La sala estaba cargada de un hedor a sangre y ceniza. En el centro, un símbolo antiguo se dibujaba con líneas torcidas, como si la misma geometría del mundo se resistiera a contenerlo. Ocho ritualistas, envueltos en túnicas rojas y negras, rodeaban el círculo, sus voces susurrando en un cántico gutural que no pertenecía a lengua humana alguna.
Iztoth Varal… Zal’ath Zlato… ¡Tharnak Voro! repetían, mientras las velas de cera negra titilaban con un fuego verde enfermizo.
Cada palabra pronunciada era un martillazo invisible sobre las paredes de la realidad. El aire comenzó a ondular como el calor sobre el desierto, y la luz se volvió pálida, irreal. Uno de los ritualistas, el líder, dio un paso al frente, sosteniendo en alto una gema dorada y tallada con runas malditas, símbolo del poder y la avaricia.
¡Oh, Zlato, demonio de la codicia eterna! Atiende nuestro llamado, abre el velo y cruza al plano mortal. ¡Ven y toma lo que te pertenece! gritó, con voz ebría de poder.
El suelo se partió con un suelo seco. Del centro del símbolo surgió un torbellino de sombras y llamas doradas, un portal que parecía respirar como un ser viviente. El aire en la sala se volvió espeso, pegajoso, cargado de un calor que sofocaba hasta los pensamientos. Las sombras se alargaron y retorcieron, como si huyeran del ser que emergía.
Primero, un pie con garras gigantescas pisó el suelo, deformándolo como si fuera arcilla. Luego, una mano negra, adornada con anillos dorados y joyas incrustadas, asomó por el vórtice. Finalmente, una figura alta y monstruosa salió del portal, su armadura oscura como el abismo, pero decorada con un brillo áureo que parecía alimentarse de la misma codicia. Zlato , el avaro, había llegado.
Su rostro era una máscara de orgullo y desprecio. Sus ojos, dos esferas doradas sin pupilas, brillaban con una luz codiciosa que no dejaba nada oculto. Al abrir la boca, habló con una voz grave, pesada como el oro.
-He sentido sus plegarias y sus promesas. Me invocaron para entregar riquezas, pero solo cosecharán ruina dijo con una sonrisa voraz. -La avaricia es mi semilla y ustedes, mis primeros frutos.
Los ritualistas, que creían controlar al demonio, cayeron de rodillas cuando Zlato extendió su mano. La gema que usaron para abrir el portal explotó en una luz dorada, y el oro de sus adornos y túnicas se fundió en hilos líquidos que treparon por sus cuerpos, convirtiéndose en cadenas relucientes. Gritaron, pero sus voces se ahogaron en el eco del tormento.
Zlato giró su mirada al portal aún abierto, olfateando el aire como un depredador.
-El plano material me extrañó. Es hora de recordarle quién lo posee.
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