Como cada noche, tras la cena, como ya es rutina, Renalkar Comellas se acomoda en la biblioteca de la mansión, solitario, en silencio, sólo acompañado de una copa de vino y de sus libros.

A diferencia de una noche cualquiera, Renalkar, nervioso, se levanta y comienza a pasear a lo largo de la habitación, hasta detenerse en la ventana, escudriñando el horizonte.

De repente, unas pisadas resuenan por el pasillo exterior, acercándose hacia la biblioteca, hasta detenerse.

La puerta se abre lentamente y un rostro ceniciento aparece entre la oscuridad y pasa al interior de la habitación.

– Mi señor, tanto Rutter Meller como Klein Calamus han decidido, «voluntariamente», abandonar la idea de pujar por ello.
– Muy bien, muy bien, ¿está todo listo para empezar la construcción?
– Sí, la construcción ya ha comenzado, y algo me dice que se van a dar prisa. Que conste que amenazar con no ver a sus familias mientras no acabe la obra no tiene nada que ver.
– Perfecto, supervisa la obra para que esté todo listo cuanto antes.
– Sí, mi señor, le informaré en cuanto esté listo para su apertura.

La extraña figura, tras una breve reverencia, abandona la sala, reinando de nuevo el silencio en la habitación.
Renalkar vuelve a escudriñar el horizonte, esta vez con una sonrisa en la cara.
De repente, tras una sonora carcajada, sale de la habitación y se dirige a su dormitorio, mientras murmura: Otro negocio arrebatado a esos aspirantes a comerciantes, que encumbrará a mi familia.