Si consideráramos a los distintos planos de Eirea como continentes, el Éter sería el océano que los une. Un océano constituido de pura energía desencadenada que se filtra, en mayor o menor medida, a cada una de las tierras que riega con su abundancia.

Como los mares, los vientos del éter nunca están tranquilos. Giran violentamente en direcciones determinadas por las erráticas fuerzas del azar o de alguna entidad caprichosa, haciendo que los planos nunca estén parados en el mismo sitio, salvo el plano material, que es el polo inamovible de la dimensión de Eirea.

Si un observador lejano contemplase el éter vería una infinita nebulosa de nubes de energía violácea que se entremezclan entre sí con sinuosos movimientos en espiral. Éste ritual de cortejo está salpicado por infinidad de puntos de luz de varios colores: la luz de las brechas que permiten la comunicación entre mundos. Una visión de ensueño, sin duda, pero que ahora mismo Altra no estaba en posición de disfrutar…

Todo se había convertido en un desbocado borrón que la bombardeaba con erráticos colores y luces, interrumpidos ocasionalmente por los mechones de su cabello descontrolado o la tela negra de su túnica. Desde el momento en el que atravesó el portal, se quedó flotando en el vacío, a merced de los terribles vientos que vapuleaban su cuerpo maltrecho con una fuerza que ella no era capaz de soportar. El júbilo que había sentido al atravesar el portal pronto se disipó para dar lugar a una intensa náusea y desesperación.

Haciendo acopio de determinación, Altra logró abrir su estuche de pergaminos, lanzando así buena parte de su contenido al infinito. Tras rebuscar frenéticamente en su interior, agarró un asa y tiró de ella con fuerza para desenrollar el gran papiro que previamente había preparado y que estaba firmemente cosido a su contenedor. En la larga tira de papel enrollado, había dibujados los símbolos de una veintena de hechizos arcanos. Su mano derecha comenzó a buscar frenéticamente el hechizo que ahora necesitaba y lo lanzó de inmediato.

– ¡¡’PES IU FUMBE‘!! -intentó gritar Altra.

Su voz no hizo eco en el éter, donde las leyes que rigen el primer plano material no tienen allí ningún poder. Enmudecida, Altra desenrolló más y más pergamino de su estuche, que ahora la seguía como si fuese la cola de un fugaz cometa. Necesitaba el ‘Grito atronador de Mojakaan‘ para poder romper el silencio de ese entorno, pero antes de que la encontrara en la superficie del pergamino, nuestra protagonista colisionó de lleno con una esfera de luz que la llevaría al Abismo.

La hechicera se estrelló contra un arenoso suelo de tierra completamente negra, por el que rodó sin control varios metros hasta que finalmente se detuvo, dejando tras de sí un surco salpicado de sangre y jirones de papel. Al instante dejó de sentir la fuerza del éter que vapuleaba su cuerpo y pasó a sufrir el dolor causado por la fractura de varias de sus costillas y un fémur que se había partido y estaba ahora expuesto, dejando su pierna derecha completamente inservible.

Altra tosió, escupiendo sangre en el suelo que se evaporó al instante con un siseo. La adepta se dio cuenta de que había oído su tos, lo que significaba que en el Abismo no reinaba el silencio del Éter. Al instante hizo algo para intentar salir con vida de aquella.

– ¡¡’FERE HILISTZBEM OCSA‘!! -pronunció la voz de Altra.

Durante unos instantes sus ojos se inundaron de una negrura absoluta hasta que su visión se adaptó a su nueva forma. Su carne, que había sido reemplazada por acero, dejó de sangrar y de doler, lo que permitió a la Adepta ignorar sus graves heridas para ponerse en pie. A pesar de la extraña posición en la que tenía la pierna derecha, ésta podía ser usada para tambalear torpemente al haberse convertido en metal.

Tras incorporarse, miró nerviosa de un lado a otro, como un animal que se despierta súbitamente en la guarida del lobo. Se encontraba en una explanada cubierta de arena negra por la que se filtraban anaranjados vapores de azufre que se arremolinaban a su alrededor en forma de niebla, haciendo que fuese imposible ver casi nada a su alrededor. Lo que sí podía ver eran los demonios que la rodeaban y la miraban, desconcertados.

Había estudiado lo suficiente en D’hara para saber qué ejemplares tenía delante: demonios Maurezhi, criaturas encorvadas de afiladas garras y colmillos que se pelearían por arrancarle los ojos y la lengua antes de devorarle el resto del cuerpo.

Estaban confusos, lo que le daba a Altra unos segundos para reaccionar. La niebla de azufre a su alrededor era demasiado densa como para ver nada, pero reconoció dos focos de luz: uno lejano, de color morado y otra más tenue y cercano, de luz mortecina. La luz morada era la que le había traído aquí, por lo que comenzó a tambalearse hacia la blanca, arrastrando a un demonio atrevido que ahora le estaba mordiendo la pierna derecha, incapaz de roer a través del acero que la protegía.

Moverse con la pierna deformada le estaba costando mucho, sobre todo con el peso añadido del demonio que se le había aferrado a su extremidad herida. Finalmente llegó al portal y se dejó caer sobre él.

Su entrada en Y502 fue mucho menos violenta que la anterior, pero no sin incidentes. Al desaparecer el flash de luz dejador, el portal la dejó en una pendiente por la que cayó rodando hasta chocar sobre una roca. Ésta vez, por suerte, su cuerpo de acero había absorbido la fuerza del impacto.

Para ser una de las únicas dendritas que jamás había pisado aquel plano, Aldra se mostraba bastante indiferente, pues el agotamiento hacía mella en ella. Había llegado a su destino, a duras penas, y era hora de hacer lo que exigía su teoría.

Comprobó con resignación que, finalmente, el demonio que se le había agarrado había logrado arrancarle la pierna -como atestiguaba un muñón de acero-. Afortunadamente, la caída por la pendiente hizo que la criatura se empalase el cuello con el fémur metálico -afilado como cualquier espada- por lo que Altra se encogió de hombros.

Sabía que el hechizo que la protegía no duraría mucho más y tenía que hacer algo al respecto. Su pergamino había quedado destrozado y los hechizos que podían salvarla ya no estaban allí, por lo que la única opción de la transmutadora era intentar teleportarse al plano material cuanto antes para que la atendieran al momento.

Depositó la gema marcadora que colgaba de su cuello en el suelo del nuevo mundo y comenzó los preparativos de su hechizo de salida del mismo mientras contemplaba el desolado páramo de éste plano. Toda vida se había extinguido y la única luz provenía de una pequeña estrella blanca que se alzaba en un cielo cubierto de nubes tóxicas, alumbrando un suelo lleno de barro y hojas marchitas.

Una voz gutural, de ultratumba, interrumpió sus preparaciones:

– «¿Uus+uøms bïuuun?»

Altra, con sorpresa, contempló a la criatura que las había pronunciado. Se trataba de un constructo humanoide recubierto de una armadura de hueso negro. No, no era una armadura, era parte de la propia criatura
su cabeza era igual, una calavera reluciente en cuyo interior habitaba una chispa fulgurante de luz roja.

– «Quién… ¿qué eres?» – dijo la hechicera, con una voz mucho más grave de la que solía tener.

– «Veuøm q,hueu lüm chimsphüm vreu lüm vimdüm ümún ümrvreu eun +im, simn eumbümrgrûmøm hüms simdøm mümrcümdüm» – replicó la figura, con una voz gutural.

Altra no entendía nada de lo que decía la extraña criatura, que se acercó a ella tranquilamente y se puso de rodillas para estar a su altura. La observó durante unos momentos, mientras examinaba sus heridas y el alcance de las mismas. Parecía más interesado en ella que enfadado.

Los reportes de los navegantes de D’hara decían que Y502 estaba habitado y que las criaturas no eran abiertamente hostiles, por lo que puede que cupiese la posibilidad -por pequeña que fuese- de que la criatura intentase ayudarle. Desde luego, esa parecía su predisposición.

– «Necesito un clérigo, ¿me entiendes?, un sacerdote» -explicó Altra mientras gesticulaba y señalaba a su pierna-. «¿Puedes ayudarme?»

La figura la miró con curiosidad antes de responder.

– «Vemiø +u sufrimmmimemn+iø, niø +em phleumugmmiøcuphems, niahiø +em ûmlimvimûmré» – replicó la figura, en un tono mucho más apacible, antes de tocar a Altra en la cara.

Altra se sorprendió ante el toque de la critura, que ahora empezaba a susurrar para tranquilizarla. Parecía que todo iba a ir bien.

– La criatura susurró de nuevo: «Aøms+uømbumdülø+h suuuøm cuøn+ïugrûmuø, uømlmuøm phuurdïuaøm».

Extrañamente, las preocupaciones de Altra se fueron desvaneciendo a la vez que los susurros de la extraña figura. De la misma forma, los latidos de su corazón se hicieron más y más apagados hasta que la vida de su interior desapareció cuando su mano inerte dejó caer la joya marcadora sobre el suelo de Y502.