11 de Osucaru, año 214 de la 3º Era.
Caía ya la noche en Eirea, habiendo pasado un día corriente más, sin ningún percance
ni nada que reseñar. La mayoría de los inocentes ciudadanos se recogian ya en sus
casas y los caminos comenzaban a llenarse de bandidos, contrabandistas y otras personas
de la misma calaña.
Todo era normal hasta que, de repente, un temblor fuera de lo común comenzó a azotar los
cimientos de la tierra, un temblor que tenía su origen en algún punto cerca de la
ahora destruida MontañaDeVapor. El estremecimiento continuó durante varias horas sin que
la gente le diese mayor importancia, hasta que los Guardias del Puesto Fronterizo de Kattak
dieron la alarma: un numeroso ejército compuesto por interminables filas de muertos
vivientes se acercaba a la ciudad. Entre sus filas se encontraban esqueletos, espectros,
necrófagos e incluso varios liches, pero sin duda lo que más llamaba la atención de aquella
fantasmal visión era lo que parecía el líder de aquellas hordas: un Zombie que destacaba
especialmente entre los otros debido a su apariencia y a sus vestimentas. Su armadura
estaba compuesta por gruesas tiras de metal colocadas una a una horizontalmente, dejando
pequeños huecos entre ellas por los que rezumaba sangre, otorgándole un aspecto grotesco.
Dos Brazaletes de finos y brillantes diamantes poblaban además sus muñecas, pero sin duda
lo más extraño era su arma; pues era un Bardiche, un arma nunca antes vista en los Reinos.
En un principio daba la impresión de ser una alabarda corriente, pero no lo era, ya que el
asta, de madera de ébano, estaba coronada por un hacha de doble filo especialmente reluciente.
Las sorprendidas filas de la Alianza de Darin, junto con otros aliados seguidores de Eralie,
comenzaron como pudieron a organizarse para la defensa entre el caos que reinaba en la ciudad.
Había caído ya la noche cuando las hordas de muertos atravesaban la Senda del Rey Durin,
arrasando absolutamente todo lo que se cruzaba en su camino. El grupo de defensores salió
al paso del ejército y un duro combate comenzó en los alrededores de Kattak, con lo que
pronto se reveló la identidad del comandante de la extraña comitiva: era Tarhilon, el
Paladín Caído. Miembros de ambos grupos comenzaron a perecer mientras Tarhilon continuaba
convocando hordas de zombies que se dispersaban por los alrededores, revelando las cualidades
de la extraña arma que portaba: cada vez que un defensor caía bajo su filo, un espectro se
levantaba en su lugar, engordando cada vez más el ejército de muertos. Las bajas entre las
filas de la Alianza eran innumerables, entre ellas se encontraba incluso el Gobernador de Kattak,
lo que los obligó a retrasarse cada vez más hasta llegar casi a las puertas de la ciudad.
Todo parecía perdido cuando, sin ninguna razón aparente y a unos metros de las Puertas de
Kattak, Tarhilon hizo una señal y los espectros y el resto de criaturas bajo su mandato
comenzaron a dispersarse. El mismo Tarhilon comenzó a retirarse como si hubiese sido alertado
por algo o por alguien, por lo que las filas de la Alianza quedaron más que sorprendidas, a la
vez que alegres. La columna de espectros se dirigió al interior del espeso Bosque de Urlom,
pero en algún lugar cerca del origen del ejército, Tarhilon desapareció repentinamente,
quedando únicamente sus vestiduras tiradas en el suelo donde segundos antes se encontraba su
corrompido cuerpo. Varios son los valientes que se adentraron en la espesura del Bosque con
la intención de investigar lo que había pasado, pero lo cierto es que si alguno de ellos
encontró los restos de Tarhilon, nadie lo sabe actualmente.
El paradero actual de Tarhilon es desconocido, incluso se cree que haya podido desaparecer
para siempre, aunque por supuesto son sólo rumores. Los restos del ejército que quedaron
dispersos por la zona entre los Reinos de Kattak y Urlom ya han sido eliminados, y la ciudad
ha vuelto a la normalidad a pesar de las numerosas bajas causadas por la batalla.
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