La luz de Velian fluía lentamente por el bosque de Thorin, bañando sus grandes árboles y derramándose entre los pocos resquicios que dejaban sus ramas, como ya había hecho durante muchos otros anocheceres.
Sin embargo, hoy era una noche especial, una noche en la que astrónomos, campesinos, reyes y dioses miraban al cielo nocturno de Eirea con consternación, pues Velian se había teñido de una luz viva, brillante y roja, como había hecho su astro hermano hace unas semanas.
Los estudiosos intentan atribuir estos cambios a la posición de las estrellas, el cambio climático estival o diferencias en la refracción de la luz solar. Ninguno de ellos tiene razón. Por una vez, los predicadores que vaticinan un desastre son los que describen la realidad: las lunas rojas son un mal augurio.
Khaol y su invitado estaban bajo la protección del túmulo del primer monarca, pero sabían de sobra lo que estaba pasando fuera, principalmente porque el propio príncipe era el causante de todo. Para ellos, los astros de sangre no vaticinan ningún desastre, si no que marcan la comienzo de un plan calculado con fruición.
El semi-drow sujetaba firmemente su orbe de obsidiana, contemplando con resignación su rostro reflejado en la superficie pulida del artefacto. La imagen del espejo ocultaba la terrible herida que había sufrido en uno de sus ojos: una verruga supurante que extendía una telaraña creciente de venas podridas por su rostro de ébano.
Oskuro -que hasta ahora no había sido presentado por su nombre- reflexionaba mientras contemplaba el ritual de acumulación de poder sentado al lado de los restos mortales del monarca.
Su anfitrión había cambiado. Visitar a los apóstoles le había enseñado humildad y le había puesto los pies en la tierra. Cualquier necio se alegraría de que su enemigo sufriese un golpe, pero no ÉL. Con ésto, Khaol se había vuelto mucho más precavido; su arrogancia era una debilidad, la prudencia con la que se movía ahora hacía todo mucho más complicado.
Pero no podía permitirse el lujo de aparentar estar maquinando. Tenía que seguir con su papel si no quería levantar sospechas sobre sus intenciones.
– ¿¡Cuanto tiempo más necesitas?!- Chilló Oskuro con gesto de rabia.
– El que sea necesario.- Respondió Khaol, Tajante.
El Señor del Mal y la Oscuridad se levantó, rodeo el círculo pintado en el suelo alrededor del cadáver y se plantó delante del príncipe, a escasos centímetros de su ojo supurante.
– Estoy harto de esperar. -susurró con una voz llena de veneno- Esto no es lo que me prometiste. Como no termines pronto te destruiré como a un vulgar insecto, ¡y te garantizo que me dará igual lo que me hagas con el fémur!
Khaol detuvo durante unos momentos su ritual y el orbe palideció momentáneamente.
– Necesito que tengas paciencia. -manifestó Khaol con voz clara-. La cantidad de energía que necesitaremos para romper las cadenas de Kibito y Nerea es enorme. Lo sabes perfectamente.
– ¿Cuando sucederá el eclipse?
– Usando el calendario de los mortales… -Khaol hizo cálculos antes de terminar la frase-, el 4 de Soel del 92 Era 4ª. Entonces el orbe estará lleno, romperemos las cadenas, desdibujaremos el círculo y el monarca será libre.
Oskuro se giró y se acuclilló al lado de los restos del rey que aún se aferraban a la espada que fue su perdición.
– ¿Y qué viene luego? -preguntó.
– Tarhilón. Y con él… el reactor gnómico. Entonces estaremos preparados.
– ¿Y los apóstoles?, ¿qué harás con ellos?, son un improvisto que no has manejado muy bien. -articuló Oskuro con sorna.
– Lo se. -afirmó Khaol mientras entrecerraba su ojo sano- Por eso le desvelé a Vagnar tu presencia en el plano. Cuando todo esto termine, esos apóstatas sufrirán una crisis de fe.
Satisfecho por la respuesta, Oskuro se retiró hacia las sombras para dejar al príncipe proseguir con su ritual.
El orbe que sostenía en sus manos palpitaba con el poder que había robado a las lunas. Pronto se liberaría y, con él, empezaría la cuenta atrás…
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