Allí, en aquel despacho, aguardaba El bibliotecario. Guardián inmortal de aquel monstruoso santuario del conocimiento.
Incluso a pesar de estar de espaldas, ocupado, guardando libros en una de las estanterías del despacho, pudo percibir claramente la presencia del humano cuando este entró en la habitación.
La voz del bibliotecario volvió a sonar grave, oscura y profunda, como en todas las ocasiones anteriores en las que el humano la había escuchado. – «¡Aquello que has venido a buscar está allí encima!» – La primera vez que la escucho, tubo la sensación de que fue la propia habitación quien le habló… y puede que fuera así. Los poderes del bibliotecario eran prácticamente ilimitados, casi… divinos.
Sin perder de vista la silueta del bibliotecario, la mirada del humano fue recorriendo parte de la habitación hasta que encontró lo que había venido a buscar. Allí sobre una sencilla mesa esculpida en la piedra, se encontraba un viejo tomo de la biblioteca, polvoriento, olvidado y eterno. Al igual que en las otras ocasiones, su pulso volvió a acelerarse… Otra vez estaba allí… Otra vez al alcance de su mano. Tan sencillo, tan simple y a la vez tan… imposible. Aquel tomo era la última llave que necesitaba para abrir las cadenas de su venganza.
El humano avanzó lentamente por la sala, midiendo cada paso que daba, manteniendo siempre la distancia con el bibliotecario. Nada había cambiado en aquella sala. Nada… desde su última visita. No era la primera vez que humano había bajado a aquel abismo, a aquel santuario en busca de aquel tomo… en busca de aquel secreto. En todas las ocasiones había caído en las trampas y engaños de su guardián. Esta vez… Esta vez era todo distinto.
«¡Mortal! Ya sabes cuál es el precio de aquello que ansias…» – El bibliotecario dejó de prestar atención a sus libros y se giró levemente para mirar al humano. Su rostro se había convertido en algo aforme, inmaterial. Ya apenas quedaba rastro alguno de los antiguos rasgos humanos que habían definido al bibliotecario. Únicamente dos cuencas oculares vacías en las que solo se podía encontrar oscuridad al mirarle. – «Tres secretos… Dime tres secretos que desconozca y será tuyo.»
Durante un instante, el humano sintió como la mirada del bibliotecario penetró en él con una fuerza que recorrió todo su cuerpo, haciéndolo estremecer. Estaba buscando en su interior… escudriñando su alma y su mente… Pero no encontró nada y por primera vez en muchos siglos, la curiosidad, el interés y… el ansia del bibliotecario provocaron que su voz volviera a sonar por toda la habitación. – «¿Y bien mortal? ¿Para qué quieres el conocimiento que esconden esas paginas?»
En el centro de la habitación, como naciendo de la piedra misma de aquel santuario, irrumpiendo a través de las losas del suelo, una vieja pila de piedra llena de agua había sido esculpida y sin saber muy bien porque, los pasos del humano le condujeron a su lado. La mirada del humano bajó, desviándose un único instante de la figura del bibliotecario, para mirar el contenido de la pila.
Allí, sobre el reflejo del agua, el humano pudo contemplar un rostro desfigurado.
Un joven rostro humano, sin apenas cabello y con la mayor parte de su lado izquierdo quemado, lleno de llagas y sangrantes heridas en carne viva. Una profunda herida, el rastro del avance de unas garras sobre la carne, le cruzaba la cara, atravesando profundamente una de sus cuencas oculares en la que el ojo perdido había dejado paso a una enorme herida abierta que goteaba sangre y pus por igual. La resignación, el tormento y la desesperación se podían percibir en la mitad del rostro que menos había sido dañado, en la mitad del rostro que aun parecía humano, sin embargo, la ira… la rabia… la venganza, atravesaban la mitad desfigurada del rostro en un silencioso grito que ni siquiera alteraba la tranquila superficie del agua.
Allí, sobre el reflejo del agua, y después de muchos años, el humano pudo volver contemplar su propio rostro.
El humano se giró para mirar al bibliotecario desde la profundidad de su capucha, sonrió y habló.
Ni siquiera podía pensar en ello… el bibliotecario le acechaba mentalmente, escudriñando sus pensamientos… buscando… sus secretos. El humano simplemente debía de… hablar. Su voz sonó calmada, tranquila…
«¡Todos están equivocados!»
Toda la atención del bibliotecario se centró en las palabras del humano, intentando procesarlas, intentando descubrir el primer secreto que le estaba revelando.
La voz del humano volvió a sonar con su habitual seriedad, pero esta vez se podían apreciar en ella ligeros matices burlones.
«Tú, gran señor del conocimiento… ¡Estas equivocado!»
Como dos agujeros negros engulléndolo todo, las cuencas vacías de los ojos del bibliotecario se abrieron sobre su rosto inmaterial, contemplando inamovible la oscura silueta del humano.
La mano derecha del humano surgió desde la oscuridad de su capa, agarrando fuertemente el pico de su capucha y retirándola lentamente hacia atrás. La tela de la capucha se desprendió lentamente de la sangrante piel del humano, resistiéndose, como si tuviera vida propia, a un fin para el cual no había sido creada y dejando a la vista de Vagnar, el verdadero rostro del humano.
Ante la atónita mirada sobrenatural de aquel… ser y con una sonrisa victoriosa, la voz del humano retumbo por toda la habitación con una firmeza absoluta cuando este revelo su tercer secreto.
«¡Yo… no soy mortal!»
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