Arael había sido guardía en las fronteras del sur de Eldor desde los 16 años.
Recordaba momentos gloriosos, defendiendo los puestos fronterizos contra hordas de enemigos.
Pero aquello ya quedó atrás. No solo los enemigos, si no la gloria. Los últimos años, todo lo que los almacenes proporcionaban a los guardias eran harapos, que apenas bastaban para cubrirse, y mucho menos podían proteger a un cuerpo ya d
e por sí debilitado por la falta de alimento.
Cuando Arael se dirigió a su puesto una mañana de Suyled, esperaba otro largo día rezando a Hiros para que no hubiera ataques.
Sin embargo, al llegar encontró a sus compañeros hablando, sonriendo. Cada uno tenía un petate de lana, nuevo, y había uno en el suelo esperando a Arael.
En una nota sujeta al petate, se podía leer el siguiente texto manuscrito:
«El Tesorero de Eldor, por orden del consejo, ha negociado con otros Reinos la obtención de nuevas armas y armaduras para todos los guardias de las fronteras de Eldor.
En este petate se han incluido las que se consideran necesarias para sus tareas. Haga llegar cualquier solicitud de nuevo material a Ithamar, Tesorero de Eldor.»
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