El sonido de un trueno resonó en la lejanía.
– ¿Sois seis, no?
Lesfora ya sabía la respuesta pero aun así preguntó con una pícara sonrisa en su rostro. La dolorosa respuesta no la
hizo esperar mucho y su interlocutor le contestó.
– No! Éramos seis…. Quedamos cuatro. Aun así, seguimos siendo los mejores.
La censora se dio la vuelta para mirar a través de la ventana, a fuera la lluvia salpicaba con fuerza las adoquinadas
calles de Keel.
– Quiero quitarme ya estos problemas de encima. No puedo estar empleando a los Corsarios ni a las Sombras para hacer
esta mierda de trabajo.
Lesfora se giró para mirarle directamente a los ojos, justo antes de continuar, para enfatizar la seriedad de sus
palabras.
– ¡Quiero que os ocupéis vosotros! Y quiero que lo hagáis ¡YA!
La siniestra dama de Keel abrió uno de los cajones de su escritorio y saco un pequeño juego de llaves, que lanzo con
desgana a su visitante.
– Toma, coged el almacén abandonado de la plaza. Rehabilitadlo y ocuparos de gestionarlo todo.
Por un momento las palabras fueron cortadas por el rotundo sonido de otro trueno. La tormenta se estaba acercando.
– Tienes una semana. Tu ordenes y las de tus compañeros están en ese sobre de ahí.
Sin contestar palabra el hombre asintió y recogió el sobre. Después de mirar por encima su contenido, hizo una pequeña
reverencia y salió rápido por la puerta de la censorería.
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