El panteón de los dioses es una dimensión inhóspita y donde el concepto de realidad varía según los poderes de los que allí moran. Seldar, que sólo es capaz de pensar en tomar las cosas como suyas de cualquier método, habita en una región del panteón donde todo parece nacido de una pesadilla.
El aire es mortal y la temperatura abrasadora, no hay vida que no se haya subyugado a su poder y pocos son lo suficientemente fuertes como para ser capaces de permanecer al lado de su señor para protegerle. Sólo sus más poderosos lugartenientes, criaturas de nombre tan infame como su reputación, vigilan estoicos los dominios del dios del mal.
En el corazón de estas tinieblas, Seldar contempla el mundo que intenta tomar lentamente. Un mundo que tiene que tomar de las manos del resto de los dioses mientras lucha contra sus ardides políticos a base de sangre y fuego, imponiendo su credo por la fuerza, sin política, sin alianzas. Lo contempla y lo anhela, pues para él toda la existencia no es más que algo que debe ser tomado y usado, ya que él no posee poderes de creación, sino de corrupción y destrucción.
Sin embargo, en las propias estancias del Dios del Mal, en el corazón de la región más siniestra y hostil jamás concebida por ninguna criatura en la larga vida de Eirea, algo iba a cambiar… Seldar iba a sellar un trato.
Sin que ninguno de los más poderosos demonios lo percibiera, una figura encapuchada se presenció ante la estupefacta mirada del Dios del Mal. Seldar, incrédulo porque existiese alguien tan necio como para importunarle de tal manera, se levantó mientras se tornaba rojo de cólera. Su figura comenzó a crecer, llena de rabia, y pronto observaba al minúsculo insecto que tenía delante de él desde varios metros por encima.
Lanzó sus colosales manos con la intención de aplastar a la insolente figura que tenía enfrente, pero esta, en lugar de defenderse, le tendió algo que saco de debajo de su capa roída: la empuñadura de una espada de la que colgaba un ojo de cristal.
Seldar se detuvo. Si alguna vez en la historia, pasada o futura, se puede decir que una entidad de corazón tan siniestro se alegrase, fue entonces, cuando estalló en unas carcajadas tan terribles y sonoras que varias tempestades azotaron los cielos del mundo mortal como respuesta a su estado de euforia.
Tras arrancar la empuñadura de las manos del joven que tenía ante sí, Seldar examinó detenidamente lo que tenía entre manos. No había duda, era real. Ese muchacho había encontrado parte de algo que miles de sus demonios no pudieron encontrar siglos atrás. Ni el propio Anacram había sido capaz de seguir su pista.
El joven entonces habló. Habló con una voz suave y una facilidad para las palabras que denotaba que era un gran negociador. Sin embargo, no era esto lo que buscaba, no imploró poder o favores, sólo que relegase cualquier rencilla que le guardase. Nada más. No le molestarían ajustes de cuentas o combates, sólo quería sellar la posibilidad de trabajar juntos en un futuro para algún fin concreto.
Seldar, incrédulo ante la necedad del joven semidiós, le ordenó retirarse mientras disfrutaba de una parte de la llave que le abriría la puerta al dominio de este mundo. Mundo que, gracias a la tenacidad de los mortales, ya se le resistía por mucho tiempo. Sus carcajadas retumbaron en el panteón de los dioses amedrentando a las entidades de más poder y despertando un terrible recelo en el corazón de Gedeón.
Khaol, tras darle la empuñadura a Seldar, se fue tan silenciosamente como llegó y se retiró su máscara. Una sonrisa tétrica surcaba sus labios.
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