El príncipe de las mentiras yacía postrado en el suelo muerto de Y502 mientras un céfiro nocivo ululaba bajo su capa sombría. Su ojo izquierdo había desaparecido y en su lugar había una salpicadura negra de sangre gorgoteante que se derramaba sobre su rostro.
A una decena de metros de él se erguía el nonagésimo primer Diácono de Astaroth: un gigante lóbrego que parecía tan exento al daño como a las propias quimeras de Khaol; la mirada rojiza de sus cuencas vacías estaba fija en el príncipe y parecía ignorar de forma casual la espada que le atravesaba el pecho y sobresalía por su espalda.
Este era el final del tercer intercambio y tanto los combatientes como la procesión de Apóstoles que espectaban desde delante de la estructura formada por las costillas muertas de Astaroth sabían que el cuarto sería el último.
El semi-drow estaba exánime. Al no poder recurrir a sus ilusiones había tenido que hacer uso de su habilidades marciales y estaba claro que no estaba a la altura: su rival era inamovible, no sentía dolor y veía a través de sus ilusiones. Había infravalorado, con creces, el poder del Diácono. Su ojo izquierdo, dañado en el primer intercambio, no facilitaba las cosas.
Empuñando solo una de sus espadas y con la máscara rota, Khaol no tenía otra opción que no fuese la huida. Pero hasta eso iba a ser difícil, pues su ya característico saco de trucos había sido destruido, figurativamente, por su implacable oponente. El príncipe se humedeció los labios y afiló la lengua en un intento desesperado por ganar tiempo.
-Eh, tú. -gritó Khaol con un tono de derrota-. Puedo ayudaros. A todos. Dejadme marchar y os llevaré de vez al plano material.
Lentamente, el diácono se retiró la humeante espada del pecho y la arrojó al suelo.
-¡Müzzûorer! -contestó con una voz plomiza mientras comenzaba a cargar contra el príncipe.
El coloso se acercaba a gran velocidad hacia Khaol con las cuchillas óseas de sus antebrazos completamente desenvainadas. La luz mortecina de la estrella moribunda del plano de Astaroth se reflejaba en su superficie porosa manchada de sangre.
Antes de que se produjese el choque, Gedeón tocó el orbe y la imagen de Y502 comenzó a desdibujarse y a cambiar para mostrar otra escena.
Lo que el artefacto ahora mostraba era una imagen de Khaol, que ahora lucía un parche, en la biblioteca de Vagnar. Tras su enfrentamiento con los apóstoles, el traicionero mortal ya no podía esconderse de la visión del guardián y tampoco lo podía hacer el semi-dios caído.
Gedeón tocó el dispositivo mágico y éste empezó a emitir los sonidos de la escena:
-Necesitaré algo más de ti -dijo Khaol con voz distorsionada.
Vagnar no se dignó en contestar.
-Quiero abrir la nave de los gnomos -dijo Khaol, revelando uno de sus secretos mejores guardados-. Necesito tu ayuda.
-Príncipe -contestó Vagnar con sorna, dándole la espalda a Khaol-. Nuestra colaboración ha terminado. Ya me has abierto los ojos ante el engaño de Gedeón y te he recompensado con el acceso a mi biblioteca. No te debo nada más.
-Así es, Vagnar. Y siento importunarte de nuevo -contestó Khaol con una humildad que no le era nada propia-. Pero pensé que tras conocer al nuevo socio de mis planes, querrías intentar ayudar a la causa.
Vagnar, que estaba de espaldas al príncipe, cerró un tomo agrietado que ojeaba y se volteó. Una mueca de disgusto hacía que la tez rosácea de su piel demoníaca se torciese.
-No me sorprende que traigas un par de ases bajo la manga, oscuro. -respondió el demonio con hastío siguiéndole el juego-. ¿Quién es este nuevo asociado tan importante que quieres presentarme?
-¿Presentarte?, no traigo a nadie que no conozcas ya, Vagnar. Vengo a reunirte con tu antiguo señor, que ahora trabaja para mi -Khaol continúo hablando sin dejar replicar a su anfitrión-. ¿Recuerdas lo que te explique del engaño de Gedeón?, no te he abierto los ojos ante sus sandeces, si no que he desecho el mal que hicieron sus mentiras y las acciones del usurpador.
-¡¿Qué estás insinuando?! -balbuceó Vagnar, que a duras penas podía concebir el atrevimiento del semi-drow.
Khaol inspiró y dejó que el silencio reinase durante unos momentos. Era el momento del golpe final.
-ÉL está en Eirea, Vagnar. Yo lo he traído.
El peso de las palabras hizo eco en la inmensa biblioteca, rebotando en las estanterías del suelo y del techo. El tiempo se congeló durante unos segundos hasta que el bibliotecario, repleto de colera asesina, lo rompió con un grito de rabia.
-¡Insolente! -exclamó Vagnar, cuyos ojos se habían envuelto en una luz roja- ¡Jamás te dejaré que uses el nombre de mi señor para provocarme!
La furia se apoderó del rostro del demonio y el poder de su voluntad se materializó como un aura de malignidad que rodeó su figura y comenzó a abrasar el propio aire. Ante tal manifestación de poder, los libros de la biblioteca de comenzaron a volar en todas direcciones como pájaros asustados en un bosque ardiendo.
En la garra de Vagnar se materializó una afiladísima lanza de pura esencia mágica que lanzó contra Khaol con el estruendo de mil tormentas, atravesándole y haciendo que su clon sombrío estallase en mil pedazos a la par que un buen puñado de libros irremplazables.
El verdadero príncipe surgió de entre las oscuridad para rasgar el velo y abrir un portal dimensional, no sin antes dedicarle unas últimas palabras a Vagnar.
-Mira hacia Takome cuando las dos lunas se tiñan de rojo. Bajo la luz del eclipse, el primer monarca renacerá y renovará su juramento. Que el vínculo que lo une con la sangre de Myristra y con tu señor te haga saber que hoy he venido a ti blandiendo la verdad. En ese momento conquistaremos el mundo.
Momentos después de que Khaol desapareciese por el portal, el Guardían apagó su orbe mágico mientras suspiraba. Se dirigió al espejo por el que siempre el planeta y contemplo, con preocupación, como una Argan teñida de Sangre bañaba con su luz la cima del monte Yebben.
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