El príncipe rotaba en el éter con los ojos cerrados, rendido a los caprichos de la gravedad mágica que lo arrastraba a su destino. Con los ojos cerrados finiquitaba los detalles de su plan y de la visita a Gedeón. La cosa sería fácil, aunque tendría que… ¡OUCH!
Algo golpeó a Khaol en su viaje a la deriva. Un choque casual, nada doloroso, pero si muy extraño. Abrió los ojos y contempló que no había chocado con algo, sino con alguien: con un conejo. Un conejo extraño vestido con un chaleco rojo y que sujetaba una cesta.
El éter es algo que ni los propios dioses pueden entender. Lo utilizan, sí, pero jamás sabrán como o porqué está ahí. Tampoco saben a quienes pueden encontrar en él; fe de ello daba la cara de Khaol.
El conejo pareció hablar en un lenguaje que no pretendía y comenzó a flotar en una dirección… parece que el choque había causado que este perdiese algo de… ¿valor?
Khaol no le dio importancia y siguió su viaje, dejando al extraño visitante de lado. ¿A quién le importa donde caen los objetos del conejo? Tenía cosas más importantes que hacer…
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