Ocurre que, muy de vez en cuando, algún hechicero tentado por la avaricia se da
a delitos menores -que no por ello menos soeces y viles- tales como el hurto, el
escamoteo, la ocultación y el engaño. Pese a caer en semejantes despropósitos,
estos hechiceros no pierden la orientación de cuál es su profesión: serán a
partir de entonces magos abyectos e infames, sí; pero hechiceros al fin y al
cabo.

Por desgracia ocurre también que, muy de vez en cuando, algún ladrón tentado por
la avaricia y el anhelo de poder se entromete en asuntos de magos: invierten los
botines de sus abominables actos en mejorar sus conocimientos sobre magia, leen
pergaminos robados en sangrientos asaltos a tiendas de hechicería, e invierten
sus energías en iniciarse en artes que jamás deberían haber quedado a su alcance.

La diferencia es que estos seres desviados sí pierden la razón y olvidan que sólo
son unos vulgares rateros. Han catado la ambrosía arcana de la magia y la buscan
sin cesar cual adicto al anthalas, sin reparar en el número de vidas que tengan
que llevarse por delante. Son altivos, prepotentes y ambiciosos. Miran por encima
del hombro a otros rateros puesto que creen haber alcanzado una cota mayor de
poder; desprecian también a los propios hechiceros puesto que nunca llegarán al
dominio de la magia arcana del que gozan. Son almas atormentadas por la ambición
y el deseo de poder, repudiados -y a veces hasta temidos- por sus conciudadanos,
conocedores mundanos del subterfugio y de las nociones básicas de lo arcano.

Se hacen llamar mago-ladrones, pero mi opinión, amigo mío, es que son parásitos
de la magia que deben abandonar de inmediato sus actividades infames.

Belneiros el Azul, Hechicero Clasista