El extremo del látigo reptó siseante como si de una serpiente se tratara por el rocoso suelo de la cueva, preparado para atacar a su presa en cuanto esta estuviera descuidada.

– A partir de ahora este será tu nuevo hogar…

El látigo chasqueo rápidamente contra el suelo propagando un eco por toda la caverna, dando la sensación de que cientos de látigos golpeaban al unísono.

– Vivirás aquí. Comerás aquí. Dormirás aquí…

El látigo volvió a chasquear otra vez y un montón de papeles salieron volando en un potente estallido.

– Pero lo que si puedes tener por seguro es que morirás aquí.

Esta vez no se escuchó el sonido del látigo, sino una sonrisa burlona procedente del rostro del Kobold que lo portaba.

– Tus otros amos decían que eres el mejor que puedo encontrar para este trabajo, así que no hagas que me arrepienta de haberlos matado para conseguirte.

El látigo volvió a chasquear, pero esta vez no probo el frio suelo de la cueva, ni un montón de sucios papeles. Se hendió ligeramente en la carne del esclavo humano, quien sin poder resistir el dolor en su pierna cayo arrodillado ante su amo.

– El gran Señor de la caverna espera que solucione este problema cuanto antes. Así que tu vida depende de que lo consigas o no. ¿Me has entendido esclavo?

La pezuña del maestro esclavista golpeo el rostro arrodillado del esclavo que acabo completamente tumbado en el suelo a los pies de su amo. La voz de esclavo apenas pudo salir de su boca y sus palabras no eran otras sino las únicas que quería escuchar el Kobold.

– Si, mi amo.

Dahpereis, el maestro esclavista se dirigió lentamente hacia la salida de la cueva, no sin antes dar su última orden.

– Ten lista la cueva y estate preparado para recibir a todo el mundo. Empezaremos la semana que viene.

Lokce, el esclavo humano se levantó lentamente del suelo en cuanto su señor abandono la cueva. Y tras unos segundo, empezó a ordenar rápidamente toda la cueva de trabajo…