La escalera de mármol trepaba en una caracola caprichosa hacia el cielo, o por lo menos, lo que en la dimensión de Eralie podría definirse como cielo. Los peldaños finamente cincelados no eran lo suficientemente grandes para los pies aguileños de Kandoon, pero el lugarteniente del señor subía por ellas sin ningún tipo de dificultad aparente.

Las escaleras, que poseían una pequeña baranda de oro a ambos lados, no se regían por las normas físicas del mundo material. En ocasiones se giraban sobre si mismas de forma caprichosa y serpentina, dando lugar a formas similares a las de las bandas de Möebius donde la gravedad poco importaba.

Kandoon seguía su camino, pero ni subía ni bajaba, el movimiento en la dimensión también era distinto, solo se movía. Una vez uno entra en esas escaleras pierde la visión de todo lo que le rodea. Lo que antes eran las enormes llanuras de la dimensión de Eralie ahora era la visión del espacio profundo. Un millar de estrellas, a cada cual más brillante, iluminaban con sus luces de colores la negrura absoluta del vacío. La gente del exterior no era capaz de ver las escaleras.

Esta curiosa ley sirvió para que Khaol terminase de una vez con su farsa ya que ahora nadie le veía. Se quitó la máscara de la cara y la enorme ilusión del ser con cabeza de águila fue parpadeando hasta desaparecer por completo. Mientras observaba la guarda que sostenía en la mano, pensaba en los guardianes que le permitieron la entrada. ¿Cuánto tiempo tardarían en darse cuenta de que lo que tenían ante si no era el cadáver del Señor de las Mentiras?, ¿reconocerían la ilusión que encierra a Kandoon a tiempo para impedir su inminente reunión con Eralie? Khaol no lo creía así.

Repasó mentalmente por última vez el numerito que quería montar. Tenía que andarse con pies de plomo porque Eralie no sería tan fácil de camelar como Seldar. Seldar era demasiado ansioso y arrogante, pero Eralie sabía perfectamente que Khaol siempre quería su parte del pastel, el altruismo no era algo habitual en el príncipe de las mentiras. El caso sería esconder que parte quería el exactamente.

Tras unos quince minutos de «subida» llegó a una enorme puerta rojiza. Inspiró profundamente y se deshizo de su máscara, ya que esta sería inútil en la presencia de Eralie. La pieza de porcelana rebotó varias veces mientras caía hacia lo que, desde su punto de vista, parecía ser «abajo». Cuando el sonido de los rebotes cesó, Khaol atravesó la puerta. El paso de planos fue bastante doloroso esta vez. La dimensión en la que se encontraba Eralie le recibió con ráfagas de calor que le marearon y le hicieron caer. Pero nada le molestaba tanto como la luz. ¡esa maldita luz que estaba en todas
partes!

Abrió los ojos y apartó dos dedos de su guante de drañara intentando ver algo. Mirase hacia donde mirase no había nada. Una puerta perdida en un vacío inmenso de blanco que alcanzaba hasta el infinito y tan alumbrado que le obligó a cerrar los ojos de nuevo. Sabía perfectamente que sus hechizos allí no funcionarían, así que no intentó apartar dicha molestia.

Todo mejoró cuando la inmensa figura de su anfitrión le obsequio con su sombra. Eralie recibió a Khaol con toda su magnificencia.

– La función que ha interpretado abajo ha terminado, sus viles trucos no funcionarán conmigo -dijo Eralie con una voz tranquila-. La imprudencia de venir aquí será lo último que haga en este mundo. Le ruego que no se resista al destierro.

– Tranquilo, amigo -respondió Khaol con sorna-. No he venido a hacer enemigos, traigo una fantástica…

– Se lo que trae, príncipe de las Mentiras -interrumpió Eralie-. Y perdonad mi interrupción, pero al contrario que usted, mi presencia es bien recibida en el oráculo de Gedeón. Intentáis engañarme como habéis hecho con mi hermano, pero él carece de juicio. Mentir es inútil en este lugar.

Khaol sonrío ante el discursito de Eralie. Quiso alzar la mirada a su anfitrión, que le sacaba varios metros, y decirle un par de puyas a la cara para demostrarle que no le impresionaba, pero sabía que su figura era lo único que lo protegía de la inmensa luz y mirarla le causaría el mismo efecto que mirar al propio sol de cerca. Decidió empezar el numerito.

– No es por negar tu hospitalidad, pero no me encuentro muy cómodo aquí, así que voy a ir al grano, con tu permiso. Supongo que ya lo sabrás, pero tenía tres piezas de la espada de Oneex y me he pasado por el abismo para hacer un regalito a tu hermano.

– Lo sé -asintió Eralie gravemente-. Y eso ha sido una insensatez por su parte. Eirea está condenada al olvido si encuentra la cuarta pieza. Y sus vulgares ambiciones, príncipe, se irán con ella.

– Reconozco que la jugada me salió mal -mintió Khaol-. Pretendía llevarme bien con tu amigo al hacerle el regalito, pero lo único que hizo fue posponer su aversión hacía mi y hacía los míos mientras se dedicaba a armar el rompecabezas de la espada.

Khaol no dejó que Eralie respondiese. Temía que le descubriese y pensó que si no paraba de hablar los evidentes signos de sus mentiras pasarían desapercibidos.

– Evidentemente esto no es lo que pretendía -Khaol parecía afligido-. Sí, ahora no tengo ninguna rencilla con él, pero eso no arregla nada. Solo he pospuesto lo inevitable. Temiendo por mi supervivencia le robé una de las piezas que le llevé, pieza que aquí te traigo a ti -Khaol sacó la guarda que tenía bajo su capa-. Normalmente no te pediría favores, pero…

– Ya es suficiente, Khaol -cortó eralie, tajante-. No hacéis más que poneros en evidencia con semejante sarta de patrañas. Se que Seldar solo tiene una pieza, se que fue la única que le disteis. Y esta pieza -dijo mientras le arrabatabala guardia la guarda a Khaol- es real. Es la guarda de la espada de Oneex.

Eralie se paró a pensar con gravedad todo lo que eso significaba. Khaol quería enfrentar a los dioses entregándole una pieza a cada facción mientras él se mantenía al margen. De esta manera los dioses no tardarían en guerrear entre ellos, anhelando las piezas que guardaban los otros. ¿Qué beneficio sacaba Khaol de todo esto?, ¿pretendía aprovecharse de los dioses cuando estuviesen moribundos tras enfrentarse entre ellos? ¡Imposible!, ¡no era rival para ningún dios o sus huestes!
Había que terminarlo todo aquí…

– Khaol de Thalack, sus aventuras jugando a ser un dios han llegado a su fin -sentenció Eralie-. Sus actos han desestabilizado la balanza de poder y seguramente traigan el fin a los reinos como consecuencia. Por ello, ha de pagar el máximo precio: será desterrado de esta dimensión y jamás pod…

Esta vez Khaol si alzó la mirada, a pesar de la dolorosa luminosidad…

– Detén esta farsa. Bien sabes que tengo la tercera pieza, así que es inútil que me amenaces. Vas a hacer lo que yo te diga o de lo contrario le daré la hoja a ella…

– ¿Tú?, ¡mantén a Draifeth fuera de esto! -exclamó Eralie perdiendo sus modales- ¡estás mintiendo!, ¡Ella nunca recibirá a un traidor como tú!

– Oh sí, se que no me recibirá y te aseguro que no deseo involucrarla, pero es a lo que me obligarás si no haces caso a lo que te digo. No creo que quieras arriesgarte a cometer el error de Paris, ¿te crees capaz de derrotar a Seldar y Draifeth?, bien sabemos que no.

Khaol bajó la mirada tranquilamente, aunque el dolor le había dejado ciego y no gritaba gracias a su fuerza de voluntad. Confió en que Eralie no notase su debilidad antes terminar la función…

– Esto es lo que vas a hacer: vas a dejarme en paz a mi y a los míos o, de lo contrario, le haré llegar un regalito a Draifeth e instrucciones detalladas sobre como llegar a tu guarida, de la misma forma que yo lo he hecho. No te engañes diciendo que no serán capaces, bien sabes lo que pueden hacer.

– Tienes razón. Sin embargo, no vas a salir de aquí. Dondequiera que escondas tu fragmento, no llegará a Draifeth si tu existencia se desvincula de Eirea en este momento. Lamento tener que llegar a esto.

Eralie levantó los brazos y Khaol cayo de rodillas cuando perdió la visión ante su apabullante presencia. Comenzó a gritar, incapaz de defenderse de la luz que el señor del bien emitía. Se lanzó sobre el suelo y rodó sobre si mismo, cegado, sordo y terriblemente dolorido por las tremendísimas energías que recorrían cada fibra de su ser.

Abrió los ojos y contempló el vacío. La oscuridad. Estaba ciego y perdido… ¿era esto el destierro?, ¿acaso había fallado? No, no podía serlo…

La luz de las estrellas comenzó a hacerse visible de nuevo. Se agarró a las barandillas de la escalera y recogió su máscara del suelo. A pesar de no haberse movido de su sitio, Khaol habría sufrido un dolor inimaginable… no quería pensar que habría sucedido de no tener la precaución de haber enviado a un clon ilusorio en su lugar.

Tras colocarse de nuevo la máscara, Khaol rasgó el tejido de la dimensión y se perdió en el éter, abandonando el plano de Eralie mientras pensaba en lo bien que había salido todo. Eralie se esperaba sus mentiras, sin embargo, no estaba preparado para defenderse de la verdad cuando esta venía de los labios del príncipe de las mentiras.

Con dos piezas entregadas a sus dueños, sólo quedaba uno…

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