Los había seguido durante tres largas jornadas. En ese mismo momento, sus hermanos estarían siendo velados.
«Que Hiros los guíe en su último camino» – pensó. Allí estaban los asesinos. En total seis
hombres. Desconocía su origen y su lengua, aunque le sonaba desagradable y ruda. No eran norteños, de eso
estaba seguro, por su vestimenta tan poco apropiada para los duras noches de invierno en las Estepas. Reían
estrepitósamente, parecían jactarse de algo. No sabían que una sombra les vigilaba y les seguía, dispuesta
para la venganza, dispuesta a repartir justicia. Aquellos hombres eran unos asesinos. Habían asesinado a tres
hermanos Elizhim. Tres eldorians vilmente ajusticiados. Sin razón y sin motivo…

Con la caída del alba se preparaban para acampar. Se acercaba el momento. Su pulsación, normalmente pusada y
silenciosa, empezaba a golpear rítmicamente su sien. Se sentía anormalmente ansioso. Acarició el rugoso y frío
tronco de roble en el que se apoyaba. Observó como, mientras cuatro de los asesinos, preparaban el campamento en
un claro de la arboleda, dos más se acercaban a su posición. Estaban buscando una presa para cenar.
«El cazador que se convierte en presa» -penso sonriendo para sí.
Estaban muy cerca.
Se ajustó su capucha para ocultar sus facciones en la sombra. Desenfundo con suavidad su largo cuchillo acompañado
de un imperceptible silbido metálico.
Pasaron frente a el.
El momento había llegado.

Con el silencio de la muerte agarró a su primer objetivo por el cuello desde su espalda, y con una rapidez
vertiginosa deslizó su cuchillo por el cuello del asesino, abriendo una descomunal herida de la que manaba
un torrente de sangre oscura, silenciándolo para siempre.
Aprovechando la sorpresa de si acompañante, le propinó una fortísima patada en el abdomen que le hizo arrodillarse.
Sin más contemplación, y aprovechando la humillante posición de su segundo objetivo, le agarró de su larga cabellera
tirándo fuertemente hacia atrás, dejando a la vista su desnudo y desprotegido cuello, el cual atravesó de lado a
lado de una brutal cuchillada.

Pero la venganza aún era incompleta.

Con sigilo se acercó al claro donde se empezaban a acomodar el resto de asesinos. En total cuatro.
A una distancia prudencial, y protegido por las sombras, enarboló su preciado arco de caoba. Su sólo tacto
era capaz de tranquilizarle, de calmar su ansía de venganza. Con suavidad cogió una flecha penachada de su
carcaj y la preparó. Tensó su arco con todas sus fuerzas mientras apuntaba a su primer objetivo. Con furia
y rabia contenida soltó la cuerda mientras el proyectil rasgaba la quietud de la noche, atravesándo el pecho
de su víctima, la cual caía de espaldas ya sin vida.
Aprevechando la confusión entre el resto de objetivos, Yëlra cogío dos flechas más de su carcaj, realizando
un prodigioso y rápido disparo doble, hiriendo de muerte a uno de sus objetivos al atravesarle el corazón
e inutilizando a otro al atravesarle la rodilla.

El último de los objetivos pudo al fin localizar a la sombra, y enarbolando una enorme espada a dos manos
corrió con la furia del desesperado en pos de dar muerte a la sombra asesina. Yëlra, con total tranquilidad
cogió una flecha más de su carcaj, la última, y pacientemente la armó, esperando el momento idóneo.
Cuando el objetivo se encontraba a escasos 5 palmos de distancia, Yëlra disparó con todas sus fuerzas,
atravesándo su garganta de par en par, ahogando el grito de guerra y de furia de su contrincante para siempre.

Yëlra se acercó al claro, donde su último objetivo sufría espasmos de terrible dolor, intenándose arrancar
la flecha certera que le impedía caminar y moverse. El asesino le suplicaba algo desde el suelo, mientras se
retorcía. Yëlra no entendía lo que decía aunque podía suponer que le rogaba por su vida. La vida que aquellos
asesinos habían cercenado al pueblo Elizhim. Sin motivos.
Yëlra se arrodilló levemente, y puso su rostro frente al del asesino. Con parsimonia retiró la capucha hacia
atrás, dejándo visible su rostro, y le dijo:
Con tu muerte cumplo mi venganza, que es la venganza del pueblo de Eldor, mírame a la cara y ten muerte digna.
Sin más preámbulos acuchillo su corazón. La venganza estaba completa. Volvería a Eldorham a dar la noticia, para
que sus hermanos, por fin, pudieran ser sepultados y honrados.

Relatos de Yëlra. Anónimo.

Durmok
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