Con estupor Flifli contemplaba como su shalafi, admirado guía en los caminos del ilusionismo, era expulsado a empellones por los cruzados bajo la atenta mirada del Cruzado Supremo. La brusquedad del trato y el sinsentido, puesto que Stalos de Ak’anon era un aguerrido defensor de la ciudad y la propia Cruzada contra las incansables fuerzas infieles. Sus protestas indignadas no fueron escuchadas y, con un gesto enérgico apartó las enormes manos de sus pequeños hombros, atusó su túnica y salió por su propio pie.
– Es la ley – dijo el Cruzado Supremo – no se puede acceder y mucho menos reposar en el edificio de la Cruzada sin pertenecer a la misma.
Con el gesto torcido Flifli se encaminó hacia Gwalchavad, Cetro de Eralie, y solicitó la licencia para abandonar la Santa Cruzada. Con el rostro entristecido Gwalchavad se la concedió y Flifli abandonó por siempre la Cruzada indignado y dolido a partes iguales. Un último vistazo al interior del majestuoso edificio, a modo de despedida le permitió ver como los cruzados seguían con su limpieza de Cruzada bajo las órdenes directas del Cruzado Supremo. En este caso no resultaba tan fácil como empujar a unos hechiceros gnomos, pequeños y debiluchos, y se enfrentaban a dos iracundos enanos de poderosas armaduras que permanecían impasibles a los denodados esfuerzos de los cruzados por moverlos del sitio donde habían decidido plantarse.
Al girarse vió a su maestro todavía murmurando por lo bajo cuando repentinamente ¡Plop! la figura de Sheerinive, Gran Inventora de Ak’anon y shalafi de su propio shalafi se dibujó a su lado.
– Una vergüenza – dijo – ¿Sabéis que una vez me arrestaron por entrar a Dalisha?
Stalos y Flifli, estupefactos, parpadearon al unísono.
– Era ya la Gran Inventora – prosiguió Sheerinive – y únicamente la intervención de Aldamare frenó el conflicto diplomático que se cernía sobre la ciudad. ¡A mí! ¡Que he dado mi cuerpo y mi alma por defender esta ciudad desde hace más de ciento cincuenta años!
– Estoy cansado de este comportamiento – le apoyó Stalos
– Y yo no puedo permitirlo más tampoco – completó Flifli
Se miraron los tres y comprendieron la idea que se fraguaba en las mentes de todos.
– Abandonemos por siempre la cruzada y esta desagradecida ciudad. – dijeron como una sola persona.
Y ésta es la historia de cómo se inició el éxodo de los gnomos de la ciudad de Takome. Una comunidad entrañable, apreciada y divertida.
A efectos prácticos la relacion diplomática de Ak’anon hacia Takome ha pasado de Amistad a Neutralidad.
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