«Iba a descargar mi arma sobre la cabeza de uno de mis pupílos, como
suelo hacer habitualmente, cuando una sombra avanzando rápidamente sobre
su aterrado rostro me hizo levantar la vista. Entonces vi esa torre, que
flotaba entre nubes de colores. No pude sino quedarme boquiabierto: y en
qué momento se me ocurriría, pues no pude cerrar la boca antes de una
lluvia de agua hirviendo me abrasara. Y ahora tengo este pequeño defecto
al hablar.»
— Instructor Orco de Shamanes

«Era un día bastante monótono: algún que otro druída merodeando por
las inmediaciones del Derebar, un clérigo de Seldar plantando cara a los
peregrinos de Erealie… entonces vi una inmensa torre de piedra que se
avecinaba. Empecé a dispararle flechas, pero… ¡rebotaban! Nunca había
visto un espectáculo así. Es lo último que recuerdo antes de que un rayo
impactara sobre mí. Después desperté en los campos de Celedan. Desnudo.»

— Arquero Negro de Élite

«He desarrollado un lenguaje basado en montones de roca apilados con
el que creo poder comunicarme con la torre. La invitaré a fusionarse con
nuestra Todopoderosa Fortaleza Negra. Tomaremos el control, mataremos al
hechicero, y elevaremos Golthur Orod por los aires. Conquistaremos uno a
uno todos los Reinos de Eirea. Y no habrá que cavar más pozos sépticos.»

— Glorbaugh, Comandante del Ejército Negro

Un acontecimiento de lo más extraño ha despertado la intriga y el recelo
de los habitantes de Golthur Orod. Una torre flota por los alrededores del
Reino, sujeta por fuerzas que escapan a la comprensión de los Golthur-Hai.
Remolinos y pequeñas nubes plateadas rodean su base, cuya distancia al
suelo puede variar desde escasos centímetros hasta varios metros. Entre los
amantes de la bebida destilada empiezan a correr rumores apocalípticos. Se
sabe que la Torre perteneció a un hechicero humano, llamado Éxodus, que fue
tildado de «demente homicida» por el cien por cien de los consejos de magia
de Dalaensar a los que fue sometido. Sus ideas, calificadas sin duda alguna
como «patrañas seniles producto de un cerebro consumido por la ambición y
la locura» por esos mismos sabihondos, no eran ni mucho menos un cuento: su
Torre de Hechicería, por fin, se levantó del suelo. Y con ella recorre los
continentes, ignorando a sus habitantes -pese a las habladurías populares-,
y usándola como refugio en el que practicar sus malas artes ilusorias.

Algunos descerebrados se han adentrado en su torre. «Grandes tesoros, es
un viejo chiflado al que el oro le es indiferente. Lo apila hasta el techo.
No le importará que lo tomemos prestado. Amén de grandes reliquias. Será un
golpe perfecto» -dicen.

Todos han vuelto. Vivos.

Pero con los bolsillos vacíos. Al igual que el cerebro.

Dunkelheit