos si asaltamos la ciudad, y lo saben, pero no son rivales nuestros en campo abierto, donde la movilidad de nuestra caballería es muy superior. A menos que…
El silencio reinaba todavía en la tienda de campaña. No hubo respuesta. Resignado, el lord mariscal prosiguió:
— A menos que reciban refuerzos de Galador para rodear a nuestro ejército y hacernos una pinza, lo cual sería desastroso. Y creo que todos ustedes son conscientes, al igual que nuestro enemigo, que hay un destacamento de antipaladines allí apostado. ¿Habéis leído los últimos reportes de inteligencia, verdad? —el lord mariscal dejó la pregunta en el aire, que fue contestada por un sinfín de afirmaciones silenciosas.
» Si no lo habéis hecho, llegáis tarde —se contestó Tzynn a sí mismo—. Dado que el verdadero arte de la guerra es someter al enemigo sin entablar batalla, eso estoy dispuesto a hacer. Nuestro objetivo es el de engañar al enemigo, haciéndole creer que estamos construyendo armas de asedio para asaltar Dendara. Cuando las hayamos construido, marcharemos sobre sus puertas, dándole la posibilidad de pensar que somos muy vulnerables al paso lento de los arietes y las catapultas.
Las palabras del alto mariscal eran claras y los generales mantenían un silencio sepulcral.
— Los antipaladines marcharán desde Galador y se encontrarán con nuestro ejército, que habrá cavado trincheras y preparado varias líneas defensivas en el bosque, en donde su caballería es débil y puede sufrir desgaste ante nuestras guerrillas y emboscadas —el mariscal movía frenéticamente las piezas talladas del mapa de guerra para acompañar su explicación.
» Mientras tanto, el tercio del ejército restante, lanzará el asalto contra una Galador desprotegida, que es el verdadero objetivo de todo esto —sonoramente, dejó una pieza con forma de torre en la parte del mapa donde estaba Galador—. Sólo podremos asaltar Dendara si muerden el anzuelo y deciden luchar contra nosotros en campo abierto.
En aquel momento, los generales comenzaron a ser conscientes del engaño que proponía el lord mariscal. La ronda de preguntas no tardó en aparecer, pero ninguna cuestionaba el plan. En sus cabezas se sucedían diferentes escenarios y eso le gustaba. Quería que sus generales cuestionaran siempre sus planes para ser más consciente de sus puntos fuertes y débiles. Tres preguntas principales se repitieron a lo largo de la mañana en aquel centro de mando. El primero en formularlas fue lord Seame.
— Pueden emboscarnos a través de las minas del sur, ya que desconocemos si hay una conexión directa desde la propia Dendara, haciéndoles a su vez también vulnerables —expuso Seame—. ¿Tomamos medidas ante tamaña amenaza?
Tzynn Dossoles valoró las palabras del veterano. Finalmente formuló una respuesta:
— Enviaremos a grupos de aventureros a explorarlas primero. No podemos arriesgarnos —su respuesta se recibió con silencio, por lo que continuó—. Es un buen aporte, lord Seame, y puede estar usted orgulloso de su ingenio. Voy a nombrarle comandante en jefe de las fuerzas que asaltarán Dendara, y no dudo de su victoria si demuestra el mismo juicio que ha mostrado ahora.
» Y respondiendo a sus otras preguntas: no, me da igual que las armas de asedio caigan a manos del enemigo. Prefiero conservar a los hombres que a la tierra, las armas son un señuelo. Siempre pueden construirse más, pero no pueden construirse soldados de la nada. Y sí —continuó Dossoles—, los antipaladines reforzarán los muros de Dendara, pero la caballería no es esencial en los asedios, perdiendo toda su ventaja móvil a puerta cerrada. Como siempre he dicho, la idea es vencer antes de entablar batalla, desorganizándolos primero.
Se sucedieron más preguntas, centradas en la logística, a las cuales Tzynn Dossoles prestó atención antes de dar concluida la reunión. Elevaron un cántico a Paris y después acantonaron a los ejércitos para proceder con las órdenes correspondientes. Cuando se marcharon, uno de los mayordomos, sonrió entre las sombras y se apresuró a robar una de las copias del viejo y gastado cuaderno del caballero.
El lord mariscal estaba seguro de su estrategia, como así demostraría la historia de los Reinos. Encontró grandes victorias en su campaña y fue aclamado por todos, pero su propia doctrina demostró ser también su talón de Aquiles. Había sido observado mucho tiempo por los espías de la oscuridad, quienes controlaban sus movimientos desde mucho antes de empezar la guerra. Tzynn Dossoles había escrito: ‘si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en el lugar a donde vayas‘. Y así sucedió, pues los drow asaltaron la desprotegida ciudad de Takome desde la propia suboscuridad, valiéndose de la guerra en la que esta se había enzarzado. Tamaña batalla, y su pillaje, fueron la prueba fehaciente de que ellos fueron los auténticos vencedores de una guerra orquestada en la que ni tan siquiera habían luchado.
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