Nardiel paseaba intranquilo por los gélidos pasillos de la fortaleza, murmurando algunas palabras ininteligibles, algo parecía preocuparle.

Se dejó caer sobre un viejo sillón al calor de la chimenea que poco a poco se iba apagando, cansado y con el dolor agudo que padecía en sus rodillas, dio un ligero puntapié a un tronco de leña, que fue a parar dentro de la chimenea, un sonido chisporroteante invadió la habitación.

Resopló cansado y cerró con cansancio los ojos, notó un peso en su regazo, era Mo, su viejo gato que se acurrucaba en su regazo, estaba acariciándolo cuando escuchó unos pasos que se aproximaban por el pasillo y un sonido estridente a la vez que metálico, como si alguien fuera golpeando con su lanza en cada esquina del castillo, no había duda, se trataba de Maelrya.

Suspirando profundamente, se ladeó sobre sus decrépitas posaderas hasta tener la puerta en su campo de visión, allí estaba Maelrya con su abollada armadura, y apoyado ligeramente sobre su lanza.

Maelrya al ver a Nardiel hizo un reverencia tan profunda que podría decirse que su columna vertebral emitió un sordo crujido.

Nardiel devolviéndole la reverencia con un gesto seco de cabeza, se aclaró la voz y comenzó a hablar, mientras no dejaba de acariciar a Mo.

– Maelrya, te he convocado para comunicarte un grave asunto que no me deja conciliar el sueño últimamente. Ha llegado a mis oídos que un miembro de Poldarn, un templario de renombre, ha ajusticiado a un enemigo mientras éste se encontraba totalmente desvalido.

Nardiel guardó silencio durante un momento, el tiempo suficiente para alcanzar su jarra de cerveza y darle un profundo trago. Dejando caer la jarra de metal vacía prosiguió.

– Como sabrás Maelrya, los paladines nos ceñimos a un Código de Virtudes, entre ellas destaca el Honor, que es donde este templario ha fallado. No debemos atacar nunca a enemigos indefensos, es lo que se detalla en ese apartado del Código de Virtudes. Así que debemos tomar alguna decisión conjunta.

Dando una palmada seca, una nube de pelo salió volando, Mo estaba cambiando el pelo y eso disgustaba más aún a Nardiel.;Maelrya se apoyó sobre el marco de la puerta, mirando fijamente a Nardiel.

– Mi Comandante, me apena escuchar esto, había oído algo pero dejé que se quedara en un simple rumor, siento no haberme tomado en serio lo sucedido. No tengo la menor idea sobre qué hacer al respecto. Es un tema delicado, no conviene precipitarse.

Nardiel, apartando a Mo cuidadosamente, se incorporó, dando la espalda a la chimenea.

– Pues no se me ocurre otra cosa para tratar de enmendar lo sucedido que comunicarle al templario que devuelva las pertenencias a la familia del enemigo abatido, incluyendo sus riquezas por supuesto. Además deberá escribir una carta donde se disculpe públicamente de sus actos, dicha carta deberá hacerse pública para que todos puedan saber de su arrepentimiento. Por último, no considero apropiado que se presente a las actuales elecciones del cargo de Gran Maestre. Házselo saber cuanto antes Maelrya, no quiero que se nos vaya de las manos este asunto.

Maelrya asintió y, tratando de hacer un ligero esfuerzo, intentó memorizar todo lo que el Comandante acababa de decirle, no deseaba olvidar nada de lo acordado, como ya había sucedido alguna que otra vez.

– Así se lo comunicaré a Telaron, para que cumpla su cometido, devolviendo las pertenencias y las riquezas del difunto a la familia Albinez’Rak.

Hizo una reverencia aún más profunda que la anterior y desapareció por los pasillos del castillo con su peculiar tintineo de su lanza con las paredes.

Nardiel se dejó caer de nuevo sobre su sillón y se durmió pensativo mientras acariciaba a su fiel compañero.