La intricada nobleza dendrita es un laberinto sin fin. Una carcel de burocracia en la que las decisiones políticas, las lagunas legales y la corrupcion son los tres ases necesarios para ganar.
Tras mucho tiempo, los nobles dendritas han conseguido molestar tanto al emperador con sus exigencias, que este ha destruído para siempre le puesto de ‘heraldo del emperador’, o como los nobles más celosos gustaban llamar ‘el recadero del emperador’.
Dicha presión se debía a que el puesto era un puesto vitalicio sólo cedido por cesión, lo que provocaba que los nobles no pudiesen competir entre ellos para ver quien era el que se sentaría en el opulento despacho del heraldo con todo el sueldo que el Emperador desvía de las arcas del imperio para sus menesteres personales.
Entendiendo la simpleza de la nobleza mundana, Keltur Vorgash abolió este puesto y ordenó por decreto imperial la creación del puesto de canciller, un puesto que recaerá en el noble que más votos haya conseguido entre otros nobles y burgueses. Con esto Vorgash se sacará de encima a las ruidosas arpías que tantos problemas causaban a la economía dendrita y, además, mantiene ocupados a los posibles intentos terroristas de usurpación política, no hay nada mejor que tener a un posible enemigo más cerca.
Desde ahora, el puesto de heraldo desaparece historicamente.