El capitán Jyrano del Fonte había pasado toda su vida en el puente de mando de muchos navíos imperiales. Su exitosa carrera de capitán comenzó con un abordaje fortuito a una nave Tilvana en el que derrotó al cabecilla de un grupo de traficantes de drogas. Por aquel entonces no era más que un grumete y desde entonces su carrera se disparó como la espuma.
Pronto tuvo bajo su mando una tripulación con la que él mismo había faenado. Una tripulación que lo veía como a un igual y por ello le respetaban. Nunca tuvo ningún motín y su carrera fue espectacular. Sus misiones, que principalmente eran de reconocimiento, siempre fueron un éxito. Su Balandra pronto fue conocida como ‘La Ola Roja’ y su mero nombre inspiraba temor en los corsarios más endurecidos.
Con el paso del tiempo su renombre creció, así como su influencia política. En menos de cinco años poseía una pequeña flota bajo su mando y obtuvo el cargo de Almirante. Con La Ola Roja, dos veleros, tres balandras y una Ferrumbra Imperial impartió en el mar la justicia imperial a golpe de Acero Dendrita y cañones templados.
Sí, Jyrano había sido un gran soldado. Sin embargo los años pesan y pronto cedió su flota y su cargo a su hijo pues el ya retirado,Jyrano dejó de lado la vida política para vivir sus últimos años tranquilamente en la capital, sufriendo su artritis en su cómoda mecedora.
Sin embargo el deber le llamó una última vez. La mano de ébano había construido un fascinante artefacto arcano que dotaría a los navíos imperiales de una superioridad aplastante en el océano. Dicho artefacto era capaz de hacer que los barcos surcasen las olas a velocidades inimaginables o que sus cañones disparasen obuses capaces de derrumbar fortalezas.
Jyrano fue elegido por el general Milthuan para probar la eficacia de dicho artefacto, ya que su conocimiento de la guerra marina era indiscutible. Se le dio una tripulación de férreos soldados, una escolta de inquisidores que le seguían a todas partes -por seguridad, decían- y. una nueva balandra recién construída y que lucía en su puente el tan famoso artefacto: una bola de cristal, o eso le parecía a de Fonte, de metro y medio de radio.
La balandra se bautizó como el ‘Rayo de Dendra’ y esta se echó a altamar tras una intensa y carísima ceremonia celebrada en los puertos de Anduar. Los nobles se frotaban las manos y se daban palmadas, pues todos habían pillado una buena tajada del pastel.
El 11 de Mesamin -en el año 197- , el ‘Rayo de Dendra’ surcó los mares por primera vez. Era un navío resistente y veloz. Opulento, como le gustaba a los militares, con un mástil más largo aún que cualquier otra balandra, recubierto de banderas a lo largo de toda su eslora y teñido de un rojo tan intenso que cualquiera podría verlos en el horizont. Jyrano sabía que esto no sería nada bueno para psar desapercibido, ya que el barco se veía a simple vista por sus colores chillones.
Sin embargo los militares calmaron a Jyrano. El artefacto que portaba haría tan poderoso al Rayo de Dendra que los enemigos sólo querrían escapar cuando lo viesen… y no les daría tiempo.
Jyrano no entendía de magia. Jyrano era un marinero consumado y no quería saber nada de hechicería. Si decían que tan milagroso era, ¡mejor!, menos trabajo tendría que hacer. El dirigiría el barco y cuando terminase daría la mano al general Milthuan y seguramente se hiciese un retrato al lado del emperador Vorgash. En eso pensaba mientras el viento marino azotaba sus largos cabellos canosos en el puente de su nuevo barco.
Habían navegado hasta el océano profundo, al norte del mar de hielo. El tiempo era duro, pero nada que no pudiese sortear con un par de maniobras. Los acólitos de la mano de ébano giraban alrededor del reluciente orbe que tenía la nave mientras los inquisidores observaban con el ceño fruncido los movimientos de marineros, capitán y hechiceros. Uno de los acólitos se acercó al capitán y le dedicó una exagerada reverencia, acto seguido le miró a los ojos y asintió con la cabeza. Era la señal. El artefacto estaba listo y era hora de probarlo.
El capitán hizo virar el barco el mismo y lo orientó hacia lo más lejano del océano. Ni el viento ni la corriente le eran favorables, pero los hechiceros decían ser capaces de hacer que el barco se moviese aún en esas circunstancias y eso habían venido a probar.
Y así fue.
Cuando el místico y misterioso artefacto del navío se activó un terrible viento mágico hizo que la balandra se lanzase a una velocidad infernal hacia el norte. Dos de los inquisidores cayeron por la borda en la aceleración mientras que el resto de su tripulación se agarraba a los cabos que podían. La fuerte aceleración hizo que el capitán se golpease con el timón y pronto se sintió débil… muy débil…
A medida que las débiles manos del capitan aturdido soltaban el timón , este comenzó a girar erráticamente y pronto se perdió el control del navío, que surcaba el mar a una velocidad tal que lo cortaba en dos, creando enormes olas en direcciones contrarias. Jyrano tuvo tiempo de maldecir su artritis y a todo el círculo de hechiceros antes de que este saliese despedido por la borda y impactase a una velocidad cercana a los 400km/h contra un glaciar del mar de hielo.
El Rayo de Dendra, navegando en círculos erráticos, pronto encontró su final al estamparse contra los acantilados del trueno con una fuerza tal que sus pedazos se repartieron varios kilómetros alrededor.
Todo acabó en unos segundos. En el mar aún se veían, dibujados con espuma, los rastros que había dejado el barco. Gracias al artefacto, el navío había recorrido una distancia increíble en apenas unos segundos, en eso, la prueba había ido bien. Lo que los acólitos de la mano de ébano no habían tenido en cuenta era la seguridad del barco a la hora de fabricar su pequeño juguete.
Los encargados de promover la creación del barco pronto fueron ejecutados, exhumados y abrasados por el increíble ridículo que habían hecho. La mano de ébano se olvidó por completo de seguir desarrollando el extraño artefacto y la Inquisición hizo aprender a nadar a la mayoría de sus acólitos para que no se repitiese su triste actuación en el desarrollo de los acontecimientos.
La moraleja de esta historia es que el viento y las mareas pertenecen a Nirvë. Y si bien se puede engañar a Nirvë, también ella puede jugar malas pasadas a los que la embauquen, enterrándolos en sus dominios y dejando que sus hermosos barcos y ambiciones se conviertan en un orbe brillante en el fondo del mar y un barco despedazado que en lugar de ser el orgullo de una nación, se convirtió en un terrible golpe para el ego del Nacionalismo Imperial.
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