Furioso por lo ocurrido, Ralder tomó la forma de un gran oso gris, y cruzando bosques prohibidos a los simples mortales, llegó al claro de Thorin.
Se detuvo un instante ante la atenta mirada de Naiad, que a pesar de despreciar algunos de sus actos más animales, no podía si no admirar la fuerza natural de El Furioso.
Subió por el sendero hacia las montañas, mientras arañas malditas huían al sentir su presencia. Ni siquiera sentían miedo: el instinto animal que quedaba en ellas las hacia huir.
Al llegar a la entrada de la caverna, los osos se acercaron, temerosos y sumisos ante la presencia de su Señor.
Un rugido de La Voz Animal bastó para transmitirles su mensaje.
«Sois los guardianes de mi templo. Ningún poder mortal puede subyugar vuestra voluntad.»
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