Las lúgubres cuevas se expandían varias decenas de metros por debajo del bosque de Thorin. Allí, la oscuridad bañaba un paisaje de piedra y agua cubierto de grandes columnas naturales que servían de hogar para un sinfín de murciélagos. El incesante gotear era lo único que hacía compañía al sueño compartido por de estas criaturas y la bestia.
Varias décadas habían pasado ya desde el último despertar del Gargante, y si no fuera por la creciente tensión en el panteón de los dioses, otras tantas se sumarían, sin embargo, el momento había llegado de nuevo, solo que hoy lo que le sacaría de su sopor no sería un evento cataclísmico… si no la gentil llamada de Gedeón.
Ralder abrió los párpados y las membranas de sus ojos se deslizaron lentamente para desvelar una pupila felina. Gedeón contempló su propio reflejo en los iris de la bestia mientras ésta le contemplaba con aparente desinterés.
Sin mediar palabra, el anfitrión comenzó a olisquear ruidosamente a Gedeón, percibiendo un penetrante y acusado olor a ropa vieja enmascarado por la fragancia de un centenar de flores de todos los planos de Eirea.
La fragancia era nauseabunda, pero no había ápice de miedo, temor o desafío en ella. Por lo que a Ralder respectaba, Gedeón no era más que otra de las piedras de su cueva.
La bestia resopló ruidosamente en el rostro de su inesperado huésped y comenzó a hacerse un ovillo para retomar el plácido sueño que había abandonado, todo esto sin mediar palabra.
Un suave golpe sordo interrumpió su giro sobre si mismo. Gedeón, con un bastón de cedro, le había dado un suave golpe en las duras placas óseas lumbares.
– Uno cree que es hora de que despiertes. -Indicó Gedeón con voz suave, quien jugueteaba con la cruz de hierro que pendía de su cuello-. Se avecina la guerra y has de estar preparado.
Ralder bostezó antes de replicar, enseñando su dentadura mellada pero tremendamente pesada.
– Guardian -replicó Ralder con una voz gutural que retumbó en toda la amplitud de las cavernas-. No tengo ninguna afrenta contigo, pero mi sueño no ha de ser interrumpido a la ligera. He gastado muchas energías que necesito recuperar.
En este punto Ralder habría dado la conversación como finalizada, pero Gedeón no claudicó.
– En efecto, uno sabe que tu última manifestación ha gastado muchas de tus energías -asintió Gedeón-. Pero el descanso tardará mucho en revitalizarte y has de estar preparado ya. Hay más formas para recuperarte.
– No, Gedeón -interrumpió Ralder con voz firme-. No estoy aquí para buscar adoradores. No será su fe la que me nutra.
– Pero ya tienes adoradores, Ralder -explicó Gedeón-. No puedes escapar de tus responsabilidades. Tú no puedes, uno tampoco puede.
El silencio se hizo entre las dos figuras y antes de que Ralder replicase, Gedeón continuó su ensayada exposición.
– Uno te explicará -dijo con voz calmada-. Se acerca algo muy grande, algo que aún no se con certeza qué es. He perdido a uno de mis más importantes informadores y hace tiempo que las intrigas de Khaol son difíciles de desenmarañar.
El anciano respiró y su expresión se volvió más sombría por momentos.
– Uno teme que el equilibrio de poder de la dimensión se venga abajo y cree que tú deberías involucrarte.
– ¿Por qué? -preguntó Ralder, genuinamente interesado-. Lo que le suceda a esta dimensión no me atañe. He de dormir para recuperar energías y si mi sueño requiere más tiempo del que tiene Eirea… que así sea. Me despertaré y partiré a otra dimensión.
– Entonces… ¿estás seguro de que no quieres prepararte? -preguntó Gedeón con expresión derrotada-, ¿de que dejarás que el resto de dioses decidan el destino de la dimensión?
– Así es Guardián. Esos asuntos no me atañen. -contesto el Gargante, que ya estaba hecho un ovillo- No soy un forjador de mundos y la verdad… no me importa si esta dimensión se destruye o no.
Gedeón asintió y dedicó un gesto despedida a su anfitrión antes de partir hacia la salida de la cueva, dejando que el silencio volviese a acunar al Gargante, cuyos ojos ya se habían cerrado.
Sin embargo el vigilante no partió. Dejó que pasasen los minutos y esperó a que los ronquidos de Ralder hicieran eco en la amplitud de las cuevas.
– ¡¡RALDER!! -gritó Gedeón con en una ominosa demostración del poder de su avatar- ¡¡uno no aceptará tu posición!!
El Gargante se levantó de un salto, aplastando su nido de rocas y bramando con un rugido aterrador que derrumbó buena parte de la cueva. La furia de la bestia era palpable y una enorme vena palpitaba furiosamente en su frente. Ralder no daba crédito a la insolencia que estaba presenciando.
– ¡¿¡Osas despertarme de nuevo para entablar un duelo de voluntades conmigo, vigilante?! -exclamó Ralder, quién no daba crédito a la insolencia que presenciaba- ¿¡crees que toleraré semejante osadía?!
– Uno te ordena que guardes silencio, necio. -Sentenció Gedeón, tajante. Su fragancia ahora sí desprendía un fuerte hedor a desafío-. Presumes de ignorar el destino de la dimensión y, sin embargo, te enfureces cuando otro entra en tus dominios sin tu permiso.
– ¡El territorio es algo que se gana con fuerza y ferocidad!, ¡algo sagrado que no ha de ser violado si no quieres sufrir las consecuencias!, ¡algo que has de defender si no quieres perder! -contestó Ralder, visiblemente alterado- ¡alguien como tú jamás lo entendería!
– ¿Y qué crees que pasará cuando los planes de Khaol leven a fruición?, ¿crees que no tomará todo como suyo?, ¿que no invadirá tus territorios y los tomará a la fuerza?, uno sabe que no eres tan ingenuo…
– ¿Khaol?, ¿en mis territorios? -Ralder rio a carcajadas antes de dejar que la furia volviese a guiarle-. Ese insolente no tiene interés en mi o en mis territorios. Eso no pasará, anciano.
El ceño de Gedeón se frunció y éste parecío enfurecerse también. El hedor del sudor era perfectamente perceptible para Ralder.
– Uno cree que sigues siendo un necio, Ralder. Khaol usa como armas los restos mortales de dioses del pasado: el fémur, calavera y costillas de Osucaru. ¿Crees que realmente no haría lo mismo contigo si descubriese que estás aquí… durmiendo e indefenso?, vendría a arrancarte las entrañas para fabricarse más objetos con los que torturar al resto de dioses.
– ¡Que se atreva! -desafió Ralder mientras mostraba sus garras retráctiles- ¡le descuartizaré!, ¡le haré pedazos!, ¡me lo comeré y marcaré el territorio con sus restos!
– ¿Tú y quién más, Ralder? -preguntó Gedeón, visiblemente más relajado- Uno sabe que si los planes de Khaol se cumplen, éste unificará a toda la infraoscuridad y tendrá varios ejércitos. No podrás defenderte de ellos estando aquí.
Ralder respondió con un temible zarpazo que impactó de lleno en Gedeón, pero no llegó a dañarle. Una esfera burbujeante de ozono había parado el ataque del Gargante y no parecía ceder.
Su atacante retiró las garras y la burbuja desapareció, momento que aprovechó para golpear a Gedeón una y otra vez, intentando reducir a su huésped a un charco burbujeante de sangre. Sin embargo, cada uno de sus impactos chocaba contra la esfera que se materializaba instantáneamente con un zumbido sin que Gedeón moviese un pelo.
Finalmente, el Gargante detuvo sus ataques y se resopló, dejando que la furia que se había apoderado de el se disipase lentamente.
– Vete -sentenció Ralder-. No quiero saber nada más de tí.
– Uno reclama este territorio como suyo, Ralder. -dijo Gedeón, con una sonrisa en los labios- Como acabas de decir: el territorio es de quién lo reclama y lo defiende. Tu no has podido defenderlo. Ahora esto es mío.
Con una mezcla de furia e incredulidad, Ralder contempló como Gedeón usaba su bastón para dibujar una «X» en el suelo.
– No me has derrotado, anciano. Sigo aquí. Este territorio es mío.
– Uno lo sabe, Ralder. Yo tampoco puedo derrotarte. Pero jamás podrás dañarme. -Gedeón se encogió de hombros- Si es necesario, me quedaré aquí durante toda la eternidad, despertándote cada pocos minuto.
Tras pensarlo fríamente, se dio cuenta con horror de que el anciano tenía razón. Ralder no podía sacar a Gedeón de su territorio. Éste ya no le pertenecía.
De un gran salto y sin más palabras, Ralder atravesó el techo de la cueva y aterrizó en el bosque de Thorin, asustando de muerte a toda la fauna local. De otros dos saltos, Ralder cruzó todo Orgoth y Anduar, cayendo en la arboleda de Ucho, hundiendo parte del bosque bajo su peso.
Allí, arrancó un gran pedazo de roca subterránea que plantó en el medio de la arboleda y marcó de un zarpazo. Después, bramó y partió hacia el panteón de los dioses.
En la que había sido su guarida ahora solo se escuchaba el suave sonido de la tierra que se filtraba de la superficie del bosque por el agujero del techo.
Gedeón sujetó su cruz de hierro, que ahora estaba al rojo blanco. Sus planes eran erráticos y poco finos, pero sin la ayuda de Vagnar había llegado el momento de empezar a improvisar.
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