Manuscrito imperial, 288,745,158 del 12 de Mesamin del 242.
Trascrito y adaptado para el sagrado historicom por el hermano Vozamar, vigésimo octavo asiento de la Ordo-Bibliotecaria.

El joven mensajero imperial caminaba raudo por el interior de la primera muralla interior de la desproporcionada fortaleza de Dendra, escoltado por varios pelotones de cientos de hombres de la recelosa -y siempre vigilante- guardia de élite de la Orden del Zorro.

Tal volumen de la protección para un vulgar mensajero era exagerado hasta para las proporciones de la barroca capital triplemente amurallada del Imperio de Seldar, pero él portaba un mensaje tan importante como para haber hecho temblar hasta los más altos cargos de la ciudad.

El nombre del mensajero era Fiodor, Fiodor Ysalonna para ser exactos. Descendiente directo de la mismísima lugarteniente que dio nombre a la que ahora es una ciudad de vigilancia. Desconocía cuales eran las nuevas que portaban -escritas por el puño y letra del miembro de la Ordo-Batalla Byron-, pero cuando llego a las puertas de Angaloth norte descubrió que, misteriosamente, ya le esperaban.

Desde este puesto fronterizo fue acompañado por cientos de hombres armados y guiados por la férrea disciplina del Comandante de la Orden Zorro, indiscutible e inamovible defensor del trono del emperador. Tan sólo el estruondoso ruido de los pasos de la multitud abrieron la primera puerta de la muralla defensiva de la ciudad, permitiendo incluso a tal magnitud de personas entrar sin ningún problema.

La cara de Fiodor parecía volverse pálida por momentos a medida que los eslabones de las gigantescas cadenas que abrían la segunda gran puerta de la fortaleza -la que protege los barracones del ejército- se abrían lenta y ruidosamente en el increíble silencio que los cientos de soldados eran capaces de mantener.

Por fin las puertas se abrieron, revelando el bullicio de la plaza del ejército, donde las puertas de todos los barracones vomitaban millares de soldados que comenzaban a alinearse, completamente firmes, a ambos lados del camino que conducía a la última -y más resistente- puerta de la fortaleza.

Fiodor caminó, ahora sólo y completamente rodeado por todas partes por paredes de armaduras y escudos. La compañía del Zorro protegía la segunda puerta de la fortaleza, impidiendo así la herética tentación del joven mensajero de huir ante el miedo que la apertura de la tercera puerta: la que alberga los edificios más importantes del imperio y del mismísimo dios del Mal.

Sus pasos eran cada vez más lentos y la misiva se movía en sus temblorosas manos, llegando hasta el punto de caer al suelo por error ante la mirada muerta de miles de soldados. Cuando se agachó a recogerla comenzó a ver lo que más temía: los pesados mecanismos que abrían la tercera puerta de la fortaleza habían comenzado a funcionar.

Las puertas comenzaron a moverse pesadamente, revelando la imagen de la plaza de Seldar a medida que estas se abrían.

Para cuando llegó allí, las puertas estaban completamente abiertas y revelando una plaza casi completamente vacía y en el más absoluto de los silencios; tan sólo la presencia de los dos pretorianos que vigilaban las puertas del palacio rompía este ambiente.

Desconcertado, comenzó a caminar hacia adelante, una osadía que no sabía que terminaría escasos minutos más tarde.

Cuando sus pasos le llevaron al centro del gigantesco pentáculo grabado en el suelo de la plaza, una voz femenina, pero que no mostraba atisbo alguno de humanidad, llegó a él desde el noroeste.

¿A dónde crees que vas?– La voz hizo eco en el silencio de la plaza.

Atemorizado como un cachorro al que arrancan de las manos de su madre, comenzó a escrutar nerviosamente la dirección de donde venía la voz: el noroeste; el lugar en el que se alzaba la Torre de Ébano, exactamente la punta noroeste del pentáculo dibujado en el suelo.

Las mismas palabras resonaron desde el mismo sitio, con el mismo tono pero en un volumen muchísimo más elevado. Fiodor examino sus alrededores, más no alcanzó a ver lo que sucedía, hasta que en una de sus exploraciones visuales contempló algo que pocos mortales son dignos de ver… el aire de repente comenzó a acelerarse y arremolinarse hasta el punto de formar un pequeño tornado; a medida que se aceleraba una silueta transparente comenzó a dibujarse en la misma nada que le separaba de la torre.

Escasos segundos -que para él parecieron horas- transcurrieron hasta que la silueta pasó a convertirse en la esbelta figura de mujer; una mujer bella (y tentadora como la más viciosa de los súcubos) que ocultaba sus suaves curvas con ropajes negruzcos. Su belleza embriagó a Fiodor, que antes de poder balbucear una respuesta para tal milagro arcano, se vio silenciado de nuevo por la voz de la mujer.

Jamás debiste cruzar el Umbral de la tercera puerta.– Dijo tranquilamente Elim (por si no lo habéis imaginado, ese es su nombre), la Archimaga Suprema de la torre de Ébano.

Embobado por la gracilidad con la que la esbelta doncella pronunciaba tan amenazadoras palabras, Fionor no se percató del gigantesco martillo de guerra que viajaba en el aire en dirección a su cabeza.

Su error le costó caro y pronto el arma le dio una muerte instantánea que convirtió a su cabeza en el origen de unos sangrientos fuegos artificiales que salpicaron y mancháron todo a su alrededor mientras el martillo volador cortaba el aire, sin haber disminuido su velocidad tras el impacto.

Elim ni se inmutó. Ya había visto más de una vez el contundente vuelo de Vjörm y nisiquiera se molestó en girar la cabeza para ver la grotesca figura que se aproximaba a ella desde el sudoeste de la plaza, donde los barracones de la orden de élite del ejército de Dendra -a los que apunta la punto sudoeste del pentáculo del suelo- se encontraban.

La figura se detuvo a escasos metros del incidente y levanto su brazo derecho, extendiendo la mano en el momento justo en el que el martillo que segundos antes había arrojado volvía a él; el hombre misterioso agarró con firmeza el martillo y lo posó ruidosamente en el suelo, agrietando las baldosas de la plaza con su brutal impacto. Acto seguido, colocó su pierna derecha sobre él y dejó reposar todo el peso de su gigantesca figura sobre el mango del martillo.

La archimaga, al sentir el golpe del suelo, dirigió la más aborrecible mirada a la figura que la escrutaba con mirada inquisidora; odiaba tan primitivas y brutales muestras de poder mientras que Milthuan parecía disfrutarlas hasta el más diminuto ápice.

El Supremo y Poderoso Amo y Señor del Ejército de Dendra (título que ÉL mismo se había adjudicado y nadie nunca se atrevió a discutir) dirigió las más groseras palabras que un hombre puede dedicar a una mujer con una enorme sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro lleno de cicatrices.

La gélida voz de Elim comenzó a oírse en la plaza…

Veo que sus métodos siguen siendo tan dignos de usted como siempre, Excelentísimo Gene…

Supremo y Poderoso Amo y Señor del Ejército de Dendra para ti.– dijo la figura sin dejar terminar a la archimaga.

¿Se da cuenta de que ese título nisiquiera está construido de una manera exacta?, el Dendrita es el idioma de los puros de corazón y usted no hace más que pervertirla con sus niñeces. -Recitó la archimaga mientras sus nervios comenzaban a florecer.

Sospecho que hoy no me deleitarás con un truco de magia con la baraja imperial, ¿verdad Elim?

Las palabras no habían terminado de salir de los labios del General del Ejército cuando las manos de la hechicera comenzaron a moverse a una velocidad imperceptible hasta para los mismísimos dioses.

Sus labios susurraron unas palabras y sus manos se envolvieron instantáneamente de un brillo cegador producido por la increíble acumulación de magia arcana; un movimiento brusco de ambas manos terminó con su sortilegio y con este brillo, lanzando tres terribles descargas elementales que se dirigían -adoptando la figura de tres gigantescas serpientes-
hacia el pecho de la figura armada con intenciones más que letales.

Con toda la tranquilidad del mundo, Milthuan recibió el impacto del dragón de ácido, que no fue capaz de crear el más mínimo deterioro en su barroca armadura. Con una sonrisa de satisfacción en la cara, eliminó al dragón de hielo con un brutal golpe de su Vjörm que lo hizo estallar en mil pedazos. El tercer dragón sin embargo, le impactó de pleno, envolviéndole en ardientes llamas que crearon una gran humareda alrededor del gran cuerpo del consumado soldado.

El rostro de Elim seguía frío, sin haberse inmutado tras conjurar un olvidado hechizo de tan destructivo poder contra el mismísimo General del Ejército. Breves instantes después, cuando el humo del fuego se disipó, un cambio fue visible en su rostro: una de sus finas cejas se había enarcado.

El soldado permanecía completamente de pie, ileso, ignorando una quemadura en su cara descubierta que sin explicación alguna parecía regenerarse lentamente.

Tus sortilegios son poderosos, pero sabes que contra mí el único encantamiento que te valdrá es el de tu cuerpo desn…

Un brutal y ensordecedor sonido de cascos al galope rompió la frase del General. Enfurecido, dirigió su mirada hacia el sudeste y comprobó como un extraño -pero para ÉL muy conocido- jinete se dirigía hacia la reunión al galope. Escasos segundos pasaron hasta que su tenebroso corcel embutido en armaduras del mismo color de la sangre se detuvo; la figura desmontó con una maniobra grácil digna sólo de los más experimentados caballeros.

Cuidadosamente, el misterioso jinete se retiró el pesado yelmo con el que se protegía, revelando una larga melena rizada que cayó sobre sus rojas armaduras. Ella es poderosa y muy hermosa, su nombre: Lady Domiana, la Gran Maestre de la orden de caballería de la Orquídea Ensangrentada, que aunque su orden tenga su sede en el castillo de D’hara, posee un enorme y ostentoso edificio en el sudeste de la plaza de Seldar, en la tercera punta del pentáculo.

Con porte altivo y burgués, Domiana examinó detenidamente la situación y frunció sus cejas, en clara muestra de desaprobación. Tras dedicar una reverencia protocolaria a la «Traedora de Brujería» (como ella gustaba llamar a la archimaga), sus gruesos labios comenzaron a moverse mientras su mirada se posaba en la aún humeante figura del General.

General Milthuan, He De Suponer Que Fuisteis Vos El Responsable De Esta Ejecución.

El Supremo y Poderoso Amo y Señor del Ejército de Dendra dedicó una sonrisa viciosa a su interlocutora que duró varios segundos antes de dignarse en contestar.

Su presencia es siempre bien… recibida, Lady Domiana. Me alegro de que la orden de D’hara haya decidido moverse por una vez e involucrarse en los asuntos imperiales en lugar de perder el tiempo con tonterías.

Domiana desenfundo a la velocidad del rayo una espada envuelta en el aura enfermiza de su oscuro Señor y apuntó con ella al general.

Una Palabra Más, Bastardo, Y Jugaremos Nuestras Vidas En Un Combate A Muerte. Si Osáis Insultar A Mi Orden Estáis Mancillando Mi Reputación Y No Pienso Que Un Vulgar Patán Como Vos Cometa Semejante Acto De Cobardía. ¿Es Que Sólo Sabéis En Palabras?

¿Oh?
¿Estais invitandome abiertamente a que os abra la cabeza con mi martillo, Lady Domiana?.

El sonido de la apertura puertas de la torre de la inquisición -más alta incluso que el mismísimo castillo imperial- hizo el silencio en los actuales reunidos. Sus puertas vomitaron decenas de acólitos que comenzaron a desplegar una larguísima alfombra roja desde el noreste (la cuarta punta del pentáculo) hacia la situación en la que ahora se encontraban las tres figuras, no de manera arbitraria os digo.

Cuando la alfombra se extendió por completo y los acólitos que se encargaban de ello se retiraron, varios Inquisidores Sacerdotes de la Ordo-Ceremonialis comenzaron a caminar por la alfombra, purificando el camino con agua bendita y bendiciéndolo en el nombre de Seldar. Al terminar el recorrido se arrodillaron en el suelo fuera de la alfombra y esperaron mientras una figura se acercaba con lentos pasos hacia su situación.

El Venerable Torquemada caminaba con calma con una mano en la barbilla y otra en el mango de su Aplastacráneos -que estaba en ese momento en su hombro- mientras musitaba pensamientos para sí mismo.

Al llegar a la reunión, no dirigió más que una mirada a cada una de las figuras que allí se encontraban antes de comenzar a hablar con su voz fuerte como la de una tormenta.

¿Cual se supone que es la opinión del Ejército en cuanto a los actuales conflictos?. Dijo Torquemada sin nisiquiera molestarse en los asuntos mundanos que estaban manejando sus «camaradas».

¡Oh!, ¡que grata sorpresa Inquisidor Torquemada!– Dijo el general con una cara sonriente y un intenso desprecio en su interior.
No se a que se debe tanto protocolo y una reunión de emergencia, hasta la orden del Lince sería capaz de hacerse cargo de la situación.

¿De veras?
¿Será el ejército capaz de defendernos de la amenaza que esta latiendo en las tierras Golthur-Hai?
¿Tendrá el ejército la pureza necesaria para protegernos de la corrupción de Oskuro?
¿Serán capaces de defendernos de los hijos de Argan que crecen cada día más fuertes en las montañas de Cyr?
¡Nisiquiera son capaces de mantener nuestras tierras con relativa seguridad!, ¡no diga tonterías!

Las palabras de Torquemada no tardaron en enfurecer de manera descontrolada al general, que hizo caer su martillo de nuevo en el suelo, causando aún más desperfectos.

¡No ose poner en duda mi eficacia Inquisidor!

¿Su eficacia?, ¡siempre ha sido nula!
¡Su historial está lleno de decepciones!
¡ES INCAPAZ DE MANTENER LA SITUACIÓN!, ¡POR ESO ESTAMOS AQUÍ!RESET^%

¿Se cree que defenderé yo sólo todos los frentes?
¡Necio!, ¡detrás de mí hay cientos!, ¡miles!
¡Soldados, jinetes, sacerdotes, cazadores, asesinos!
¡El Ejército de Dendra es la fuerza del Imperio!, ¡que la maldición del Emperador caiga sobre todos aquellos imbéciles que pongan en duda tal evidencia!
¡No ose poner en duda al ejército en mi presencia una vez más o aplastaré su cabeza contra el suelo!

Excelentísimo General, mida sus palabras o será condenado ahora mismo una ejecución sumaria que yo mismo ceremoniaré.

¡Su labia no funcionará conmigo!, ¡soy inocente de cualquier otro cargo que no sea el de defender a mi nación!-grito Milthuan-

Las declaraciones de inocencia no existen en esta plaza, general. Cualquiera que se autoproclame inocente es culpable de hacerme perder el tiempo.
¡¡¡CULPABLE!!!

Sus ambiciones le harán caer por su peso, Torquemada.

¿Ambiciones?-Dijo Torquemada sorprendentemente extrañado.
Soy un hombre sin ambiciones.
No soy más que un humilde siervo del emperador que tiene un sueño.
El sueño de que la palabra de Seldar y la mano del imperio lleguen a cada esquina, a cada rincón de Dalaensar.
Mis acciones tan sólo están motivadas por el ardiente deseo de cumplir ese sueño.RESET%
¿Ambicioso?

Quizás sí, quizás me apresurase a negarlo.
¡Mi única ambición es que el suelo del Imperio se extienda más alla de los horizontes!, ¡y tú no es nadie para quitarme esa ambición!
Si tu corazón es puro y le rindes devoción al Emperador no hay nada que temer de mis ambiciones.
Tened en cuenta que…

Torquemada de repente se calló y guardó silencio mientras Lady Domiana se arrodilló en el suelo.

¡Eso no son más que sandeces y lo sabéis!-exclamó el general

¡¡¡¡¡SILENCIO!!!!!-una voz resonó en la plaza

¿¡QUIÉN OSA MANDAR CALLAR AL GENERAL DEL EJÉRCITO?!

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡SILENCIO!!!!!!!!!!
!¿QUIÉN ES EL QUE OSA PONER EN DUDA UNA SÓLA DE MIS PALABRAS?!

El general llevó su mirada al este donde se topo con algo que no se esperaba… ¡la figura del emperador!, ¡el mismísimo Keltur Vorgash había salido de palacio sin escolta para unirse a la reunión!

Mi señor… ¡lo lamento!-lloriqueó el General mientras Torquemada sonreía de manera conspiratoria.

La enorme figura, ataviada con una brillante corona dorada y una larguísima capa carmesí adornada con piel de lobo blanco, ignoró por completo la patética petición de su más brutal subordinado.

¿Cómo está la situación?-preguntó sin preocuparse de nada más

Hemos conseguido frenar el avance de los hijos de Argan desde Cyr, mi señor.-dijo Elim pausadamente.
La torre de Ébano ha hecho grandes progresos respecto a la naturaleza de esas bestias infectas y seremos capaces de mantenerlas a raya por nosotros mismos, pero no podremos daros más apoyo arcano en otro lado.

Keltur Vorgash asintió levemente con la cabeza.
Lady Domiana, ¡alzaos!-dijo el emperador
¿Está la orden de la Orquídea Ensangrentada preparada para llevar a cabo el ritual de purificación de los «Cuatro armas»?-preguntó sin preocuparse de nada más

Lady Domiana se alzó en este momento humildemente, agachando la mirada ante su soberano.
Mi Señor, Habéis De Saber Que Es Mucho Peor De Lo Que Pensamos.
Nuestros Jinetes No Son Capaces De Mantenerlos A Raya Y Nuestros Acólitos Escasean, ¡Necesitamos El Apoyo De La Inquisición!

La voz de Torquemada, el único que no se había arrodillado, rompió las frases de Domiana.
¡JAMÁS!
¡EL PODER DE OSKURO SE HACE CADA DÍA MAS FUERTE!, ¡NO PODEMOS DESTINAR MÁS INQUISIDORES HACIA LAS TIERRAS DE GOLTHUR!
¡EL EJÉRCITO DEBERÍA PERSONIFICARSE!

El general del ejército se levantó de su improvisada reverencia y contestó a Torquemada:
¡Estamos manteniendo más de cinco frentes a la vez!
¡No tenemos hombres suficientes a no ser que movilicemos a la Orden del Zorro!

Keltur Vorgash acalló las voces de sus súbditos con un único gesto.
Torquemada, ¿tan grave está la situación de la Catedral?

Mi señor, sabéis que nunca os digo nada que esté fuera de lugar. Desconocemos el motivo, pero las energías de Oskuro se hacen cada día más fuertes en ese lugar… ¡no podemos detenerlas!

¡MALDICIÓN!

No podremos apoyar la guerra de los Golthur-Hai.

¡ABANDONAD LA CATEDRAL!

¿Cómo?, ¿mi señor, estáis seguro de intentar siquiera pensar en hacer eso?

Tú, mi más fiel servidor, ¿dudas de mi palabra?
¿Es qué no te has dado cuenta de la influencia de la Espada Negra en este asunto?

¡¡LA ESPADA NEGRA!!
¿¡Estáis completamente seguro, mi señor?!

¡NECIO, DE NUEVO HAS VUELTO A DUDAR DE MI!
¡¡¡QUIERO QUE TODOS OS INVOLUCREIS EN EL CONFLICTO DE GOLTHUR!!!
¡¡¡LA INFLUENCIA DE LA ESPADA NEGRA NO DEBE INTERFERIR DE NUEVO EN NUESTROS PLANES!!!
¡¡¡TODOS Y CADA UNO DE VOSOTROS TOMAD HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE QUE ESTÉ BAJO VUESTRA DISPOSICIÓN Y MARCHAD HACIA ALLÍ!!!
¡¡¡OS EJECUTARÉ A TODOS SI NO CUMPLIS VUESTROS DEBERES!!!-exclamó el Emperador en un ataque de furia.

Acto seguido los miles de hombres del ejército dieron un único paso al unísono que retumbo en toda la fortaleza, tras girar, comenzaron a desfilar hacia la salida de Dendra, dispuestos a obedecer la orden de su Emperador sin nisiquiera necesitar el consentimiento de sus más directos superiores. El General del Ejército, fue sin duda el primero en comenzar a caminar en su marcha hacia la guerra, apartando a manotazos a las compañías que se interponían entre ÉL y su destino.

Tras el brutal alboroto el Emperador comenzó a moverse, preso de furia y con pensamientos de rabia reflejados en su rostro, hacia el edificio de la Inquisición, sin nisiquiera mirar el mensaje que el ahora muerto Fionor le había traido a él personalmente.

Después de apartar a unos guardias que nisiquiera osaron interponerse en su camino y de hundir y abandonar su espada en el pecho de un Acólito inocente, comenzó a subir por las escaleras de la torre, atravesando las estancias de los inquisidores, de los altos inquisidores, del regente, de los mismísimos cinco y subiendo más allá de las escaleras del círculo interno, círculo al que nadie nunca se atrevió a subir.

¿Qué podría ser lo que causa furor en un hombre al que el nombre del mismísimo Oskuro no causa miedo o reacción alguna? Lo desconozco. Pero ya sabéis vuestras ordenes. Todo buen Dendrita deberá cumplir sus deberes con el emperador mañana, a las 18:00 en el evento que se celebrará. No hay lugar para la duda ni para el temor, los cobardes y traidores serán ejecutados inmediatamente y los más fieles serán los primeros en ir a destruir lo que el emperador y Seldar no quieren en el mundo.

Fin del manuscrito, archivo 24,565

(Y más os vale que os lo tomeis en serio)